Un estudio publicado a finales de agosto ha demostrado que las neuronas encargadas de la sensación táctil y el movimiento pueden responder a estímulos visuales, ”lo que va en contra de todo lo que estudiamos en los textos de neurociencia”, según Miguel Nicolelis, profesor de neurobiología de la Universidad de Duke.
La investigación ha proporcionado nuevos datos para explicar cómo diferentes áreas del cerebro se coordinan entre sí para crear la imagen que cada cual tiene de su cuerpo.
El experimento llevado a cabo en Duke consistía en colocar a dos monos frente a una pantalla en la que se veía un brazo creado por ordenador a imagen del de los simios en cuestión, y que era golpeado por una pelota. Al mismo tiempo, y de manera sincronizada, el brazo real de cada mono era tocado de forma sincronizada con la imagen. Después, se dejaba que los monos siguieran viendo las imágenes, pero esta vez sin que sus brazos reales fueran tocados. En cuestión de pocos minutos, las neuronas del sistema somatosensorial comenzaron a responder a los golpes del brazo virtual como si del propio brazo físico se tratase.
El estudio confirma, mediante la observación de la actividad neuronal, que ninguna percepción actúa por sí sola, sino que el esquema corporal que el cerebro se construye es el resultado de una interacción, un procesamiento por el que los datos de un sistema receptivo se cotejan con los de otro y pueden modificarse al ser contrastados con la información recibida por otro sentido: en nuestro caso, la vista.
El sistema somatosensorial es el encargado de actualizar la información referente al tacto, el dolor, la temperatura y la presión que, según la creencia más extendida, es captada en la piel por las ramificaciones del sistema nervioso y transmitida en forma de señal eléctrica a la corteza táctil del cerebro.
Sin embargo, si la corteza visual tiene alguna información que se cruza con los datos anteriores, éstos no servirán de gran cosa. Al contrario, la supuesta información recogida en la piel será modificada de acuerdo a lo que muestra la vista.
Esto es algo que ya se veía venir, de forma menos “científica”, con el experimento denominado “ilusión de la mano de goma”:
.
.
Uno de los padres del constructivismo radical, Heinz von Foerster, dice en su breve conferencia de 1973 “Construyendo una realidad“:
En la respuesta de una célula nerviosa no es la naturaleza física de la causa de la excitación la que está codificada. Solamente se codifica “cuánta” intensidad de esta causa de excitación, es decir, un “cuánto” pero no un “qué”.
Todas las células sensoriales son ciegas a la “calidad” de la excitación, es decir, al origen de la misma, respondiendo únicamente a la cantidad de aquélla.
Esto es asombroso pero no debe sorprendernos, ya que “allí afuera” efectivamente no hay luz ni color, sólo existen ondas electromagnéticas; tampoco hay “allí afuera”, sonido ni música, sólo existen fluctuaciones periódicas de la presión del aire; “allí afuera” no hay ni calor ni frío, sólo existen moléculas que se mueven con mayor o menor energía cinética media, y demás. Finalmente, “allí afuera” no hay, con toda seguridad, dolor.
La naturaleza física de la excitación no puede ser aprehendida por medio del sistema sensorial. La correlación de mi percepción táctil y mi impresión visual permite que se genere una experiencia que podría describir diciendo que “una bola golpea mi brazo”, pero mi percepción táctil ya no puede ser la confirmación de mi sensación visual de que efectivamente hay una bola que golpea mi brazo, como muestra el experimento de Duke.
El realismo ingenuo es aquel que pretende que las cosas se pueden conocer tal como son en sí, sin que el acto de conocer tenga influencia sobre la consistencia de lo conocido. Ya Protágoras desestimó tal idea en el siglo V a. C., al afirmar que el hombre es la medida de todas las cosas, aunque posteriormente fuera desautorizado por Sócrates, para quien la percepción presupone algo perceptible.
A partir de ahí, el pensamiento occidental se ha aferrado mayoritariamente durante veinticinco siglos a ésta idea de que la percepción es el resultado de imágenes o representaciones de cosas independientes del sujeto humano. Con el siglo XX, vendría ese asunto de que lo observado es necesariamente modificado por el observador, de lo cual saldría lo otro de que sin observador no hay observación que valga y lo de más allá de que el mundo se esfuma en una abstracción llamada función de onda y de que al final la física viene a confirmar que la peña se mata por la más absoluta de las nadas y tal pero que mejor no se entienda porque se nos descuanjaringa el chiringuito y además no importa porque del caos vinimos y al caos volvemos y más tal…
…
Llegados a este punto dicen los constructivistas que haya paz, que lo importante no es que el conocimiento coincida con una realidad en sí, sino “el servicio que nos presta ese saber” para comprender y actuar adecuadamente.
En cibernética, un modelo no es una imitación a escala de un objeto o una muestra del mismo, sino una construcción que realiza las funciones de dicho objeto, el cual no se puede investigar o reproducir de forma directa. De esta manera, el conocimiento no buscará reflejar la realidad objetiva, sino capacitarnos para obrar y alcanzar objetivos en el mundo de nuestra experiencia.
De allí surge el postulado creado por el constructivismo radical, de que el saber debe adecuarse, pero no coincidir.
(Ernst Von Glasersfeld, “Despedida de la objetividad”)
Esta adecuación consiste en el desarrollo de estructuras cognitivas que presten el servicio esperado en el ámbito de la experiencia, que es “siempre y exclusivamente un mundo que construimos con conceptos que producimos” según los proyectos que perseguimos:
En tanto sólo debo resolver problemas que surgen en el ámbito de trabajo de mi granja, puedo suponer confiadamente que la Tierra es una plataforma más o menos plana.
De esta forma, sólo es posible afirmar que conocemos una experiencia subjetiva generada internamente, de la cual poco importa el aspecto de la realidad, pues sólo podemos acceder a descripciones “computadas”, como diría Von Foerster; es decir, descripciones cuyos elementos han sido manipulados y organizados por el sistema nervioso.
Para evitar caer en el solipsismo, la afirmación de que, puesto que no puedo conocer si hay un “afuera”, “yo” soy la única realidad y todo lo demás existe únicamente en mi imaginación, Von Foerster recurre al principio de relatividad, según el cual…
…una hipótesis debe ser rechazada si es aplicable a dos casos por separado, pero no simultáneamente (los habitantes de Venus y de la Tierra pueden afirmar coincidentemente que viven en el centro del universo, pero sus pretensiones serían insostenibles en cuanto se encontraran).
Es así que, “mi punto de vista solipsístico se hace insostenible tan pronto como invento otro ser viviente autónomo a mi lado”. Al no poder demostrarse que es una tesis correcta o falsa,
…el punto decisivo reside en que puedo elegir libremente, si acepto o no este principio. Si lo rechazo, soy el centro del universo, mi realidad son mis sueños y mis pesadillas, mi habla es un monólogo y mi lógica es mono-lógica. Si lo acepto, ni yo ni el otro puede ser el centro del universo. Al igual que en el sistema heliocéntrico, tiene que haber un tercero que sirva de magnitud de referencia central. Esta es la relación entre el TU y el YO y esta relación se llama identidad: Realidad = Comunidad”.
Pues eso. A identificarse.
O no.
Quién sabe qué…
.