Paseábamos por un parque público en la ciudad de Gijón en una mañana soleada del mes de junio. Numerosas especies de aves se movían entre árboles y arbustos con el ajetreo de la primavera. Ya se podían ver inexpertos jóvenes revoloteando entre las bajas ramas y el suelo reclamando alimentos a unos sufridos padres que no daban a vasto.
Una pareja de señores conversaba de fotografía tras la compra de una nueva cámara. Mientras tanto, un ejemplar de carbonero común sobrevolaba sus cabezas e incluso se atrevía a posarse sobre la nueva máquina intentando llamar la atención. Cuando les preguntamos a los amigos que ocurría, nos dieron un par de pipas de girasol como respuesta. El hermoso carbonero no dudó en cogerlas de nuestras manos ante nuestro asombro.
En ese momento adquirimos un compromiso mutuo que incluso en este caso el pajarillo ponía su frágil vida en nuestras manos.