Nunca he tenido una fuerte relación con el cine. He visto muy pocas películas que, sin embargo, han significado mucho para mí. Quizás por eso mismo no he visto tantas, porque nunca me siento lista para inmortalizar momentos y personas en películas inolvidables. No lo sé. Lo cierto es que desde que apareció el Séptimo Vicio (programa de cine del canal Via X en Chile) no he podido perdérmelo ni una vez. Y si es cuestión de confesar, jamás he visto una película o documental recomendado por Gonzalo Frías, su conductor. En realidad no veo el Séptimo Vicio para convertirme en cinéfila, lo veo porque no puedo resistirme a la pasión que le pone Gonzalo a su programa, no puedo no sentirme llena de su amor por lo que hace. Quizás simplemente lo veo porque me gustan los soñadores felices y eso es exactamente lo que es Gonzalo Frías.
Ese debe haber sido el motivo por el cual cuando me enteré de que editaría su primer libro, corrí a comprarlo. Porque en cierto modo estoy enamorada de la pasión que transmite. Pero no me malentiendan, no soy una groopie. No escribo esta reseña por amor platónico a Gonzalo. Simplemente se trata de conectarse con las emociones de otros y hacerlas propias. En eso consiste ser humano, ¿no?
El libro del que les hablo se llama Tracking: Una historia sobre mi familia y mis películas. Que básicamente es varias historias en una sola. La primera, Lois Lane, sin duda alguna es la más dura de todas, habla sobre su madre: su evolución, su vida, su cáncer, su muerte. Pero habla además del cruel trato que a veces tenía el autor con ella, de las punzantes palabras que él le decía en sus peores momentos contra el cáncer: “¿Sabes que toda la menstruación que tuviste después de tenerme fueron partes mías que quedaron rezagadas? ¡Esa era mi sangre! ¿!Para qué me tuviste si te vas a morir?! ¡Habría gateado de vuelta”. Mientras que la madre pensaba “Gonzalo me ama cuando me dice cosas horribles. Él no lo sabe, pero es su manera de quererme”. Otro momento alucinante en dicha historia es cuando el autor cuenta que le dijo a su madre que olía mal, a podrido, a cosa muerta. ¿Cómo se toma alguien enfermo de cáncer esas palabras cancerígenas? Bueno, la madre de Gonzalo lo mandaba al cine para que la no la viera llorar y él dice en el libro: “Ahí seguramente la quebré y se armó nuevamente mientras yo veía películas”.
Tracking es un libro durísimo. Bellísimo. Real. Humano. Yo no soy del tipo de persona que llora con un libro, una película o la vida real. Pero con Tracking estuve todo el tiempo a lo Zalo Reyes: con una lágrima en la garganta. El valor humano de este libro es inconmensurable, toca todas las fibras del ser, no se puede quedar indiferente cuando se nos muestra con tanta elocuencia todas las caras que tenemos las personas, todas las vueltas que da la vida. No es un libro tanto de cine como de la vida. O quizás es un libro donde el cine y la vida son lo mismo.
Lo leí en muy pocos días porque cada vez que me era posible hundía mi nariz en él. No podía resistirme a saber qué sucedería luego. Una vez que lo terminé no podía dejarlo en la casa. Lo releí varias veces y cuando me cansé de releerlo lo seguía llevando conmigo a todos lados. Lo sentía parte de mí. Sentía que mi mamá también estaba en ese libro, que la lágrima de mi garganta había quedado atrapada en esas frases, que yo era la adolescente cruel con una madre indulgente y amorosa por excelencia. Sentía a Las Cruces, a San Antonio como mis pueblos, como mi gente. Me sentía segura cuando caminaba por las calles con el libro bajo el brazo porque sentía que estaba llevando a los personajes a un paseo para aliviar el dolor que todos compartíamos en cierta manera. Me sentía reparando algo, armando a una madre rota, recuperando a un amigo. Me costó muchos días dejar Tracking en casa y borrarme las historias que habían quedado grabadas en mi piel. Muchas noches soñé con el niño que espera junto a su hermano a un padre que nunca llega. Muchos días deseé ir al cine con el abuelo apañador. O quise ver una película en compañía de una señora amante de las pelis piratas. Ni hablar de las veces que llamaba a mi mamá solo para hablar sobre Tracking. Mamá y yo quedamos eternamente unidas por las letras que componen este hermoso relato.
Para mí los libros son lo que las películas para Gonzalo. Y sí, cuesta separar los momentos vividos de la literatura o el cine. Todo es una gran suma de hechos que forman parte de nuestro guión. Somos cine, somos libros, somos palabra. No hay duda. Todo es un gran texto: la piel, los gestos, la mirada, la vida misma. Gonzalo ocupa las palabras en este libro para recordarnos de qué está hecha la vida y la muerte. “Nadie te dice esa parte. Tu mamá puede morirse en la mitad de tu película”, dice Gonzalo en Lois Lane, el primer relato de Tracking. Y es cierto, muy cierto. Pero también en la mitad de tu película pueden aparecer otros hitos. Para mí el gran hito de este año ha sido la llegada de Tracking a la mitad de mi película, que no vino ya para dejar una herida imborrable, sino una huella. Una huella hecha por un relato de verdad cruda que cambia de alguna forma el curso de mi vida, de mis libros, de mis películas.