El revuelo causado por el tema de la renuncia (dimisión?, jubilación?) del Papa me llena de estupor. Cuando creía que este mundo occidental vacío de valores y orientado al pecado lo era justo por dar la espalda a la espiritualidad y que, en consecuencia, los temas de la Iglesia (sigo usando mayúsculas, pero qué vamos a hacerle) nos traían sin cuidado, resulta que el tema se convierte en tema de portada en la prensa de todo el mundo. En especial en la del entorno más cercano. Claro que los grupos de comunicación pertenecen a lo más granado del poder económico y que ese poder económico suele estar (aunque sea por una extraña ley de compensación de favores) cercano a posiciones de lo más beatas. Así que no debería extrañarme: cada uno es bien dueño de poner en la portada del periódico que posee lo que más le plazca. El grupo Godó lleva décadas en que, cuando llega el torneo de tenis al que dan nombre, no dejan de ponerlo en primera plana de la sección de deportes, cuando el tenis es, en cualquier caso, el quinto o sexto deporte más popular. Pues llega el torneo Godó y se ponen muy pesados. Con lo cual queda claro que el Papa este de las narices (dicho sea por lo poco simpático que me cae el personaje y por el hartazgo que, menos de veinticuatro horas más tarde, ya penetra por mis poros) sale en la portada de LV y el mundo occidental, vacío de valores y orientado al pecado, se enfrenta a unas cuantas semanas en las que periodistas grisáceos (cómo, si no, son los periodistas que se especializan en cubrir temas religiosos?) van a tomar el poder y van a aburrirnos hasta la saciedad explicando, instruidos por sus poderosos jefes, por enésima vez, los años que hace que un Papa no renunciaba. Especulando sobre si ahora corresponde un mandatario de raza negra, uno de habla hispana, volver a los italianos. Durmiéndonos con explicaciones detalladísimas de todo lo que se hace para elegirlo. Hasta especificando que materiales concretos se usan para que el humo salga blanco. Fumata blanca: nos guste o no, la religión ha calado hondo hasta en el lenguaje, y de eso no creo que ya, por mucho que hagamos, el mundo occidental, vacío de valores y orientado al pecado, vaya a desembarazarse. Otra de las cosas que nos tiznan. Por no decir pringan.Por mí, la iglesia podría disolverse (y repartir sus riquezas entre la sociedad que la ha acogido: toda) y desaparecer. La religión, esta del papa y cualquiera otra, es otra manera más que los poderosos tienen de atenazar a los que no lo son, de anular la propia iniciativa y de coartar el comportamiento. Así que, reconociendo que las grandes catedrales me impresionan como obras humanas que son, yo, con este mensaje del papa este alemán (cuyas fotos con insignias nazis van circulando de vez en cuando), con esta situación que no se producía en seis siglos, si fuera la iglesia, pensaría si no va siendo hora de dejarlo correr: miren, la gente folla antes de que ustedes consideren que debe hacerlo, y lo hace para fines diferentes de los que ustedes consideran que debe hacerlo. La gente blasfema y cae en vicios y miente y, obviamente, se mata. Lenta y dolorosamente o de una manera seca y tajante, como en las películas de Tarantino, pero sin sonrisas cómplices. La gente vive a sus espaldas ya hace mucho tiempo y, si hablamos de dinámicas de mercado, el islam (pienso exacto lo mismo del islam) les ha pasado la mano por la cara: en versatilidad, en dinamismo, en marketing, en todo. Quítense las sotanas y comprueben lo bien que sientan unos tejanos y una camiseta. Mírenle el culo a las señoritas que pasan por la calle. Disfruten de un buen whisky. Sí, sé que algunos de ustedes todo esto ya lo hacían. Pero desmonten el tinglado y ayuden con lo que el mundo necesita, que son hechos y no palabras.Y por favor: todos esos escritores de pacotilla que andan redactando desbocadamente, desde que la noticia se ha sabido, libros sobre intrigas vaticanas, sobre profecías, sobre pergaminos amenazadores escritos en alemán o en latín o en sánscrito, libros con portadas de influencia gótica o barroca, sustitutos de esa nefasta primera oleada de novela histórica, que impide que escritores de verdad vendan sus historias de gente cercana: dejadlo correr, al menos, esta vez. Por Dios os lo pido.