Los dirigentes estudiantiles parecen haberse tomado en serio la frase de Allende que dice que ser joven y no ser revolucionario es una contradicción biológica. No sólo parecen asumir –erróneamente- que la edad les determina a adscribir exclusivamente a ciertas ideologías como quien se convierte en feligrés de una fe determinada según la etnia (viejas e incluso conservadoras por lo demás); sino que eso parece hacerlos olvidar de que no se puede pasar toda la vida proclamando quemar la ciudad al final de cada día.
Al parecer sin percibirlo, los actuales dirigentes estudiantiles parecen estar llegando a esa encrucijada donde todos quienes en la historia han promovido cambios radicales (como lo hicieron Mandela, Arafat y otros tantos) se han encontrado alguna vez. Esa etapa donde deben elegir entre ser razonables para dar prioridad a las demandas que se defienden, generando cambios desde la política; o dar prioridad al papel de revolucionarios, para seguir siendo unos románticos dogmáticos, como lo fue Che Guevara. El dilema no es menor, porque es mediante eso que definen si optan entre la ética de la convicción; o la ética de la responsabilidad, de la que hablaba Max Weber. Es decir, deben decidir entre mantenerse –parafraseando al célebre sociólogo- bajo la presión inflexible de sus seguidores (en función del grito de la calle); o asumir su responsabilidad política, que implica necesariamente comenzar a contrastar fines con medios, y por tanto medir las consecuencias de sus actos y palabras. Siempre es mucho más fácil ser un vociferante que alude todas las responsabilidades a otros sin asumir las propias; que empezar a hacer política con la cabeza. Es decir, siendo razonables. Y esto no implica abandonar la pasión política sino canalizarla. Como el propio Weber decía: “la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción no son términos opuestos entre sí; son elementos complementarios que deben concurrir a la formación del hombre auténtico, a la formación del hombre que pueda tener vocación política”. Las declaraciones de Andrés Fielbaum y otros dirigentes universitarios, donde amenazan con radicalizar el movimiento estudiantil –sin indicar de forma clara en qué consiste aquello- si no hay respuesta del ejecutivo el 21 de mayo, parecen demostrar que dicha intransigencia absoluta, está más al servicio de sus principios personales, que de las demandas mismas. El romanticismo personal de los líderes está primando más que lo razonable políticamente para llevar a cabo los cambios que proclaman.Su ultimátum denota que su posición, debido a su – ¿inconsciente?- auto exigencia de mostrarse cada vez más revolucionarios (incluso más allá de los procesos mismos) ya se torna más discrecional y por tanto más autocrática. Porque en su llamado, incluso se sitúan como únicos interlocutores entre los ciudadanos –la calle- y el gobierno, saltándose a toda la estructura política legislativa de por medio.Los dirigentes estudiantiles están en el momento de decidir si aplican la ética de la responsabilidad y de ellos deriva un movimiento político serio con proyección, que actúa dentro del espacio político y democrático, aceptando su carácter agonal, y por tanto la existencia de adversarios, disputas y diferencias; o siguen con la ética de la convicción, manteniéndose como una mera expresión contingente de descontento, es decir, como algo pre-político, que actúa fuera del espacio político.Resolver ese dilema por parte de los dirigentes estudiantiles es clave. De lo contrario, el tren a toda velocidad puede terminar descarriado, con conductores y pasajeros aplastados por la gran mole que ellos comenzaron a acelerar sin pensar hacia donde iban realmente.Jorge Gómez Arismendi
Director de Contenidos Fundación 180!