Publicado en ValenciaOberta.es
Las acciones de los gobiernos de cualquier nivel tienen consecuencias. Cuando dichas acciones ya se han tomado con anterioridad en otros lugares podemos incluso preverlas. Así, cuando le damos a la maquinita de imprimir moneda sin respaldo, acabamos con inflaciones galopantes y billetes de tres palmos para hacer sitio a tantos ceros, al estilo de Zimbabue o con países estancados en la nada del crecimiento desde que hace más de veinte años como Japón. También hay buenos ejemplos, espejos donde mirarnos para obtener los resultados deseados.
Por esta razón, los gobiernos, cualquier gobierno debiera tomarse con mucha calma aquello de legislar. En este caso, sin lugar a dudas, menos es más. Ténganlo claro. Cuanto más tinta en el BOE, peor para todos nosotros. Con total honestidad les digo, que ojalá en muchos casos, en lugar de órdenes y decretos, nuestros próceres parieran traducciones y plagios de lo que funciona bien por ahí afuera. Sin prisa, desde luego. Pero sin inventar la rueda, claro.
No hay que ser muy espabilado para llegar a la conclusión de que si limitamos las horas que puede trabajar una fábrica, limitamos también el personal que puede contratar. Trabajando a tres turnos, podemos contratar el triple de personal, si somos capaces de colocar la producción. Si cambian fábrica por centro comercial o tienda, pasa exactamente lo mismo.
De la misma forma se tiramos al váter la mitad de la producción, habremos de trabajar el doble. Y nuestros costes laborales no es que sean la mitad del coste del trabajador, pero desde luego que van ciertamente a las cloacas. Al infecto submundo de la Seguridad Social, esa de las pensiones quebradas, la que después de toda una vida trabajando, te deja con un poder adquisitivo infame, con una pensión exigua, mientras alimenta a base de mariscadas y EREs a los prebostes de la defensa del trabajador.
El señor Ribó no puede actuar sobre el sueldo, pero sí que limita la posibilidad de trabajar más o menos horas y cuando recorta horarios lo pagan aquellos a quien dice defender. Y era previsible. Eliminar uno de los días de más caja para muchos comercios no puede tener otra consecuencia que suprimir puestos de trabajo. Cualquier inteligencia media hubiera llegado a la misma conclusión. No se trata de ninguna conspiración para dejarlo en mal lugar. Es solo el normal devenir de las cosas.
Quizá el alcalde no quiera que Valencia se convierta en Las Vegas. Quizá haya ciudadanos que sí. Habrá quien quiera comprar en domingo, como el amigo Errejón hacía este último fin de semana. Quizá algunos paseen. Lo que es bien seguro es que delegar en la Rita y su caloret o en Compromís nos sale demasiado caro a los valencianos. Mordidas. Pérdidas de inversión millonaria. El Cabañal por el aire o Singapur. Ser uno de los peores ejemplos de gobierno, en cualquier caso. Y bien merecido que nos lo tenemos.
Hemos delegado nuestras aspiraciones y nuestras ilusiones, nuestra vida y gran parte de nuestro futuro, por el brillo traidor de unas promesas avaladas por el vacío. Hemos obtenido el vacío y hemos vuelto a creer. Mientras hagamos dejación de funciones, las consecuencias serán siempre previsibles. Reclamemos la devolución de aquello que es nuestro. Decidir cuándo abro o cierro mi negocio. A quién vendo mi terreno, a qué lo dedico o si quiero construir mil o dos mil alturas en él. Tanto hueco les hemos hecho en nuestra cama, que no nos llega ya ni la sábana, y consecuentemente, estamos al borde de caernos.
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