Hace tiempo, un compañero de House me comentó que querría venir un día a verme realizar la técnica. No sé si porque las navidades estaban cerca, o porque las cosas tienen tendencia a agolparse, me encontré con que en una semana me avisaron varios pacientes con la intención de acudir el siguiente jueves. Aquello prometía convertirse en una jornada intensiva, un día sin duda ideal para recibir visitas de médicos atraídos por el tema. Escribí un mensaje al interesado para comentárselo.
La jornada no empezó de forma tranquila, la primera paciente, una mujer joven con sangrados severos, me demostró en directo que no exageraba al referir la cuantía de sus hemorragia. Entre los chorros de sangre, me pareció detectar el origen y pinché sin pensármelo. Funcionó al instante (algo que no siempre sucede, a veces el sangrado tiene tanta fuerza que lo infiltrado sale según entra y no hay manera de controlarlo). Con menos sangre todo fue más sencillo, me limité repasar la zona.
Aunque contarlo no requiere muchas líneas, los minutos vuelan casi a la misma velocidad a la que sale la sangre. Mientras tanto, en la sala de espera, se acumulaban los pacientes. Imposible llevar una agenda programada (no es posible planearse los sangrados con antelación), y lo de dar hora es casi igual de difícil, muchos dependen del coche o del avión y hay quien se pega unos madrugones de aúpa para venir a verme. Aunque nadie se queja, sé que la espera se hace eterna, y no ayuda llevar unos cientos de kilómetros a la espalda. Como no puedo atender a más de un paciente a la vez, salvo que sean familia, lo único que se me ocurre hacer para aliviar el tedio es presentarles a todos para que charlen entre ellos y compartan experiencias. Esas conversaciones resultan ser no solo entretenidas sino provechosas, se dice que nadie aprende en cabeza ajena pero los Rendu deben de ser la excepción a esa regla y no tardan en aplicar las enseñanzas de otros.
En estos enfermos no me gusta tener que explorar la nariz con ópticas, cualquier mínimo roce puede desencadenar un sangrado y, cuanto más al fondo de la fosa, más complicado es el tratamiento. Sin embargo, no sé si para que mi invitado viese las malformaciones vasculares con claridad, esa mañana me tocó realizar un par de fibroscopias (afortunadamente sin incidencias). Gracias a ello descubrí unas lesiones bien escondidas en el suelo de la fosa en una paciente que había visto recientemente y que eran las responsables de que la infiltración no hubiera sido eficaz en la visita anterior. Un pinchazo dirigido a la zona zanjó el tema (al menos de momento, sé que aparecerán más).
Entre las historias que me faltaban por contar en el blog está la de mi último cierre nasal y, aunque con eso tengo argumento casi para una novela, haré un resumen conciso: el enfermo se había pasado cuatro meses ingresado en su hospital y tuvimos que pelear a brazo partido con la Consejería para que aceptasen el traslado; lo de la descentralización de la Sanidad es indignante, y aún más desde que con la crisis se rechaza a los pacientes de otras Comunidades porque sus autonomías no pagan. En serio, es demencial. Cuando por fin conseguimos traer al pobre hombre, di saltos de alegría, y eso a pesar de ser consciente de a lo que me tenía que enfrentar (supongo que soy más Quijote que Sancho y que por eso me meto en estos berenjenales). Una vez en quirófano, al quitarle el taponamiento, empezó a sangrar con la intensidad de una tormenta en el mar rojo. Para colmo, después de cuatro meses de tapones, el aspecto de aquella nariz era como para echarse a llorar; se deshacía. Sin embargo, de algún modo tenía que coser esos pingajos de piel y detener el sangrado. Metí una gasa y la apreté con un dedo dentro de la fosa y empecé a coser mientras mi ayudante aspiraba. Conseguí cerrarlo todo duras penas, eso sí, sin pinzas, porque los tejidos no se podían agarrar. El postoperatorio fue bien y en una semana se marchó a su casa, que llevaba meses sin ver. Ese día estaba citado para la revisión. Desde la cirugía no había vuelto a sangrar, aunque sí lo había hecho su hermano y aproveché para infiltrarle.
Es cierto que vi doce pacientes de Rendu, uno detrás de otro, y que entre ellos intercalé alguna urgencia, que me senté solo para escribir los informes (¡bendito corta y pega!) y que apenas tuve tiempo para respirar, sin embargo considero que fue una mañana tranquila: nadie se complicó, ni se mareó, ni sangró más de la cuenta y tampoco acabé con ninguno en la urgencia para extraerle una analítica y decidir si precisaba una transfusión. Fue todo tan bien que creo haber convencido a mi especialista invitado de la eficacia de la técnica y pienso que se animará a ponerla en práctica, contar con más médicos es algo fantástico para estos pacientes.