El pasado viernes un hombre estrellaba su vehículo contra la denostada sede del PP en Génova 13, con dos bombonas de butano y, según El Mundo, una pequeña parafernalia que permitiera la denotación y que, en el caso de que hubiera ocurrido, no solo hubiera dañado la sede sino también edificios aledaños, amén de llevarse por delante al que cerca de por allí pasara. Por suerte nada de esto ocurrió, el autor del delito fue arrestado y solo hay que lamentar unos pocos desperfectos materiales. Nada demasiado grave.
¿O quizás sí? Porque a los minutos del ataque las redes sociales comenzaron a dar cobijo a toda una serie de bromas acerca del asunto (los conocidos “memes”). De la broma, como no podía ser de otra manera, se pasó al comentario justificativo (“se lo merecen”) y se concluyó con declaraciones como las de Teresa Rodríguez, eurodiputada de Podemos: “no hay que mirar las consecuencias, sino las causas y responsables de que la gente llegue a este nivel de desesperación”.
Por desgracia la señora Rodríguez ha errado completamente el tiro porque lo que podemos apreciar a raíz de la noticia y las reacciones suscitadas es que sí que nos importan las consecuencias. Lo que es peor: parecemos estar asumiendo una moral consecuencialista por la cual los hechos están bien o mal, o lo que es lo mismo son moralmente correctos o no, según el resultado producido. De esta manera lo más probable es que si las bombonas hubiesen explosionado se hubiera realizado una condena del ataque como algo que no debe ocurrir en una sociedad civilizada, pero dado que no ha ocurrido “nada” se justifica y se toma a risa y jolgorio lo ocurrido. Y esto prueba que algo falla.
Estrellar un coche con explosivos contra la sede de un partido político democrático, que suscribe una doctrina razonable dentro del pluralismo lógico en nuestras sociedades*, no es moralmente permisible. Tampoco lo sería en el hipotético caso de que la acción se hubiese llevado a cabo contra una sede de un renacido NSDAP o aunque el vehículo no hubiese llevado nada que explotara. Sin entrar en el asunto de causas de justificación que podríamos esgrimir en el caso, por ejemplo, de una guerra, lo que parece claro es que ninguna visión moral del mundo dentro de los límites democráticos puede entender como moralmente correcta esta acción, fueran cuales fueran las consecuencias posteriores.
Por desgracia este consecuencialismo no es cosa de un solo caso, sino que tiene también sus ecos en sucesos recientes como el de la violencia en el fútbol, donde se ha comenzado a actuar tras una muerte a pesar de que sabemos perfectamente que apalear a otros por expresar una preferencia distinta no suena demasiado democrático, o con declaraciones
como las de Willy Toledo, diciendo que en el secuestro de Sidney no pasaba nada porque “no había habido daños” y que la actuación policial era la que los había causado. ¿Hubiese cambiado su valoración del acto si durante el secuestro hubiese habido algún muerto? No debería: en ambos casos es condenable, siendo quizás este segundo caso aún más grave.
Constantemente reclamamos más democracia, con la dificultad que entraña saber a qué nos referimos exactamente, más participación y más deliberación pública. Suscribo estos tres puntos pero creo que con los mimbres que estamos demostrando tener no podemos crear un cesto apropiado. ¿Qué deliberación puede esperarse si consideramos moral dentro de una democracia constitucional el ataque a una sede de un partido político?, ¿si lo justificamos en la “desesperación”?, ¿no estamos precisamente destruyendo la arena del debate para dar paso a la de la violencia?
No es mi intención hacer aquí una disertación acerca de la moral, el derecho y la relación entre ambos, pero sí la de advertir contra los peligros de la Ley del Talión en lo referente a los cimientos del pacto social que nos permite convivir. Si de verdad queremos seguir caminando hacia una democracia mejor de la que hay ahora hechos como el del viernes 19 han de ser condenados por todas las fuerzas políticas democráticas y por la ciudadanía comprometida, dado que representan una amenaza para la propia esencia del sistema democrático. No perdamos nunca de vista la moralidad ni nos dejemos cegar por la cómoda y engañosa perspectiva del consecuencialismo
*Los términos están extraídos de las ideas de John Rawls en lo relativo a las sociedades liberales, la concepción de la razón pública y de la justicia y las diferentes doctrinas razonables en el seno de una sociedad plural.