Tercer día del SEFF.
Comenzamos con dos proyectos españoles y terminamos la jornada con la revisión en pantalla grande, y con la presencia del mismísimo Leos Carax, de la misteriosa Holy Motors. La primera película que pudimos ver, a las nueve de la mañana, fue 10.000 noches en ninguna parte. Debemos empezar diciendo que es algo digo de admirar que un cine tan especial y diferente, poseedor de un estilo único, pueda ser creado en España aun teniendo una situación fílmica tan degradante. Eso demuestra que tenemos autores e ideas y sólo nos falta el dinero para poder materializarlas
Ramón Salazar tiene una manera muy particular de dirigir. En su último largometraje crea un contexto para cada uno de sus personaje, sitúa en el tiempo los hechos que a éstos les suceden antes y durante el metraje del filme, pero no crea un guión dialogado para dichos personajes sino que son los propios actores los que deben improvisar los diálogos. Por ello cada frase de la película es escrita por el actor, es decir, por el personaje al que interpreta no por el guionista. Eso nos hace ver la calidad de actores con la que nos encontramos en esta insólita cinta. Todos brillan, pero destacamos especialmente el personaje interpretado por Susi Sánchez, poseedor de un magnetismo especial. Esta idea sobre el papel del actor como guionista resulta curiosa y crea cierta naturalidad, pero ello no desvincula la obra de convertirse en un sucedáneo de un Terrence Malick, a su vez, menor. Salazar crea la película intentando crear un filme de capacidad emocional y fondo sentimental similar al estilo más desatadamente poético del director de El árbol de la vida.
Aún con todo ello consigue formar una premisa interesante mostrando tres visiones distintas a lo largo de su relato: una real y dos fruto de la imaginación del protagonista que, de la misma forma, son la representación de sus dos deseos más anhelados. En primer lugar el deseo de haber mantenido a su amiga de la infancia consigo, que perdió por culpa de su madre (idea que se desarrolla en la ciudad de París) y, en segundo lugar, su deseo de haber mantenido a un grupo de amigos que no tampoco pudo conservar por culpa su madre con un claro complejo de Edipo hacia el personaje que interpreta Andrés Gertrúdix. Salazar intenta rodar y crear con tanta "naturalidad" que se permite crear una línea narrativa propia y fuera de lo común, que va más allá de representar sus propias ideas mediante unos actores dependientes de unas determinadas directrices. Con Malick, los actores no son sino marionetas que representan las ideas del director, pero Ramón pone a la misma altura guion y actores, por lo que nada termina de funcionar y esa impuesta sinceridad acaba por resulta chirriante, permitiendo solamente una confusión de propósitos. Salazar se basa de manera excesiva en un determinado estilo de filmación y no sabe alcanzar un equilibrio entre la dirección (más clásica) de actores y la necesidad de crear de una manera más libre y menos tradicional, perdiendo ese estilo propio que en un inicio parece salpicar a ésta película.
Después de ello, unas horas más tarde llegó, dentro de Las Nuevas Olas, la también española Los chicos del puerto de Alberto Morais, que hace unos años triunfó en el Festival de Moscú con su aclamada Las olas. Siempre ayuda mucho hablar con el director y poder conocer la interpretación directa de su largometraje para, así, entenderla mejor y crear una percepción más justa del cine. Conocer sus ideas e intenciones, para saber si el espectador capta lo que debe ser entendido. En principio tuve la duda de si había comprendido o no lo que quería contar Alberto Morais, pero posteriormente me di cuenta de que el director se expresó mal en su película.
Resulta tan increible como irritante que la película consiga hacerse tan larga durando apenas una hora. Morais intenta alargar constantemente las acciones de los personajes con excusas argumentales bastante inverosímiles, como: perderse, equivocarse de calle, equivocarse de cementerio... o recurriendo a planos de personajes que entran y salen de manera repetitiva y cansina.
El mensaje se hubiera transmitido, y absorbido mejor por el público, si la película se hubiese quedado en un corto de treinta minutos sin estridencias. Los silencios y las actuaciones robóticas de los niños no sirven como justificación del dolor que sienten. El personaje abatido socialmente es Miguel, pero los otros dos no lo son y actúan de la misma forma, cuales calcos emocionalmente planos. Hay muchas maneras de tratar el abandono desde perspectivas geográficas, históricas o sociales pero no marcar un ritmo, ya sea lento o más rápido, y alargar cada escena hasta el tedio hace que la posiblemente interesante Los chicos del puerto acabe siendo un filme muy irregular, carente de emoción y poseedor de muchas limitaciones narrativas y numerosas dificultades para conectar con el público. Una verdadera lástima.
Ante dos películas patrias que prometían pero que finalmente se quedaron en un mero y decepcionante "bluf" llegaba el momento de ver Holy Motors en pantalla grande. Volverme a encontrar con aquella obra en cines era algo que de verdad esperaba. Esa primera escena del filme, se quedara grabada para siempre en mi memoria. No puedo describir fielmente como me encerraron esos primeros minutos, como sentía que me adentraba en el corazón y en la psique de Leos Carax ya que, indudablemente, es la obra más personal del autor francés. El director definía su manera de realizar cine como un acto visceral: él, decía, crea su obra por medio de sentimientos. Holy Motors se basa en varios conceptos pero principalmente la gran triunfadora en Sitges 2012 se trata de una absolutamente bella alegoría sobre el papel del actor en el cine que nos plantea el dilema artístico de si un actor debe realizar su trabajo simplemente por la belleza del acto o si solamente debe y puede realizarlo cuando hay ojos mirándole. Dos ideas aparentemente contradictorias; la vida de un hombre que debe reinventarse, renovar su vida constantemente y el frustrada deseo de éste de mantener una constancia en su rutina.
En Holy Motors se encuentran varias películas, varios ejemplos de cómo Carax podría haber evolucionado como cineasta. Cada escena, cada fragmento narra como un actor va perdiendo su personalidad y para quedar totalmente absorbido por su papel. Holy Motors es tan grande que ni el propio autor puede analizar su propia obra, dejando sus palabras en manos de los críticos, de los cinéfilos, del propio y sorprendido público.
Siento la crítica al público, siento cada uno de los géneros cinematográficos que se tratan, siento la labor del actor, siento la repulsión a lo digital y a las impersonales modernizaciones, pero también siento el amor a su esposa en una dedicatoria final hacia ella, al amor de su vida. Holy Motors no deja de ser un rompecabezas tan bello como intrigante. Cuando un director pone todo su yo en una película, reconociendo que necesitaba realizarla y que le ha salvado la vida, merece un reconocimiento. Ver esta película en la pantalla grande es una experiencia que no se olvida jamás.
¡Viva Leos Carax y viva su Holy Motors!.
En la próxima crónica, un día duro y completo: Sacro GRA, Stray Dogs, Jimmy P. y When evening falls on Bucharest or metabolism.
Nacho Vázquezredactor enviado al SEFF 2013 | Sevilla