Consideraciones sobre la Sierra de Chinchilla

Por Guillermo Garcia-Sauco S. @guillesauco

No se puede proteger lo que no se conoce, y si lo que no se conoce no se ama, entonces tenemos un problema de conservación. Eso es lo que pienso cada vez que veo los errores que se están cometiendo con respecto a determinadas zonas naturales. Es el caso de la Sierra de Chinchilla, donde me he empeñado en actuar a pequeña escala, con la ayuda de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA), desde hace relativamente poco tiempo, y con mi blog. Para mí, la principal ayuda para la regeneración de sus masas vegetales autóctonas (aunque no todo sean bosques, ojo), pasa por concienciar sobre la importancia de las pequeñas cosas.

“La creación de mil bosques está contenida en una bellota”
                                                                                               (Ralph Waldo Emerson)

Con esta famosa frase quiero ilustrar el ejemplo que supondría el plantar cientos de pequeñas bellotas de encina, año tras año, perseverando, en lugares adecuados, de esta singular serranía. Pequeños bosquetes-isla de encinas podrían aumentar todavía más la biodiversidad y riqueza paisajística de la Sierra. Los pinares existentes en la zona, como todos sabemos, plantados, tienen fecha de caducidad: prácticamente no existe regeneración natural de pinos en la Sierra. De encinas, algo más, pero son escasos los pequeños plantones que podemos encontrar, y crecen con lentitud. Además, hay más: está la “seca”, que de momento no ha llegado a la Sierra de Chinchilla, por no hablar de los jabalíes y roedores que se zampan todo lo que pillan, y los ataques de curculiónidos que se ceban con las bellotas verdes todos los otoños. Estos pequeños gorgojos depositan sus huevos dentro de las bellotas cuando ni siquiera han caído del árbol y sus larvas se alimentan del interior carnoso. Yo mismo he recogido kilos y kilos de bellotas estos últimos años, y me he quedado estupefacto al darme cuenta de cuantísimas de ellas estaban parasitadas por larvas de gorgojo. La solución a esto no pasa por enviar escuadrones de aviones que vomitan insecticida sobre los campos, ni por las fumigaciones controladas (que no lo son). La solución al control del gorgojo está en favorecer el control biológico de la propia sierra.

Hace unos meses, uno de los partidos que pretendían la alcaldía de Chinchilla me pidió ayuda para redactar una serie de ideas que podrían llevarse a cabo para la mejora del medio ambiente en la zona. Uno de los puntos que se me había ocurrido, hacía ya tiempo, y que incluí en dicha lista, fue el de elaborar un plan de construcción y colocación de cajas nido para aves insectívoras en la Sierra. Estas cajas nido favorecerían el anidamiento de muchas aves que están presentes en la zona, pero no en gran número. Por ejemplo, el carbonero común, un ave muy versátil que anida hasta en grietas del castillo. Este pequeño y colorido pájaro se alimenta de insectos, muchos de ellos dañinos. El problema radica, de nuevo, en que la escasez de arbolado antiguo con huecos y agujeros no ayuda a estas aves a encontrar lugares de nidificación. Podemos concluir en que favoreciendo la expansión de pequeños pájaros insectívoros colocando cajas nido de forma semimasiva, por decirlo de algún modo, estaríamos ayudando a la regeneración del bosque autóctono. Del mismo modo ocurre con los murciélagos forestales, que no se encuentran fácilmente en la Sierra, debido a la ausencia de lugares de resguardo.

Fabricar cajas nido no es difícil. En internet, libros, manuales y revistas, es fácil encontrar los planos de construcción de estos nidales. Ahora, ¿cómo fomentar la construcción de estas cajas, si no se enseñan esos pequeños problemas que suceden en la Sierra?

Y así es como volvemos a lo que comentaba al principio del texto: no se puede proteger lo que no se conoce, y si lo que no se conoce no se ama, tenemos un problema de conservación. Es importante enseñar lo que hay en la Sierra, más que nada, sus valores naturales: su pequeña fauna, impresionante a pequeña escala, y su flora, tan sorprendente como la de cualquier otro sitio, o incluso más, por tener que hacer frente a unas condiciones adversas dignas de temer. Uno de los primeros pasos necesarios para empezar a proteger la Sierra Procomunal de Chinchilla, es el de comprender y favorecer a los pequeños habitantes que la habitan, ya sean animales, como los carboneros o los murciélagos forestales, o plantas. Y digo plantas, porque incluso ellos, los pequeños “matojos” de aspecto enmarañado y feúcho, juegan un papel importantísimo en la regeneración de las encinas en la Sierra.

Todos hemos visto las “reforestaciones”, ahora variadas, con encina, enebro, sabina, coscoja y pino de algunas laderas que de lejos parecen desérticas, en roca viva, que se han hecho en la zona. Si uno camina entre ellas, observará que la tierra está revuelta, pedregosa, volteada una y otra vez, sin estructura ni ley que lo sostenga. Por suerte, lo que se ha plantado agarra bien y en seguida hunde las raíces en busca de agua del subsuelo; otras muchas plantas acaban muriendo bajo el sol. Así no es como se hace, destrozando el suelo y plantando masivamente. Todo este proceso ha de llevarse a cabo a mano, poco a poco, y con cuidado. Esos matojos enmarañados y antiestéticos para algunos, pueden dar sombra y formar suelo para las bellotas que enterraremos. Así no morirán bajo el sol del verano una vez broten y, por decirlo de algún modo, tendrán refugio junto a los arbustos, ya que no estarán tan expuestos a los depredadores.

A su vez, es imprescindible enseñar a amar la Sierra de Chinchilla, hay que enseñar a protegerla correctamente y a regenerarla, entendiendo que lo que se hace es por el bien del propio medio ambiente. Se han de potenciar las ganas de ayudarla sin esperar a recibir nada a cambio, porque aquel que planta árboles sin esperar a disfrutar su sombra, ha comenzado a comprender el sentido de la vida.