Conociendo la Historia – Historias de piratas

Publicado el 07 diciembre 2016 por César César Del Campo De Acuña @Cincodayscom

Conociendo la Historia…por César del Campo de Acuña

Historia de Piratas

He sentido fascinación por la historia de los piratas desde la primera vez que leí La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson influenciado por un personaje de comic de cuyo nombre no consigo acordarme. Les he dedicado no pocas páginas a diferentes personajes relevantes de la edad dorada de la piratería e incluso he escrito, con gran interés, sobre los orígenes de la Jolly Roger, el pabellón pirata. Pero, lo que nunca he hecho es dedicarle tiempo a las pequeñas menudencias con las que convivían estos lobos de mar en su día a día y entre abordaje y abordaje. ¿Cómo y dónde vivían? ¿A qué le tenían miedo? ¿Qué comían? ¿Con que arsenal atacaban a los pobres desdichados que se convertían en sus presas? … muchas preguntas.

Y respondiendo primero a la última cuestión formulada hablemos del armamento dispuesto para sus pendencias. Si leyeron la entrada que le dedique a Barbanegra, sabrán que las pistolas, sables y hachas de abordaje eran el común denominador entre el arsenal pirata. ¿Pero qué mejor arma había que sus castillos flotantes? A diferencia de lo que el cine nos ha hecho creer habitualmente los piratas no se enzarzaban en cruentos combates casco a casco contra enormes buques, sino que atacaban duro y rápido y se desvanecían. Habitualmente navegaban en balandras y goletas que les permitieran maniobrar velozmente, armadas con entre 6 y 18 cañones debido a las reducidas dimensiones de su bodega. Tengan en cuenta que hablamos de unas embarcaciones que rara vez superaban las 120 toneladas de peso y pocas veces tenían más de un palo. Piratas como el citado Barbanegra (con el Adventure) o Jack Rackham (navegando sobre el Williams) causaron estragos a bordo de balandros que alcanzaban una velocidad de 11 nudos (unos 20 kilómetros la hora…una barbaridad para su tiempo).  Pero oigan, no piensen ni por un momento que corsarios, filibusteros y demás ralea solo navegaron sobre las cubiertas de este tipo de barcos ya que también atacaron desde bergantines y poderosos buques. Entre los más famosos tenemos los bergantines Good Fortune (de 18 cañones) y el Sea King (de 30) ambos pilotados en 1721 por Bartholomew Roberts. Un año después, capitaneaba el buque Great Ranger de 32 cañones y 800 toneladas de peso. Pero si hubo un navío que casaba con la imagen mostrada por Hollywood en sus películas fue el Fancy de Henry Avery que con 46 bocas de fuego y 150 tripulantes era capaz de estremecer de miedo a cualquier rival sobre el mar.

Pero el arsenal pirata no se limitaba a poner panza con panza a las naves y destrozarse con bolas de cañón (por cierto, de bronce hasta el siglo XVII y de hierro desde entonces) de 4 kilogramos de peso o metralla para barrer las cubiertas, sino que contaban con gran cantidad de armas como el machete, las espadas, las dagas y las hachas de abordaje. Si la cosa no alcanzaba, los bicheros hacían las veces de lanza y es que la inventiva hace gran cosa en momentos de necesidad. Si pasamos a las armas de fuego, ahí tenemos la pistola de chispa de un solo tiro de las que Barbanegra hizo buen uso portando hasta cuatro al combate por aquello de lo mucho que costaba cargarlas (aunque una vez usadas se utilizaban como cachiporras al pesar entre 2 y 3 kilogramos). Sumen al arsenal pirata las granadas incendiarias y de fragmentación, los mosquetes (solo utilizados para barrer la cubierta al principio del abordaje) y el terrible trabuco, que a pesar de su imprecisión resultaba letal si se cebaba con metralla. Pero, y a pesar de esta colección de horrores metálicos, el arma más poderosa de la que disponían los piratas era su bandera. Alzar el pabellón pirata (sin cuartel) causaba el suficiente pavor para que las presas se rindieran sin disparar un solo tiro. Si Isabel la Católica invento la guerra química (dijo que no se cambiaría de camisa hasta echar al último musulmán de España y tardo más de siete años), los piratas inventaron la guerra psicológica con la Jolly Roger.

Oiga ¿y entre refriega, asalto y abordaje donde paraban? Pueden estar preguntándose. Bien, a esta pregunta hay que señalar cuatro nidos o puertos francos donde los Piratas podían echar el amarre y gastarse lo que les tocara del botín. Me refiero a Tortuga (sede de los Hermanos de la costa que tuvo su apogeo entre el 1630 y el 1700 gracias a sus numerosos islotes y a su puerto natural), Port Royal (Jamaica, isla conquistada por Inglaterra en 1655 que llegaba a proteger y ocultar a bucaneros, filibusteros y corsarios que atentaran contra los intereses españoles en aquellas aguas tuvo en Port Royal el centro por antonomasia del mundo pirata llegando a ser gobernada por el conocido Henry Morgan), Nassau (en Nueva Providencia, se ocultaron lobos de mar tan ilustres como Barbanegra, Charles Vane o Jack Rackham debido a que desde su archipiélago se podían controlar las rutas navieras caribeñas y atlánticas) y finalmente Belice (donde se asentaron filibusteros y tuvo su apogeo desde mediados del siglo XVII a principios del siguiente).

Y en esos puertos francos eran el lugar donde no solo se gastaban sus ganancias, sino donde se abastecían. Al estar acosados, evidentemente, por la justicia no podían echar el ancla en demasiados sitios y cosas como el agua dulce llegaban a convertirse en auténticos lujos a bordo de un balandro pirata. No solo para beber, sino para cocinar. ¿Y que comían? Básicamente todo lo que pudieran pescar. Peces, tortugas (de las que se aprovechaba hasta el hígado) y marisco componían la dieta habitual del pirata. Aunque estos no dudaban en hincarle el diente a cualquier cosa como aves, ganado silvestre, cobayas, monos serpientes o animales de granja saqueados en las aldeas del litoral como gallinas, vacas, cabras y cerdos. Por otro lado, si el capitán tenía el más mínimo interés en que su empresa tuviera éxito antes de salir se aprovisionaba de grandes cantidades de carne ahumada y en salazón comprada a los bucaneros (habitante de la parte occidental de la isla de La Española, que se dedicaba a cazar vacas y cerdos salvajes para bu canear, es decir, ahumar la carne por lo que igual, los Tampa Bay Buccaneers se tendrían que cambiar el nombre). Comer no comían bien, pero al menos había más variedad que en la Royal Navy donde las raciones de galletas mohosas con algo de carne y un buche de agua era el pan nuestro de cada día para los desdichados que terminaban sirviendo (forzosamente o no) en la armada británica de su graciosa majestad en la marinería. Donde este el grog (que verdaderamente era consumido por los piratas) que se quite lo demás.

Y es que una larga temporada en la mar podía poner las cosas muy cuesta arriba a una tripulación pirata. No vean solo el peligro constante de ser perseguidos por las autoridades (con razón), el hambre o el estar buscando cada día presas contra las que se jugaban, literalmente, la vida. La vida en cubierta no era fácil y aunque en un barco pirata las normas no eran tan estrictas como en otros barcos había tareas que hacer y el contramaestre era el responsable de que se llevaran a cabo. Quizás una de las más penosas era el carenado. En el caribe, proliferan las algas y los moluscos y no tardaban en pegarse a los cascos de las naves restándoles movilidad y ayudando a que la madera se pudriera a gran velocidad. Para quitarlos, al no poder parar en un astillero, los piratas tenían que buscar una playa desierta, encallar el barco en ella y limpiar el casco de estas criaturas y reparar lo que pudieran. No hace falta decir que aquello era sumamente peligroso, ya que si eran divisados por un barco de guerra se encontrarían en gran desventaja para enfrentarse a él.  Porque si, los piratas, como cualquier persona tenían miedo a morir y su fin, si eran atrapados, no era otro que la horca. A fin de cuentas, para las autoridades no eran otra cosa que escoria.

Curiosamente, hasta principios del siglo XVIII en Inglaterra tenían cierta tolerancia con la tripulación, ajusticiando en el cadalso únicamente al capitán, el intendente, el contramaestre, el timonel y los otros cargos importantes de la tripulación. Pero a partir de entonces se empezó a ejecutar a tripulaciones enteras sin importar rango o edad. Desde el juicio de William Kidd (que duro dos años), se agilizaron los procesos judiciales. Los tribunales apenas tardaban dos días en sentenciar a los reos y con esta clase de medidas casi se erradico la piratería entorno a la década de 1720. Oh, y por si se preguntan que se hacía con los cadáveres les contare que mientras que muchos recibían cristiana sepultura otros eran colgados en las bocanas de los puertos europeos y caribeños durante tres mareas o hasta que se descarnara. El citado William Kidd estuvo tres días pudriéndose a vista de todos en 1701 junto al Támesis. Sea como fuere, ser colgado en Inglaterra siempre resultaba más conveniente que caer en manos de los españoles como Jean Fleaury, asaltante del llamado Tesoro de Moctezuma en 1527 que termino siendo atormentado en las cárceles de Carlos V antes de ser ahorcado.

Pero los piratas no temían solo la justicia de las autoridades ya que si infringían sus propias normas los castigos que podían sufrir no se quedaban atrás con respecto a los administrados por los gobiernos en términos de crueldad y sadismo. Si, podían ser simplemente expulsados por robar una parte del botín, pero también podían besar la quilla, un castigo que podría explicar como un carenado en alta mar con la espalda del ajusticiado el cual era destrozado por los moluscos pegados al casco mientras luchaba por respirar bajo la nave mientras su antiguos compañeros tiraban de los extremos de la cuerda atados a sus tobillos y muñecas. Otro castigo, muy peliculero, era el de abandonar a un hombre a su suerte en un islote desierto con una botella de pólvora, una de agua, una pistola y munición. Aquellos que quisieron desertar del Revenge de John Phillips lo sufrieron. Pero el grado de salvajismo máximo se daba en las naves que gobernó Bartholomew Roberts. En su flota, si alguien robaba a sus compañeros era desorejado, desnarigado y abandonado en un puerto concurrido para que llamara la atención de las autoridades que, probablemente, terminarían  llevándole al  patíbulo.

Y estas son solo algunas Historias de Piratas. Hay más que contar pero las dejo para el futuro ya que no conviene sacrificar todas las naves en un asalto.

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