Cuando nació mi primer hijo fui la madre primeriza con los mayores miedos, angustias e incertidumbres del universo. Ya desde la clínica, tenía miedo de cambiarle mal los pañales, no sabía bien cada cuánto y cómo. Si algo se iba fuera de lo establecido, las lágrimas afloraban en catarata. Había leído todo sobre el parto y sobre los bebés recién nacidos, pero poco sobre este periodo donde somos tan vulnerables y queremos ser tan perfectas.
El día que nos íbamos a casa yo quería llevarme al bebé, a mi marido y los regalitos, pero también el control para llamar a la enfermera. Me hice íntima amiga, la llamé a cada rato, por cualquier cosa, hasta para preguntarle cosas insólitas como qué pasa si me quedo sin algodón para limpiar la cola o si se moja con la lluvia. Les dije, fui terrible.
Llegas a tu casa con el bebé y necesitas ayuda. Es así. Entre la lactancia, las hormonas, el bebé (que es una nueva persona adaptándose a este nuevo mundo), las visitas, tu pareja (o tu no pareja), la casa, las ganas de comer, llorar, bañarte, el cuerpo que te queda, todo puede llegar a ser un caos. Me acuerdo con el primero que la ropa que llevé a la clínica para cuando nos dieran el alta era la misma que cuando no estaba embarazada. Mis expectativas eran bastante diferentes de lo que fue la realidad.
En Holanda ya entendieron que las mamás necesitamos ayuda en esta época tan especial y ellos tienen un programa postparto que consiste en:
- Si no hay problemas, todo el proceso de embarazo y parto se realiza por medio de parteras. En este país, el 25% de los partos son en las casas.
- Luego del parto, las mamás son enviadas a las casas en cuestión de horas y arranca lo que ellos llaman kraamzorg.
- En esta etapa, una enfermera especialista en maternidad va a la casa del nuevo bebé hasta ocho horas por día durante ocho días en promedio.
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