La crisis económica está condenando al paro a miles de trabajadores que ni sospechaban que podría afectarles y, lo que es más dañino, no sabrían hacer otra cosa más que el trabajo al que se dedicaban. Además, a muchos les coge en una edad en la que es difícil que el mercado ofrezca alguna posibilidad de reintegración en el mundo laboral. Todo ello afecta sobremanera a la entereza psicológica de los parados hasta el extremo de sumirlos en una resignación que les impide luchar, les conduce a una postración de negativas consecuencias no sólo para él mismo, sino también para su entorno familiar y social más cercano.
Las prestaciones estatales, aunque menguadas, siguen posibilitando una red económica que ha de aprovecharse para cubrir las necesidades básicas y, en lo posible, preparar alternativas. Las relaciones laborales en un mundo mercantilizado no están sujetas a juicios morales que sirvan para valorar nuestra situación personal y malgastar tiempo en determinar si es justo o no lo que nos sucede. Sólo hay derechos y leyes que deben respetarse y, en caso de incumplimientos, la mejor defensa es organizarse con otros compañeros para que un abogado interponga los recursos pertinentes.
Deberemos ajustar nuestros recursos a la nueva situación y administrar las penurias. Carecer de vacaciones no es una calamidad, como tampoco ahorrar en gastos “suntuosos”, como las loterías, bares, gasolina y diversión. Se asombrará de la cantidad de dinero que derrochamos en estos “gastos” cotidianos. El teléfono está para que lo llamen, no para llamar. Y tener internet no requiere contratar un operador, sino abrir una cuenta de correo electrónico y consultarla en cualquier sitio que disponga de wifi. Salir cada mañana a la búsqueda de ofertas, distribuir currículos y consultar internet es una tarea que nos mantendrá alertas y en disposición de aprovechar la más mínima oportunidad que se presente.
Pero, aparte de todas estas estrategias de resistencia, lo verdaderamente importante es contar con el apoyo de la propia familia y de los amigos íntimos. Hay que comunicarles con franqueza la nueva situación en la que nos encontramos, no para esperar de ellos caridad y consuelo, sino para que colaboren en la búsqueda de salidas y en los sacrificios que hay que superar. La pareja y los hijos, con su comprensión, encienden el ánimo para recorrer con decisión un camino temporalmente repleto de obstáculos. Y los amigos actúan como sensores, en un radio más amplio, de nuevas ofertas laborales.