Consejos de Napoleón, el ratón de biblioteca: Desgracia, J. M. Coetzee

Publicado el 25 junio 2015 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Esta vez se trata de la novela Desgracia de J. M. Coetzee. Me cuesta contarles sobre este libro porque luego de leerlo me quede con la cabeza revuelta y el alma atribulada. Todo esto no debería ser tan raro pues muchas veces enloquezco al dar vuelta la última página de un libro apasionante, pero en esta ocasión fui enloqueciendo con cada página que pasaba y me hundí rápidamente en la historia.

No quiero contarles detalles. En realidad me gustaría escribir algo que se constituya en un gran motivador para que todxs tomen la decisión de leerla a partir de este comentario. Lo cierto es que motivos para hacerlo sobran y ahora se los explicaré.

Esta novela sucede en la Sudáfrica post Apartheid, con todos los acontecimientos oscuros que acarreaba esa época. Sin embargo, no es una novela que caiga en la crítica social simplona ni mucho menos arbitraria. David Lurie, el protagonista, es un hombre mayor que está parado al borde de un precipicio, acaso tratando de salvarse, pero que sin mucho tino termina por lanzarse al vacío –qué más podríamos esperar de un libro que se titula Desgracia. A partir de nuestro protagonista se desencadenan una serie de hechos sobre los cuales vale la pena hacer una reflexión. Como dije anteriormente, no quiero develarles la historia, así que solo hablaré de los hechos y no de los personajes.

En Desgracia, Coetzee aborda temas que han sido tratados en miles de ocasiones tanto en el cine como en la literatura: violación, discriminación racial, desigualdad social, abuso animal, soledad, sexo, putas, campo, ciudad. Nada nuevo en cuanto a temas. Lo llamativo se presenta en la forma de tratarlos, pues Coetzee narra pero se guarda los detalles para que sea el lector quien complete la experiencia. Y eso inevitablemente te deja sumido en la historia; es imposible no involucrarse demás con esas páginas, esos personajes.

El cómo los hechos están narrados es fundamental para, luego de terminar la lectura, reflexionar sobre la sociedad que construimos. Digo construimos porque somos todos actores, no solo las autoridades. Cada quién verá qué fibra es la que le toca el libro, eso está claro. A mí personalmente me chocó bastante el tema de la violación y el abuso contra la mujer, sobre todo en esta época de crudas cifras de femicidios y marchas “Ni una menos” para defenderse de ciertos hombres, no pude quedar indiferente ante este tema; no pude sino sufrir con las escenas de machos rodeando su presa. Insisto en que las imágenes que presenta el libro no son explícitas, por tanto eso les quita banalidad, les aumenta profundidad y permite al lector relacionarse con la historia desde una perspectiva muy personal.

Luego de terminar la novela, hablé con gente que también la había leído y, para mi sorpresa, los hombres tenían impresiones totalmente diferentes sobre las escenas de violación. La primera escena la protagoniza David Lurie, quien se aprovecha de una de sus alumnas. Esta chica se deja abusar, pues aunque no desea estar con el tipo, no dice le ni hace nada para tratar de evitarlo. La segunda violación es en contra de Lucy, hija de David, quién es ultrajada por tres hombres que van a asaltar su casa. Muchos hombres me decían que la primera violación “no era tan violación” porque estaba “más o menos consensuada”. Es decir, como la mina no dijo nada en contra, entonces el tipo tenía permiso para seguir adelante. La segunda, claro, ya no tenía cómo ser defendida.

A lo que voy con esto es a llamar a la reflexión. Por supuesto este no es el único tema que toca el libro, pero sí, a mi juicio, el más importante es nuestros tiempos. Es imperativo acabar con la violencia sexual contra las mujeres en todas sus formas: piropos, toqueteos en el transporte público, insultos, discriminación, violación, etc. Estas instancias que nos regala la literatura no deben ser desaprovechadas. Ojalá conversáramos estos temas siempre con nuestros pares, con nuestros niños. El abuso no debe ser justificado. No porque la víctima guarde silencio, el abusador es menos culpable. Debemos derribar esos mitos para construir una sociedad más igualitaria donde las mujeres no tengamos que tener miedo simplemente porque somos mujeres.

La invitación, pues, queda hecha. No solo a leer el libro, sino también a reflexionarlo y debatirlo después. La mejor forma de rendir homenaje a la literatura es extendiendo su mensaje más allá de la complicidad página-lector. La literatura quiere, también, contribuir al debate sobre cómo construimos una sociedad más igualitaria en todas las dimensiones. Démosle más vida a las historias con las que nos llenamos y no tengamos miedo a debatir, a instruirnos. Somos todos agentes de nuestro destino como humanidad, hagamos uso de nuestro poder.