Consejos de Napoleón: La borra del café

Publicado el 04 marzo 2015 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Nunca he conocido a alguien que sepa leer la borra de café. Lo único que sé sobre eso es el rumor que da vueltas por el mundo y en ocasiones llega a mis oídos. Es ese rumor el que siempre mantuvo viva la curiosidad en mí sobre tan enigmático arte de adivinación. Por tanto cuando La borra del café de Mario Benedetti llegó a mis manos, la expectativa fue gigante y las ganas de comenzarlo fueron insoportables. Es así como me paseé por los cuarenta y ocho fragmentos que convierten a La borra del café en una grandiosa novela que refleja la belleza de la vida y lo increíble que se puede tornar a veces.

Mario es un poeta por excelencia, de eso no hay duda, y, aunque La borra del café sea una novela, está plagada de poesía. Leer este libro es presenciar la majestuosidad de la pluma de Mario, es como si verso y prosa se hubiesen comprometido en una unión divina y Mario fuera el encargado oficial de darlo a conocer. La historia misma es como un poema, que puede ser fácilmente reflejada en la vida de cualquier ser humano, pues son vivencias, son emociones las protagonistas de esta bella historia. No hay duda de que Claudio (el protagonista) puede ser un chico cualquiera nacido en cualquier ciudad, en cualquier barrio, pues no es una historia fantasiosa, es la historia humana de un ser al que le pueden llegar a pasar cosas increíbles. Dichas cosas son, por ejemplo, la existencia de la niña de la higuera, Rita, cuya participación en la vida de Claudio es sin duda mágica. También está la reiteración de una hora en su vida: las tres y diez;  muchas cosas definitivas en la vida de Claudio están marcadas por la misma hora. Mágico. Sin embargo, también es una vida como cualquier otra: una familia, constantes mudanzas, el descubrimiento del amor, la muerte de un ser querido (en este caso la madre). Y es eso, justamente, lo que hace a La borra del café una novela humana por excelencia.

Por otro lado, hay un ingrediente que para mí es el mejor, el más bello, el más real. Ese ingrediente es la amistad que Claudio tuvo en sus primeros años en la casa que él considera su único hogar: la de Capurro. Me conmovió muchísimo esa bellísima amistad que se gesta en la temprana edad de los seres humanos. Esa amistad que nos hacía más fuerte, que en muchos aspectos forjó nuestro carácter y nos enseñó que tenemos un lugar ganado en el mundo. Hablo de esa amistad que Gordie en la película Cuenta Conmigo recuerda con nostalgia: “Nunca más volví a tener amigos como los que tuve a los doce años. Cielos, ¿acaso alguien sí?”. Esas amistades de aquella época que al emerger en nuestros recuerdos nos dan una cosquillita en la panza y una punzada de nostalgia en el alma. Esas amistades que no se repiten y que solo Benedetti puede traer a colación juntando verso y prosa para removernos lo más sagrado que guarda el corazón.

Por Cristal