Soy este pedazo de carne que ves tirado en esta cama. ¿Qué te imaginabas? Desde el setenta y seis que estoy acá, en la Avenida América, en el número treinta y uno. A Madrid llegamos un año antes. Viste que no te mentí que es justo donde viniendo de Barajas sentís que estás entrando a la ciudad. Pero nací en Montevideo. Claro que hace tiempo que me escapé de esa ciudad del Sur del continente americano. Muchos fueron los motivos. No sólo esa dictadura hija de puta... Pero no me hagas hablar de eso. No por nostalgia. Si te digo que los otros días, en nochevieja, estuvimos cantando algunos tangos en la casa de una argentina es porque no hay como esa música. Los sabía todos la mina esa: El último café, Los mareados, La cumparsita. ¡Qué poesías!, la puta. “Hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida, tres cosas lleva mi alma herida: amor, pesar, dolor”. ¿Sabés por qué no tengo nostalgia? Porque no me engaño. Yo se que si vuelvo, las calles de mi ciudad no serán las mismas. Ni la gente. Si los muchachos se murieron casi todos o se fueron como yo o cambiaron. Ya no queda casi nadie allá. Lamentablemente, sólo los canallas. No, no, no me abras la persiana que entra la luz que me enceguece y ahuyenta a los muchachos. Porque, cuando me quedo solo, cuando Dolly me deja, acá me encuentro con Larsen, con Junta, con Petrus, con Diaz Grey, con Brausen que me cuentan de sus historias de Santa María y Lavanda, que está del otro lado del río. Es casi como si estuviéramos en un bar. Eso si que, a veces, extraño. El bar, su ambiente. Recuerdo con exactitud dos: El Metro de Montevideo y el Politeama de la Avenida Corrientes en Buenos Aires. Y, también, los cabarets. Justo estoy escribiendo una novelita sobre una puta, Magda, una puta hermosa que se la pasa en Eldorado, el cabaret de Lavanda. Se llama “Cuando entonces”. Disculpá el olor a pucho y encierro pero si abrimos la ventana me cago de frio. ¿Querés un poco de vino? Yo me tomo un vasito. No, de literatura no tengo nada que decir. Nada de nada. En serio, yo soy escritor, no crítico. Bueno, está bien, lo único que te recomiendo es que leas a Faulkner. No leas a Onetti, sólo a Faulkner. Y si te quedan fuerzas también entrale al Quijote, al Ulyses de Joyce y a Celine. Y escribí, mientras haya papel, escribí. Es lo único que vale la pena. Fue lo que me mantuvo con vida. La obsesión por escribir. Mirá lo que me traés a la memoria ahora. Te cuento. Eran los primeros cincuenta, yo me había vuelto a casar por segunda vez y habíamos tenido a Litty. Vivíamos en Buenos Aires, los tres en un monoambiente. Por eso de noche me encerraba en el baño, tapaba el bidet con una tabla, encima de la que colocaba la máquina de escribir, y para tipear yo me sentaba en el piso. Viví para escribir. No, ni Juntacadáveres, ni El Astillero, ni...No sé, tal vez, lo que más me inquieta hasta el día de hoy es la mujer con el chivo en la puerta de la Estación de Constitución de la que hablo en "Para una tumba sin nombre". Disculpame, ahora sí te pido que me dejes que me está llamando Marlowe para que lo acompañe a enfrentarse a una mina, rubia qué va a ser, que lo quiere seducir para joderlo. Pero estoy tranquilo porque Raymond Chandler no lo va a dejar transigir. (Ficción escrita inspirada en la lectura de "Construcción de la noche. La vida de Onetti" de Carlos María Dominguez. Cal y Canto Editorial. Montevideo, Uruguay).Blog del autor del libro de cuentos "Historias fugaces de hombres y mujeres".
Soy este pedazo de carne que ves tirado en esta cama. ¿Qué te imaginabas? Desde el setenta y seis que estoy acá, en la Avenida América, en el número treinta y uno. A Madrid llegamos un año antes. Viste que no te mentí que es justo donde viniendo de Barajas sentís que estás entrando a la ciudad. Pero nací en Montevideo. Claro que hace tiempo que me escapé de esa ciudad del Sur del continente americano. Muchos fueron los motivos. No sólo esa dictadura hija de puta... Pero no me hagas hablar de eso. No por nostalgia. Si te digo que los otros días, en nochevieja, estuvimos cantando algunos tangos en la casa de una argentina es porque no hay como esa música. Los sabía todos la mina esa: El último café, Los mareados, La cumparsita. ¡Qué poesías!, la puta. “Hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida, tres cosas lleva mi alma herida: amor, pesar, dolor”. ¿Sabés por qué no tengo nostalgia? Porque no me engaño. Yo se que si vuelvo, las calles de mi ciudad no serán las mismas. Ni la gente. Si los muchachos se murieron casi todos o se fueron como yo o cambiaron. Ya no queda casi nadie allá. Lamentablemente, sólo los canallas. No, no, no me abras la persiana que entra la luz que me enceguece y ahuyenta a los muchachos. Porque, cuando me quedo solo, cuando Dolly me deja, acá me encuentro con Larsen, con Junta, con Petrus, con Diaz Grey, con Brausen que me cuentan de sus historias de Santa María y Lavanda, que está del otro lado del río. Es casi como si estuviéramos en un bar. Eso si que, a veces, extraño. El bar, su ambiente. Recuerdo con exactitud dos: El Metro de Montevideo y el Politeama de la Avenida Corrientes en Buenos Aires. Y, también, los cabarets. Justo estoy escribiendo una novelita sobre una puta, Magda, una puta hermosa que se la pasa en Eldorado, el cabaret de Lavanda. Se llama “Cuando entonces”. Disculpá el olor a pucho y encierro pero si abrimos la ventana me cago de frio. ¿Querés un poco de vino? Yo me tomo un vasito. No, de literatura no tengo nada que decir. Nada de nada. En serio, yo soy escritor, no crítico. Bueno, está bien, lo único que te recomiendo es que leas a Faulkner. No leas a Onetti, sólo a Faulkner. Y si te quedan fuerzas también entrale al Quijote, al Ulyses de Joyce y a Celine. Y escribí, mientras haya papel, escribí. Es lo único que vale la pena. Fue lo que me mantuvo con vida. La obsesión por escribir. Mirá lo que me traés a la memoria ahora. Te cuento. Eran los primeros cincuenta, yo me había vuelto a casar por segunda vez y habíamos tenido a Litty. Vivíamos en Buenos Aires, los tres en un monoambiente. Por eso de noche me encerraba en el baño, tapaba el bidet con una tabla, encima de la que colocaba la máquina de escribir, y para tipear yo me sentaba en el piso. Viví para escribir. No, ni Juntacadáveres, ni El Astillero, ni...No sé, tal vez, lo que más me inquieta hasta el día de hoy es la mujer con el chivo en la puerta de la Estación de Constitución de la que hablo en "Para una tumba sin nombre". Disculpame, ahora sí te pido que me dejes que me está llamando Marlowe para que lo acompañe a enfrentarse a una mina, rubia qué va a ser, que lo quiere seducir para joderlo. Pero estoy tranquilo porque Raymond Chandler no lo va a dejar transigir. (Ficción escrita inspirada en la lectura de "Construcción de la noche. La vida de Onetti" de Carlos María Dominguez. Cal y Canto Editorial. Montevideo, Uruguay).Blog del autor del libro de cuentos "Historias fugaces de hombres y mujeres".