Ahora, más de 20 de l@s mejores teólog@s españoles (aunque la campaña se lanzará también en inglés, francés e italiano), entre los que se encuentran nombres tan conocidos como González Faus, Pagola, Mª Teresa Dávila, Torres Queiruga, Lucía Ramón, Javier Vitoria o Ximo Gª Roca, han iniciado en www.change.org una recogida de firmas pidiendo al Sínodo que dé el paso necesario para que los divorciados que nos hemos vuelto a casarse, podamos comulgar, ya que pese a los titulares que se vendieron hace unas semanas, el Papa Francisco hablaba de que no estábamos excomulgados y sí dentro de la Iglesia, pero nada decía de la comunión.
Aunque ya últimamente no suelo apoyar las campañas en Change.org, hoy, quizás influido por mis vacaciones cuasi monacales en el Seminario de Corbán en Santander, la he firmado, no tanto por mí, que quienes me conocen saben que “me la refanfinfla (con perdón) que la ICAR, el derecho canónigo o determinados Papas me nieguen el derecho a comulgar por haberme divorciado y vuelto a casar. Lo hago primero por esa gente que sí sufre, cuando se le niega el derecho a la comunión, como le pasó a una lindísima amiga mejicana que hace años me confesaba con dolor como un padrecito (para mí, pobrecito) le negaba, ante todo el mundo, la comunión, ya en la fila ante el altar, porque había cometido el terrible sacrilegio de haber rehecho su vida con un buen hombre, con el que vivía –y vive- felizmente casada y con el que hoy sigue feliz y educando a sus hijos comunes.
Esta nueva Carta que ahora SI pido que firméis con sus primeros firmantes dice así:
CARTA AL OBISPO DE ROMA
Hermano Francisco:
Estas líneas quisieran completar, por el otro lado, el escrito de casi medio millón de fieles, en el que te piden con ahínco que “reafirmes categóricamente la enseñanza de la Iglesia de que los católicos divorciados y vueltos a casar civilmente no pueden recibir la sagrada comunión”. Por amor a Jesús, quisiéramos pedirte con igual afán que seamos todos fieles al Espíritu del evangelio, más allá de supuestas fidelidades a la letra de unas determinadas enseñanzas de la Iglesia.
Hablamos de supuesta fidelidad no para juzgar la intención de quienes te escribieron sino porque, en realidad, la enseñanza de la Iglesia no es que esos divorciados vueltos a casar “no puedan recibir la sagrada comunión” sino, según el Concilio de Trento, que “la Iglesia no yerra cuando les niega la comunión”. Esa formulación, cuidadosamente elegida en aquel concilio, dejaba abierta la posibilidad de que tampoco haya error ni infidelidad en la postura contraria, y que se trate más de una cuestión pastoral que de una cuestión dogmática.
En nuestra opinión, la prudencia pastoral no sólo permite sino que hoy más bien reclama un cambio de postura. Por estas razones.
1.- En la Palestina del siglo I, las palabras de Jesús afectaban directamente al marido que traiciona y abandona a su mujer porque otra le gusta más, o por motivos de este tipo: son primariamente una defensa de la mujer. Ahí sí que resulta inapelable la frase del Maestro: “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”.
No se conocía en tiempo de Jesús la situación de un matrimonio que (quizá por culpa de los dos o por una incompatibilidad de caracteres, antes no descubierta), fracasa en su proyecto de pareja. Dada la situación de la mujer respecto al marido, en la Palestina del s. I, esa hipótesis era impensable. Y aplicar las palabras de Jesús a otra situación desconocida en su época, donde lo que hay no es el abandono de una parte sino un fracaso de los dos, podría equivaler a desfigurar esas palabras. Estaríamos así manipulando a Jesús en aras de la propia seguridad dogmática, y poniendo la letra que mata por delante del espíritu que da vida, en contra del consejo paulino.
El evangelio debe ser inculturado y, cuando no se le incultura, se le traiciona. Los ejemplos que siguen pueden aclarar esto un poco más.
2.- El evangelista Mateo, que es quizás el que cuenta más transgresiones de la Ley por parte de Jesús, es curiosamente el único que pone en sus labios la frase “no penséis que he venido a derogar la Ley… He venido a cumplirla hasta la última tilde”. Se nos da a entender así que, en aquellas transgresiones de la letra, Jesús estaba cumpliendo la Ley hasta el fondo, porque estaba custodiando su espíritu.
Y el espíritu fundamental de toda la ley evangélica es la misericordia: no una misericordia blandengue, por supuesto, sino una misericordia exigente. Pero de ningún modo una exigencia inmisericorde. Quizá, pues, tengan algo que decirnos aquí aquellas palabras con las que Jesús responde a los escándalos que causa su conducta misericordiosa: “a ver si aprendéis lo que significa ‘quiero misericordia y no sacrificio’… ” (Mt 9,13 y 12,7).
3.- La iglesia primera ofrece otro ejemplo palmario de esa fidelidad al espíritu por encima de la letra, con el abandono de la circuncisión. La circuncisión tenía algo de sagrado como símbolo expresivo de la unión entre Dios y su pueblo; podría haber valido también de ella la citada palabra de Jesús: “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. Sin embargo, la Iglesia abandonó esa práctica tras fuertes discusiones y contra la opinión de algunos que creían ser más fieles a Dios y, en realidad, buscaban su propia seguridad. Gracias a aquella decisión tan discutida, la Iglesia no sólo fue fiel a Dios sino que abrió las puertas a la evangelización del mundo entero. Y hoy aquella decisión nos puede parecer evidente pero entonces les resultó a muchos escandalosa.
El mismo Pedro, en su discurso en defensa de aquella decisión, que hoy nos parece tan fiel al Espíritu de Jesús, habló de “no imponer un yugo que ni nuestros padres ni nosotros somos capaces de soportar” (Hchs 15,10). Este es uno de los mayores pecados que puede cometer la Iglesia. Y es muy discutible que personas célibes puedan comprender lo que significa convivir cada día íntima y pacíficamente con otra persona con la que no hay la más mínima sintonía. Como es discutible que personas célibes pudieran abstenerse de mantener relaciones sexuales con una persona con la que se convive día y noche y a la que se ama.
4.- Tememos que los defensores del rigor piensen que instalar en la Iglesia una “disciplina de misericordia” equivaldría a abrir las puertas a una relajación moral, o a que la Iglesia acepta los mismos criterios sobre el divorcio que nuestra sociedad pagana. En realidad no es así: no se cuestiona en absoluto la indisolubilidad del matrimonio; y la disciplina de misericordia sigue siendo una disciplina a la que no todos podrán acogerse: porque reclama arrepentimiento, reconocimiento de culpa y propósito firme de enmienda. De lo que se trata es de no dejar solos y sin ayuda a quienes han fracasado. Como Jesús: que comía con pecadores no porque fuesen buenos, sino para que pudieran serlo.
Teresa de Ávila, cuyo centenario estamos celebrando, recuerda en su autobiografía, que cuando se sentía pecadora o infiel recurrió algunas veces a abstenerse de la oración porque no se sentía digna de ella. Hasta que descubrió que aquel remedio era peor que su mal. La misma Iglesia ha enseñado siempre (y la práctica lo confirma) que la participación en la Eucaristía puede ser una gran ayuda y una fuerza para vivir evangélicamente. Nos tememos que privar de esa fuerza a quienes fracasaron en su primer proyecto matrimonial y han hecho ya penitencia por ese fracaso, podría acabar apartándolos de la fe.
5.- Finalmente queda la pregunta de si ha de tener la Iglesia una doble medida para las infidelidades al evangelio que afectan al campo sexual y para las que afectan a otros campos de la moral.
Por ejemplo: la iglesia ha enseñado siempre que el único propietario de los bienes de la tierra es Dios y que los hombres somos sólo administradores de aquello que creemos poseer. Esa condición de administrador pide al hombre poner todos los bienes que tiene de más, al servicio de los que tienen menos: de los pobres y de los carentes de medios. Precisamente por eso, la Iglesia no reconoce un derecho absoluto a la propiedad privada, sino sólo en la medida en que éste sea un medio para satisfacer el derecho primario y absoluto de todos los hombres a los bienes de la tierra. Esa enseñanza del destino primario de los bienes de la tierra, tantas veces recordada por los últimos papas, la incumple una mayoría de católicos sin mostrar además el más mínimo arrepentimiento ni voluntad de enmienda por ello. Porque esa enseñanza de la Iglesia es también muy contraria a la mentalidad de este mundo pagano. Pero ¿no es una palmaria injusticia que ésos católicos sean admitidos a recibir unos sacramentos que se niegan a los otros casos de pareja fracasada, cuando en éstos haya un arrepentimiento y voluntad de enmienda que no se dan en aquellos?
Dios no tiene dos pesos y dos medidas, o mejor aún: su parcialidad es siempre a favor de los más pobres y de las víctimas. En las parábolas que cuenta el evangelio del fariseo y el publicano o del hermano mayor del pródigo, Jesús estuvo sorprendentemente de parte de los transgresores: porque a quienes los acusaban, todas sus obras buenas no les habían servido para tener un corazón bueno, sino para tener un corazón duro.
Nada más, hermano Pedro. Sólo hemos querido exponer una opinión. Pero agradecemos mucho tus esfuerzos, en medio de tan crueles resistencias, por dar a la Iglesia un rostro más conforme con el Evangelio y con lo que Jesús se merece.
Lista completa de los primeros firmantes
Xavier Alegre Santamaría
José I. Calleja Saenz de Navarrete
Joan Carrera i Carrera
Nicolás Castellanos Franco
Maria Teresa Davila
Antonio Duato
Ximo García Roca
José Ignacio González Faus
Luis González-Carvajal
Mª. Terea Iribarren Echarri
Jesús Martínez Gordo
José Antonio Pagola
Joaquín Perea
Bernardo Pérez Andreo
Josep Mª Rambla Blanch
Lucía Ramón Carbonell
Andrés Torres Queiruga
José Manuel Vidal
Javier Vitoria Cormenzana
Josep Vives i Solé
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