Como decía, yo llegué hasta allí caminando. ¿Desde dónde?, desde la Torre Eiffel. Era un día súper ventoso en París, y a 300 metros de altura mucho más, pero ya contaré sobre eso cuando escriba sobre mi visita a la torre más famosa del mundo. Lo que nos ocupa hoy es el Louvre.
Bueno, para ir de la torre al Louvre, no hay cómo perderse (Landriscina dixit). La torre está a orillas del Sena, y el Louvre también, así que lo único que hay que hacer es seguir el río aguas arriba, es decir hacia la dirección contraria a la corriente (si es que a lo que hay en el Sena se le puede llamar corriente). Desde un punto a otro, serán unos 3 kilómetros de recorrido, o sea poco más de 1 hora, a paso tranquilo, conociendo de paso la vida parisina alrededor del Sena. Gente haciendo footing, gente pescando, gente de traje y corbata comiendo de un tupper (?), turistas a montones, barcazas paseando a más turistas, alguno en bicicleta, alguno paseando el perro. En el trayecto, se cruza el Puente del Alma, famoso porque allí tuvo el accidente Ladi Di, y más adelante el Grand Palais de París (por la parte de atrás, en el lado opuesto a Champs Elysees), y finalmente se llega a la Plaza de la Concordia.
La plaza de la Concordia es una gran plaza rectangular con un obelisco en el medio, siendo la plaza más grande de París, y la 2º más grande de toda Francia. Esta plaza es famosa principalmente por dos cosas: 1- es el inicio de la Avenida de Champs Elysees, y 2- es el lugar donde se instaló la guillotina durante la revolución francesa de 1.789. Allí fueron ejecutados, entre otros, Luis XVI y María Antonieta.
A partir de ahí, el parque pasó a ser público y pasó a ser el jardín de “entrada” al Louvre. Hay unos 1.000 metros a través del parque, desde la Plaza de la Concordia, hasta el famoso Triángulo del Louvre. En el camino, el Arco de Triunfo del Carrusel, construido por Napoleón en el siglo XIX.
Y finalmente llegamos al Louvre. Como no podía ser de otra manera, es enorme. El Triángulo, que a veces en fotos no parece tan grande, tiene más de 25 metros de altura.
La Gioconda está en la Sala Denon (una de las 3 grandes salas del museo), en la sección pintura italiana. Para llegar a esta sala, hay que volver a subir, esta vez por el interior del museo, 2 plantas más arriba. Es bastante fácil llegar, ya que todos está correctamente señalizado (el método universal: carteles con flechitas que dicen Gioconda). O sino, lo más fácil, seguir a los turistas. Todos van a ver a la dama que sonríe.
Mi otro objetivo dentro del Louvre, la Venus de Milo, en esos días estaba en restauración, y no estaba expuesta al público. O sea que pagué 6 euros solamente para ver a la dama que sonríe. La verdad, valió la pena, no sólo por la Gioconda, sino que paseando por ahí adentro entre tanta pintura famosa, uno se siente un poco más “culto”, aunque sólo sea eso. Y ya, hora de salir, se nota en la cara de los empleados del museo, que ya no quieren ver nuestras caras.
Ya anochecía en París, y me esperaban para una noche de vodka (?), así que ahí mismo me metí al metro, con destino a la Estación Belleville, mi rinconcito latino en aquel verano parisino.