Entré con ciertas dudas en el pasillo en el que se abrían puertas a un lado y otro. Estaba lleno de chicas que entraban y salían y me miraban con cierto recelo.
-¿Marta? -pregunté yo en voz alta, inquieto ante algunas miradas hostiles que estaba recibiendo de algunas de las mujeres que me miraban como si fuera un mirón degenerado.-¡Estoy aquíiiii! -pitó su voz desde algún lugar sumergido en el fondo del pasillo -¡ven!-Oye... -dije yo, tras localizar con alguna dificultad la puerta tras la que había surgido su voz.-¿Entras y ves cómo me queda el vestido que me estoy probando? -me dijo ella, sin dejarme hablar.-Eh ¿yo? -pregunté estúpidamente, algo avergonzado- bueno pues...-Corre, entra -dijo ella, abriendo la puerta. Entre en la pequeña sala, en la que había el espacio justo para que cupiéramos los dos. La encontré descalza, de puntillas, mirándose en un espejo colgado en una de las paredes. Llevaba puesto un vestido blanco prístino, que recorría su cuerpo marcando con precisión cada curva que se encontrara en su camino. Se dio la vuelta en cuanto cerré la puerta.-¿Qué te parece? -me preguntó, mirándome con una media sonrisa traviesa.¿Que qué me parecía? Joder. Estaba impresionante. Su piel morena contrastaba contra el blanco del vestido, que remarcaba con eficacia todas sus bondades y las ponía en perfecto orden de revista: era una prenda corta, que cubría apenas el comienzo de sus muslos; de manga corta y un profundo escote en U en el que me perdí nada más verlo. -¿No dices nada? ¿No me queda bien? -preguntó ella, sin dejar de sonreír, la muy desgraciada. Traté de alzar la mirada y fijarme en sus bonitos ojos verdes, pero me fue materialmente imposible hacerlo. -Joder -acerté a decir, sin poder despegar los ojos de su cuerpo. De verdad que quería mirar a otra parte, pero fue completamente imposible.-Te vas a quedar bizco -dijo ella, acercándose un poco más.-Joder -repetí yo, en un alarde de expresividad y autocontrol.-Eso es que me queda bien ¿no? -dijo aquella pequeña torturadora profesional, mientras aquellas dos ubres se agitaban a escasos centímetros de mis ojos. -Estás preciosa -dije por fin, haciendo uso de una fuerza de voluntad sobrehumana y mirándola por primera vez a los ojos- en serio.-¿De verdad? -gritó ella, dando un saltito que provocó que su pecho chocara ligeramente con el mío.-Sí -dije yo, tragando saliva. La visión de su cuerpo y su cercanía habían nublado completamente mi juicio, así que no fui consciente de sus siguientes movimientos. En alguna parte de mi cabeza había una neurona que no gritaba "¡Tetas, tetas, tetas!" sino que intentaba reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo en aquel pequeño probador y trataba de considerar si nos encontrábamos ante lo que vulgarmente se denomina "oportunidad de pillar cacho". Su discurso apenas se escuchaba bajo el ensordecedor grito de mis hormonas y mi inexperiencia no me permitía centrarme en ella, pero mi cuerpo decidió tomar cartas en el asunto y hacer algo. Levantó mis manos, que yo observaba como si no me pertenecieron y las obligó a agarrar a Marta de la cintura, empujándola contra mí.-Pero, ¿qué...? -dijo, ella aplastetándose contra mí con un gritito de sorpresa. Puso sus manos sobre mi pecho y alzando la cabeza hacia mí, me miró.-Marta. -dije yo, con un hilillo de voz mientras le miraba a los labios- yo... yo...Nos quedamos en silencio unos segundos. Yo trataba de pensar si podía lanzarme o no y ella me miraba con una expresión de sorpresa en la cara, como si me estuviera viendo por primera vez. Pero no se apartó, siguió allí, expectante. Aquello debí haberlo visto como una buena señal, pero mi cabeza no estaba para valorar nada. Seguía pasando el tiempo y sus ojos se clavaron en los míos "¿qué vas a hacer?" parecía que me preguntaban, con cierta malicia divertida. Me gustaría decir que la derretí con un beso allí mismo, pero no fue así. Me quedé completamente bloqueado por el miedo escénico. Mis manos estaban crispadas, sudorosas, agarradas a su vestido, realmente cerca de su culo pero sin llegar a tocarlo en ningún momento. Debieron pasar unos quince segundos, que me parecieron horas, notando el contacto de su cuerpo sobre el mío y la cercanía de sus labios. Ella debió notar otras cosas duras reposando sobre su estómago. Y no hice nada. Salvo mirarla embobado, blanco y tembloroso. -Ya he notado que te ha gustado -me dijo ella, riendo y apartándose un poco, rompiendo el silencio.-Sí -dije yo, muerto de la vergüenza, soltándola y dejando caer las manos.-Gracias -me dijo, poniéndose de puntillas y dándome un beso en la mejilla, pero rozando mis labios ligeramente- eres un encanto.Aquella fue la primera de las frases funestas que aprendí a lo largo del tiempo que venían a indicar un fracaso en el terreno del flirteo. En otro contexto podrían tomarse como algo positivo, pero, en ese en particular, ocultaban un significado mucho más negativo, que dejaba claro que no tenías ninguna oportunidad de alcanzar tus lujuriosos propósitos.Suspiré, dando un paso atrás, rojo como un tomate, dándome cuenta del ridículo cosechado. Me había cagado en el peor momento, dejando pasar una oportunidad que tal vez no se volviera a repetir.-Bueno, yo salgo ya ¿no? -dije, mirando al suelo.-Sí, que me voy a cambiar. Espérame fuera ¿vale? -me dijo, guiñándome un ojo, dándose la vuelta y empezando a quitarse el vestido sin darme tiempo siquiera a cerrar la puerta completamente. La última visión que tuve de ella, fue de su espalda y su sujetador color beige. Minutos después, haciendo cola ambos para pagar el vestido, ella me hablaba como si nada hubiera pasado, cosa que agradecí profundamente, ya me hizo más fácil pasar aquel mal trago. Alonso tampoco tardó en aparecer, con una Coca Cola en su mano. -¿Qué tal, chicos? ¿Ha habido suerte? -nos preguntó.-Depende de a quien preguntes -contestó Marta con maldad, pellizcándome el trasero y dándome la bolsa con la otra mano para que se la llevara. Alonso nos miró a ambos, sin saber exactamente a qué se refería su prima, pero encogiéndose de hombros.-¿Entonces?-Entonces vamos a buscar unos zapatos -gritó ella, con su andar particular, mitad carrera de pasos cortos, mitad salto. La muy fresca.Llegamos a casa anocheciendo, con el tiempo justo para ducharnos, tomar algo rápido y encaminarnos a la fiesta que nos habían invitado. El padre de Marta, como siempre, nos dio dinero para el taxi, el pobre hombre, que fue de nuevo introducido en el sujetador de su hija, para futuros usos alcohólicos ya que cogimos el autobús.La fiesta se celebraba en el chalet de uno de aquellos chavales sin nombre. En la puerta nos encontramos con Ali, a la que Marta saludó fríamente, casi sin hacerle caso para después atravesar rápidamente la puerta de entrada y perderse entre agudos chillidos en el bullicio, sin despedirse apenas de nosotros. -Aquí estamos otra vez -dijo Alonso, que se encaminó directamente a una mesa donde se alzaban orgullosas una gran cantidad de botellas.Todavía confundido por lo vivido aquella tarde, yo me quedé allí, sin saber a dónde dirigirme. -¿Qué te parece si te presento a unas amigas? -me dijo Ali, cogiéndome del brazo y rescatándome de mí mismo.**¿Os ha gustado entra entrada? ¡Si es así, no os olvidéis votarla y compartirla (Facebook, Twitter). Si no os podéis perder ni uno sólo de las desastrosas aventuras de Alonso o nada de este jaleo que suelo publicar, podéis suscribiros para que os lleguen todas las entradas por correo electrónico. ¡Y no os olvidéis de comentar! ¡El blog tiene vida gracias a vosotros!