Consejos para un lío de faldas: Unos nuevos amigos

Publicado el 22 mayo 2014 por Javier De Lara @FValentis
Si quieres leer la entrega anterior de esta lamentable historia, pincha aquí. Si quieres ir al principio de los tiempos y enterarte de quién narices es Alonso y por qué estoy hablando de las tetas de su prima, mejor que empieces por el principio.
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Tras las gélidas presentaciones, Alonso y yo descubrimos con fastidio que ahora formábamos parte de un grupo de amigotes. O al menos, eso es lo que pretendía Marta, que nos integráramos con aquellos completos desconocidos para que ella pudiera mariposear sin preocuparse demasiado de nosotros. La estampa que debíamos ofrecer a un observador externo debía ser espectacular. La prima de Alonso, por derechos gravitatorios se había convertido en el centro de atracción del grupo, ya que todos orbitábamos a su alrededor: ellas lanzándole miradas asesinas por estar robándoles la atención de sus amigos; ellos turnándose para recibir la de Marta:  y, finalmente, nosotros, con las manos en los bolsillos, observando todo lo que ocurría sin que nadie nos observara. 

Pasaba el tiempo y cada vez estábamos más desesperados. Le di una patada a un hielo, mientras Alonso miraba detenidamente el fondo del cubata vacío que tenía en la mano. Apenas intercambiábamos alguna palabras, dándonos cuenta del papel que estábamos desempeñando. Lo único bueno de toda aquella situación es que Marta no parecía demasiada interesada en ninguno de los chicos que la rodeaban. O, mejor dicho, sólo parecía interesada en resultarles interesante. Bailaba con todos ellos, restregándose y ofreciendo las mejores vistas posibles, pero cuando alguno trataba de realizar un acercamiento más audaz, les esquivaba, gritito mediante, para saltar al siguiente varón disponible.

-Mira qué hora es -me dijo Alonso, enseñándome su reloj- esta tortura se acaba, por suerte.

-Vaya desastre -dije yo, sin dejar de mirar el reloj, como si quisiera que las manecillas giraran más rápido.
-Hola -sonó una voz a nuestras espaldas. Nos dimos la vuelta y nos encontramos con Alicia, la chica que acabábamos de conocer y la única que se había molestado en mostrar un mínimo de interés en nosotros, aunque pudiera ser fingido.
-Hola -dijo Alonso, fríamente.
-¿Es tu prima? Eso es lo que ha dicho, al menos-preguntó señalando a Marta, que danzatetaba entre un corro de hormonas masculinas en ebullición, con cara de disfrute. 
-Sí -dijo Alonso, que no parecía muy por la labor de hablar con la recién llegada.
-Prima segunda -concreté yo, bromeando con una dosis de mala leche incluída.
-La verdad es que la acabo de conocer  -reconoció Alonso, sonriendo y algo más relajado por mis palabras.
-Menos mal -dijo Alicia, con el rostro serio, pero un ligero tono de guasa que me hizo sonreír.
El resto de la conversación no tuvo demasiada importancia, entre otras cosas porque se perdió gran parte de ella bajo la música. Pero al menos nos quedó el recuerdo de la simpatía de aquella desconocida, que aparentaba ser seria pero que todo cuanto decía parecía contener una broma oculta. Los minutos que faltaban para que tuviéramos que irnos pasaron rápidos gracias a ella. Cuando llegó la hora límite que los tíos de Alonso nos habían impuesto para que Marta volviera a casa, la llamamos para que abandonara sus tareas de calentamiento global, cosa que aceptó dócilmente para nuestra sorpresa y enfado de todos sus admiradores.
Caminado de vuelta a casa, Marta se agarraba a nosotros, brincando alegremente.
-¿Habéis visto que mono? ¡Monísimo!
-¿Qué? -preguntó Alonso, ensimismado.
-¿Quién? -dije yo.
-¡Pues el chico con el que estaba bailando! -dijo, como si no se creyera que no estuviéramos atentos. La verdad es que era complicado saber a quién se refería, teniendo en cuenta que había bailado hasta con el apuntador, la muy golfa.
-No me he fijado muy bien -dijo Alonso, encogiéndose de hombros y tratando de hacerse el digno.
-Pues el morenazo, chico. Con esos ojazos negros y esa carita de niño malo. ¡Me lo comería entero! Bueno, tal vez... -y sonrió, soñadora, henchido su pecho de amor y admiración juvenil. Bueno, la verdad es que casi siempre estaba henchido.
Ambos sonreímos con cara de pocos amigos, intentando disimular el mal trago como pudimos. Debimos, no obstante, adquirir un tono verdáceo, porque se quedó mirándonos con curiosidad.
-¿Os pasa algo?
-Claro que nos pasa algo, maldita rata rastrera. Nos embaucas con esos senos fenomenales, con tus zalamerías y restregones, y nosotros pensando que lo hacías porque querías disfrutar de nuestro amor, cuando en realidad era una estrategia para escapar de tus padres y buscar penes más interesantes. Después, encuentras un guaperas de tres al cuarto y chorreas impúdicamente hablándonos de él. Ahí te pudras. Y que sepas que esas tetas te van a dar problemas de espalda en unos años a más tardar -eso es lo que hubiera dicho cualquiera con un mínimo de valor, claro. Pero ya sabéis que ni Alonso ni yo éramos capaces de algo semejante.
-No, es que estamos cansado, simplemente -dije yo, cobardemente.
-¡Ay, que no me aguantáis el ritmo, primoooooo! -chilló ella, taladrándonos el tímpano y dándonos un achuchón de ubres a cada uno a modo de recompensa- pero no os podéis despistar ¿eh? Que he quedado con ellos mañana para dar una vuelta y en unos días celebrarán una fiesta y también estamos invitados ¿qué os parece?
Pues que el verano, al final, tenía pinta de que iba a ser un auténtico desastre.
-Fenomenal -dijo Alonso entre dientes.
Cuando llegamos a casa, Alonso y yo nos separamos de ella, que se fue encantada de sí misma por la noche que había pasado, mientras nosotros parecía que veníamos de un velatorio. Tumbados ya en nuestra cama, mientras nuestra borrachera nos hacia navegar hacia el sueño, mi amigo me lanzó la siguiente confesión, con la voz rota por el alcohol y la emoción:
-Creo que la quiero -me dijo, el muy imbécil. No sería la primera vez, ya lo sabéis, que me diría algo así, pero en esta ocasión, lo peor es que yo también creía que la quería. Tras un largo día de estar con ella y haberla visto en acción, ambos habíamos caído rendidos a los pies de aquella niña insolente. Qué vergüenza, Dios mío.
Al día siguiente, volvimos a repetir el mismo proceso. Estuvimos todo el día con ella, que se prodigó en abrazos y coqueteos varios, hasta que consiguió embaucarnos de nuevo para que le pagáramos la borrachera y le lleváramos al bar donde había quedado con nuestros nuevos "amigos".
Aunque intentamos ignorar lo que estaba ocurriendo, esta vez sí que nos fijamos en el supuesto galán que había conquistado a Marta. Curiosamente, era el chico que menos interés mostraba en ella de todo el grupo. De hecho, apenas bailó y tampoco intercambió más que  unas pocas palabras con ella. ¿Era áquel el motivo por el que había logrado despertar su interés? Seguramente. Bueno, y que era todo un adonis, para qué negarlo.
Por nuestra parte, Alonso y yo tratábamos de establecer algún tipo de conversación con el resto de aquel grupo. Ya que estábamos obligados a estar allí, habíamos decidido intentar sacar algo positivo, sobre todo con los miembros femeninos. Aunque no tuviéramos mucho éxito, al menos conseguimos charlar y bromear algo, por lo que la noche no pasó tan lentamente. Lo único malo es que Ali no se presentó hasta que faltaban unos pocos minutos para marcharnos y tampoco pudimos conversar demasiado con ella.
Cuando nos marchábamos, tras despedirnos, me di cuenta que antes de irme quería aprovechar para ir al baño. Le pedí a Alonso y a Marta que me esperaran fuera y me encaminé al fondo de la sala, donde se encontraba mi objetivo. Fue entonces cuando me encontré con Ali y el guaperas hablando, medio escondidos en una esquina de la discoteca. Hablando muy de cerca, de hecho. Ella apoyaba una mano en su pecho y él la cogía por la cintura. Pronto, las palabras se convirtieron en besos y sobeteos varios. Vaya. Entré en el baño, entendiendo de repente el poco interés que había mostrado el chico con Marta: el príncipe ya tenía princesa. Eso abría, pensé con ilusión, el camino para que yo, el feo y desgarbado mozo de cuadras, intentara asaltar la cama de la doncella despechada.
Decidí guardarme todo lo que había visto para mí. Al fin y al cabo, la información es poder. Me encontré en la puerta a Marta chillándole con el megáfono que tenía por voz a Alonso.
-No me gusta la Aliciazorra esa -le decía- ¿has visto cómo ha aparecido como si fuera una diva?
-Pues no sé -se rascó la cabeza Alonso, que intentaba no posicionarse.
-Te digo yo que ésa es una guarra -afirmó la chica con virulencia- pero, claro como a vosotros os mola, os cae fenomenal ¿no?
-¿A nosotros? -dijimos al unísono- Nooooo.
-Es maja y ya está, pero no... -dije yo.
-No disimuléis, que se os ha caído la baba cuando ha llegado. Es una zorra y punto. Ya he visto unas cuantas de esas. No como yo, que soy buena ¿a que sí? -concluyó con un pucherito adorable que consiguió que nos derritiéramos al instante. Era increíble la capacidad que tenía aquella chica para pasar de ser una víbora a una aparentemente angelical criatura en un sólo instante y con un sólo gesto.
-Vamonos a casa, anda -dijo al fin, volviendo a ponerse entra ambos para sujetetarse a nuestros brazos, con su habitual risa estridente y bamboleos de rigor-. ¡Qué suerte tengo de estar con dos chicos tan guapos!
Y de nuevo, ya había vuelto a enamorarnos a ambos.
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