Conjetural

Por Spellbound

Orson, el megalómano creador de proyectos cinematográficos imposibles, huye de sus voraces acreedores -solitario, obeso, insatisfecho- camino a Los Ángeles. Los ha burlado a todos. Los ha hecho creer que llegaría el día en que sus nombres portentosos coronarían sus filmes. Los ha hecho flotar en la suave vanidad de la posibilidad. Los ha hecho sentirse los mecenas del Dios. Huye. A paso lento, pero huye. Dice que la sombra de todas las cosas que aún no ha sido, se ciernen sobre él como fantasmas insobornables. Dice que “Rosebud” no es otra cosa que la búsqueda de un sentido que jamás encontrará en el largo inventario de las cosas poseídas. Dice que su obesidad lo avergüenza porque es la prueba cabal de su desidia. Dice que se atosiga a alcohol y chocolates sólo para precipitar su muerte. Dice que el señor K es él. Y que en vano ha golpeado puertas sordas para oírse. Dice que el Quijote es él. Y que también Sancho lo ha abandonado. Que como Shakespeare ha sido todos y ninguno. Dice que él puso la bomba en el baúl del auto sólo para sentir el vértigo de las horas. Que así se saborean, dice, de otro modo los minutos cuando pasan. Dice que los extraterrestes que invadieron la Tierra, el día en que lo anunció por la radio (para alarma del mundo) eran reales; aunque asevera que la gente necesita creer en los mitómanos. Que sobre esa hipótesis se asienta toda la historia de la humanidad. Mentirosos y crédulos esculpiendo la hazaña del sobrevivir. Dice que los faltos de imaginación, los insulsos, los fracasados y los poderosos aman al hombre que ha inventado para ellos un mundo superior. Aunque puertas adentro, en ese filántropo, se lluevan a cántaros la realidad y el espanto. Dice que llegará el día en que los hombres emitirán largas peroratas sobre sus obras. Y recibirán aplausos, los suyos, por él. Que llorarán, dice, al saberse incapaces de creaciones de ese tipo; sobrehumanas. Dice que es mejor pensar así cuando todos los que vinieron, se van y uno se queda solo con su conciencia de sí; y sí. Un esteta del destino, dice de sí mismo, mientras anota detalladas instrucciones en una libretita gris. “Y esta escena se rodará en plano secuencia”, escribe al tiempo con letra demencial; mientras su sombra encorvada se proyecta en la pared descascarada del cuarto, volviéndolo grande, cada vez más grande. Cada vez. 
María Belén Aguirre