El mirador en el Templo de Debod
Caminar Madrid y enfrentarse a su historia. Eso es lo que solemos hacer cuando la vemos, tan señorial, intentando contarnos sus rincones. Vas de una esquina a otra, mirando los nombres de las calles, escuchando cada sonido con peculiar atención; probando sus tapas y sus vinos. Al menos así me entiendo yo con la ciudad e intento descubrirla cada vez que tengo la fortuna de caminarla sin descanso.
Por eso me encantó la idea de recorrerla montada en un Segway; ese aparato de dos ruedas que funciona con batería y que puede alcanzar una velocidad de 40 km/h El reto era no perder el equilibrio y terminar de bruces en el suelo, porque esa es la primera impresión que causa el subirse allí, pero no es cierto. El Segway es sensible y responde a los movimientos del cuerpo: si te inclinas hacia adelante, avanzas; si te inclinas hacia atrás, frenas; si volteas ligeramente a la izquierda o a la derecha, pues para esos lados se moverá. Las manos en el manubrio son solo para dar un poco de seguridad, pero no funciona como una bicicleta y esto deben saberlo bien, pues los movimientos bruscos sí pueden hacer que pierdas el equilibrio y no frenar a tiempo.
Me encontré con Nacho, mi guía, en la Plaza San Miguel -pleno centro de Madrid. La inducción, que dura apenas dos o tres minutos, es suficiente para agarrarle el ritmo al Segway y comenzar a andar, quizá con un poco de temor de principiante. En mi caso, una cuadra después ya lo tenía todo dominado y, cuando me tocó bajar una acera y subirme a otra antes que el semáforo cambiara de luz, iba con aires de experta loca en la materia.
Con Nacho, mi guía, en el Palacio Real
Montada en el Segway pasamos por el Palacio Real, bajamos al Templo de Debod, dimos vueltas. Subimos, volvimos a bajar y cada tramo iba lleno de la historia de los lugares. Pasamos por esquinas que no conocía y era preciso detenerse a tomar una foto. La sensación de ir por la ciudad a un paso acelerado, sin hacer esfuerzo, con la brisa pegada a la cara es magnífica. Tanto, que cuando toca el momento de volver y bajarse a la realidad de la calle, no te provoca caminar esas cuadras, si no vivirlas sobre ruedas.
PARÉNTESIS. Los chicos de Segway Madrid City Tour son los indicados para estas travesías. Tienen distintos tours por Madrid que pueden ser de una o dos horas y que pueden terminar, incluso, con alguna degustación en El Botín, el restaurante más antiguo del mundo.
PUNTOS SUSPENSIVOS. Cuando me subí al Segway, no sabía cómo frenar. Lo primero que me llevé por delante fue una mesa con tres sillas, pero luego lo controlé. Bajando hacia el Palacio Real grité de emoción por la velocidad y aunque aún no tenía dominado el freno, no pasó nada. Dos minutos después de eso, ya el aparato y yo nos entendíamos bien. ¿Lo repetería? Pues claro, cien veces más.
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