"Esta es una jornada para dejar a un lado viejas barreras y explorar nuevas posibilidades", expresó John Kerry, Secretario de Estado de Estados Unidos en su intervención durante la ceremonia de reapertura de la embajada estadounidense en La Habana.
Cuando John Kerry dijo ayer en La Habana que Cuba y Estados Unidos no podían vivir prisioneros del pasado, tenía en frente a los tres marines que arriaron la bandera de la embajada norteamericana en enero de 1961. A su derecha estaba Wayne Smith, un joven funcionario asignado a la capital cubana en el momento que el presidente Eisenhower decidió romper las relaciones diplomáticas. Smith llegó a ser Jefe de la Sección de Intereses al final de la administración de James Carter, pero renunció al comienzo del mandato de Ronald Reagan para convertirse en un infatigable defensor de cambiar la política de Washington hacia la Isla. Desde el Malecón, custodiaban la ceremonia oficial de reapertura de la misión diplomática tres Chevrolet clásicos, el primero de ellos un Impala negro de 1959.
La historia, al igual que la insignia de las barras y las estrellas, estaba en el aire esa mañana.
Si el jefe de la diplomacia estadounidense miró a su izquierda, seguramente vio la bandera de la estrella solitaria ondeando en el monte de 138 astas que fue construido para rendir tributo a las víctimas cubanas del terrorismo y que recuerda cada año de lucha transcurrido desde 1868 hasta el 2006, cuando se fundó.
Varios cientos de personas se reunieron en el exterior para observar la histórica ceremonia, contraparte de la efectuada en la misión cubana en Washington el pasado 20 de julio.
Rosa Magdalena fue una de las primeras en llegar junto a una niña que apenas alcanzaba su cintura. "Cuando yo tenía 11 años, Cuba y Estados Unidos rompieron relaciones diplomáticas. Esta vez quise traer a mi nieta para que fuera testigo del inicio de una nueva época".
Desde el lugar donde estaban Magdalena y su nieta, y también desde los balcones de los edificios vecinos, se escucharon gritosde ¡Viva Cuba! en el momento que se entonaron las notas del Himno Nacional.
El primero en hablar fue el Encargado de Negocios y máximo responsable de la diplomacia estadounidense en La Habana, Jeffrey DeLaurentis, quien tiene una relación de larga data con Cuba. Su primera misión fue precisamente como oficial consular en la Sección de Intereses entre 1991 y 1993. Después regresó como jefe de la sección Política y Económica entre 1999 y 2002.
DeLaurentis cedió el puesto al poeta de origen cubano Richard Blanco, que hizo historia al participar en la segunda investidura presidencial de Barack Obama. Con el azul brillante del litoral habanero como telón de fondo, Blanco leyó en inglés un texto titulado Cosas del mar.
Kerry llegó al podio y celebró el clima de esa mañana, a pesar de que el sol ya daba con fuerza en los jardines de la embajada. No era su primera vez en Cuba. Visitó el país en el año 2000, cuando era senador y aspiraba a ser el candidato demócrata a las elecciones de ese año. Pero sí era la primera vez que un secretario de Estado norteamericano pisaba suelo cubano desde que Edward Stettinius lo hiciera finalizando la II Guerra Mundial.
"Esta es una jornada para dejar a un lado viejas barreras y explorar nuevas posibilidades", dijo. "No hay nada que temer, ya que serán muchos los beneficios de los que gozaremos cuando permitamos a nuestros ciudadanos conocerse mejor", añadió en español.
Luego hizo un recorrido por la complicada historia bilateral, desde Playa Girón hasta la caída del campo socialista y el recrudecimiento del embargo (bloqueo) que se produjo después. "Por más de medio siglo, las relaciones entre Cuba y Estados Unidos han estado atrapadas en la política de la Guerra Fría".
Pero su intervención también recordó que todavía hay un mar separando las concepciones sobre justicia, derechos humanos y democracia entre uno y otro lado del Estrecho de la Florida.
Cada pueblo del mundo, y no un gobierno, es quien tiene la última palabra para definir qué es una "genuina democracia".
Habría que esperar también por el juicio que hagan sobre derechos humanos los estadounidenses que conozcan una sociedad con altísimos niveles de seguridad sin apenas armas en la calle, donde la discriminación racial no es tolerada y cuyo sistema político no se basa en el dinero sino en la participación ciudadana.
Más allá de las playas paradisiacas y paisajes urbanos conservados en el tiempo, encontrarán un país en el que la educación, la cultura y la salud no son un negocio, sino un derecho, y en el que hombres y mujeres viven en condición de igualdad.
Fue el propio secretario de Estado quien pidió que se levantaran Larry Morris, JimTracey y Mike East, los marines que nunca pensaron tener que esperar más de medio siglo para volver con su bandera a Cuba. Ellos le entregaron la insignia a tres jóvenes militares que la izaron mientras el Quinteto de Metales del Ejército de Estados Unidos entonaba su himno nacional.
En el jardín de la embajada estadounidense estaban unas 200 personas. Cada una, de uno u otro modo, había contribuido a cerrar la primera etapa de los cambios anunciados por los presidentes Obama y Raúl Castro el pasado 17 de diciembre.
La delegación cubana estaba presidida por Josefina Vidal, directora General de Estados Unidos en el Minrex, quien fuera la líder de los negociadores de la isla en las rondas de conversaciones que se llevaron a cabo en La Habana y Washington para llegar a un acuerdo final sobre el restablecimiento de relaciones y la reapertura de las embajadas. También estaba la Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos del Hemisferio Occidental, Roberta Jacobson, su contraparte estadounidense.
En primera fila estaba el Cardenal Jaime Ortega Alamino, quien dijo a Granma que asistió a un día histórico, aunque solo "estamos empezando un camino que es prometedor". Destacó asimismo el papel "discreto pero importante" que ha jugado el Papa Francisco en este acercamiento y la importancia de su visita a Cuba en septiembre próximo.
Con Kerry también viajaron funcionarios del departamento de Estado vinculados a la política hacia Cuba, así como legisladores que impulsan en el Congreso de Washington el levantamiento del bloqueo.
"Es un gran paso, pero aún queda mucho por hacer", dijo a este diario, el senador demócrata Patrick Leahy, presidente pro témpore de la Cámara Alta y un veterano defensor de un acercamiento entre los dos países.
Su colega republicano Jeff Flake, quien defiende un proyecto de ley en el Congreso para eliminar las restricciones de viajes a Cuba, aseguró que al ver la velocidad con que se están moviendo las cosas su propuesta puede ser aprobada en cuestión de meses, aunque después tendría que contar con el apoyo de la Cámara Baja.
Flake aseguró que la posición de los republicanos está cambiando, algo en lo que coincidió Carlos Guitiérrez, un empresario cubanoamericano, exdirector ejecutivo de la empresa Kellogg y exsecretario de Comercio durante la administración del presidente George W. Bush. Tomará tiempo -añadió-, pero al final se darán cuenta que hay que mirar al futuro.
La demócrata Amy Klobuchar, quien defiende otra legislación para levantar restricciones al comercio, no se atrevió a ofrecer fechas, pero dijo que ya cuenta con cerca de dos decenas de copatrocinadores y cada semana se suma uno nuevo.
"A partir de ahora tenemos que enfocarnos en que el Congreso estadounidense, una de las instituciones más disfuncionales del mundo, haga su trabajo", dijo James Williams, presidente de la coalición bipartidista Engage-Cuba, que cabildea en Washington por el fin del bloqueo.
A la ceremonia fueron invitados también algunos miembros de la comunidad cubana en Estados Unidos, que consideran que la política sostenida durante el último medio siglo los ha aislado de su país.
Al final de su discurso de la mañana, Kerry se dirigió a la audiencia en español: "Estamos seguros de que este es el momento de acercarnos: dos pueblos ya no enemigos ni rivales, sino vecinos". Ese es el reto que se abre ahora para Cuba y Estados Unidos, pero sin jamás olvidar el pasado, ni el sacrificio de 11 millones de cubanos que se han ganado el derecho de ver ondear la bandera estadounidense en una patria libre.