Las películas de Woody Allen tienen algo muy especial que es muy difícil de conseguir. Algunos cineastas se pasan su carrera intentándolo y no lo consiguen: hablan de la vida directamente al espectador y lo hacen sin tapujos, mostrándonos lo bueno y lo malo, las grandezas y las miserias. Uno sale casi siempre reconfortado de la sala y, lo que es más importante, habiendo aprendido nuevos matices acerca de la naturaleza humana. Cierto es que a veces uno queda más deslumbrado que otras e incluso en alguna ocasión absolutamente decepcionado (en mi caso con "Vicky Cristina Barcelona"), pero eso no me impide acudir puntualmente cada año a la sala de cine con toda mi ilusión intacta.
"Conocerás al hombre de tus sueños" desarrolla, entre otras cosas, un hábil discurso sobre la soledad del individuo en la multitud de la gran ciudad. Alfie (Anthony Hopkins), se divorcia aburrido de su mujer para intentar llevar una vida de treintañero que no le corresponde, por lo que sus intentos de ligar van a ser patéticos, debiendo recurrir al matrimonio con una prostituta. Su ex mujer (con un extraordinario parecido con Esperanza Aguirre, dicho sea de paso), intenta superar sus angustias vitales recurriendo a expertos en lo sobrenatural. La hija de ambos se encuentra atrapada en un matrimonio frustrado con un aspirante a novelista que no es capaz de dar el salto a la fama, así que se enamora de su jefe. Éste a su vez se fija en su vecina... Vidas absolutamente frustradas e insatisfechas, a las que la realización de sus deseos más ocultos no va a garantizar en absoluto eso tan escurridizo que llamamos felicidad.
Porque, aunque Woody Allen parezca repetirse en su discurso, la naturaleza es tan fascinante, inagotable e imprevisible que va a poder seguir realizando variantes del esquema básico de sus realizaciones sin aburrir al espectador. Resulta estimulante penetrar como voyeurs en la vida de esos matrimonios imperfectos repletos de deseos insatisfechos e inconfesables, en los vicios y manías secretos de los personajes, que son los de nosotros mismos y concluir que el ser humano solo puede aspirar a la felicidad en pequeñas rachas, porque las circunstancias y las ambiciones nos irán apartando de ella.
Personalmente me estimula sobre todo el retrato del escritor frustrado, aquel que pasa las noches en blanco en un esfuerzo improductivo, pues, como todos, depende del mercado. Hay un tema que nunca había preocupado en demasia al director, el dinero, (sus personajes, salvo excepciones, siempre vivían en magníficos apartamentos neoyorkinos y sus problemas eran siempre más de índole sentimental que material) pero últimamente tiene un hueco en sus guiones, aunque no con esto estoy diciendo que Woody Allen se haya apropiado del discurso de Ken Loach. Quizá sea influencia de la crisis, pero sus personajes ahora pasan a veces por dificultades económicas que los aproximan más al espectador medio, aunque no suelen ahogarse. Un acierto, en todo caso, en los tiempos que corren.
Y un último detalle importante, que aproxima aún más la historia a la vida real. La película no tiene un final cerrado, quedan muchos asuntos importantes por resolver, con lo que el espectador puede realizar el juego mental de establecer él mismo el destino final de unos personajes que siguen viviendo fuera de la pantalla. Así es la vida de todos nosotros: nunca podemos decir que hayamos amarrado todos los cabos sueltos.