En más de una ocasión nos podemos encontrar en un proceso de consultoría, en la cual el cliente, como ser el gerente de Recursos Humanos, nos plantea un problema: relata con sus palabras detalles importantes para él, ensaya algunas hipótesis de las causas, intenta explicar y contextualizar el mismo, nos plantea un mapa de situación. Por otra parte, nosotros como consultores podremos identificar desde nuestro particular observador: interpretaciones, las emociones del relato, posturas corporales, tonos de voz, etc.
Nuestro cliente nos planteo lo que comprende como un problema, aquello que le causa incomodidad experimentándolo de esa forma, afectando la vida laboral, en definitiva nos manifiesta “lo que no quiere”. El lugar donde residen sus carencias.
Es en este contexto donde quiero abordar dos temas fundamentales por un lado la escucha y por otro la interpretación.
Si iniciamos la conversación con nuestro cliente con el objetivo de brindarle una solución acabada, dispuesto a otorgarle una respuesta “verdadera” y pasos a seguir, mi postura de escucha estará enfocada en lo que interpreto será más importante del relato para mí y direccionaré la conversación a mí parecer, lo que desde mi modelo mental creo más apropiado. En este sentido, la escucha se verá afectada por mis propias creencias, mis valores, mis emociones ante la situación planteada, creyendo tener la verdadera respuesta a ese problema planteado, sosteniendo que mi forma de ver lo que sucede, por estar fuera del problema, dará la respuesta certera, ostento cierto acceso a la realidad de una forma privilegiada. Esta postura, no permite la apertura necesaria hacia el otro, sino que postula un camino de certezas propias, convencido de dar las directivas correctas para el accionar del otro.
No podemos despojarnos de una perspectiva propia al interior de un mundo de sentidos que nos constituye frente al otro, todos tenemos un modelo mental que condiciona nuestros pensamientos y nuestras interpretaciones, sin embargo el renunciar a la pretensión de saber en lo relacionado con la mirada de la consultoría desde una perspectiva ontológica, implica estar dispuesto enriquecer la perspectiva propia, a la vez que nuestra particular mirada puede aportar a la forma de observación del otro, sin establecernos como seres acabados apelando a nuestro orgullo de saberlo todo.
Desde otro lugar es imperioso antes de dar cualquier respuesta al problema del otro, revisar los postulados desde donde parten sus premisas de “problemas” transformando los mismos en objetivos y metas, una forma es preguntarle “que si quiere específicamente”.
Solo podremos enfocarnos en indagar adecuadamente cuando logremos ejecutar dos acciones fundamentales: escuchar nuestro escuchar y observar la forma en que observamos.
La importancia de interpretar el problema del cliente como un objetivo aun no declarado, tomando como partida que es un “problema” desde el sentido que le otorga, desde la forma en la que es capaz de observar la realidad y la comprensión de su sistema de creencia, nos posibilitará identificar nuestra posibilidad de aportar a su proceso las preguntas adecuadas que permitan un cambio de posibilidades para lo que interpretaba como “problema”, en definitiva todo problema es un problema para alguien, y no algo en sí mismo. Desde mi mirada hay que darle un giro al rol del consultor, al cual siempre se lo ha puesto en el lugar de quien da respuestas y tiene la verdad, sin embargo ser consultor implica además alguien que sabe consultar, que hace preguntas adecuadas, que indaga en profundidad y no se apresura a decir su parecer ni se aferra a la certeza.
En este sentido, enriquecer mas nuestra conversación con el otro no dando respuestas, ni directivas de lo que debe o no hacer, sino contribuir en el proceso del cliente desde una postura de oportunidad, habilitando nuevas perspectivas o miradas que cuestionen sus creencias, que brinden otras nuevas formas de ver a aquello que parecía único.
Finalmente, los invito a reflexionar en nuestra tarea diaria, a indagarnos frente al otro en cada conversación: si estamos abiertos y dispuestos a escuchar con el objetivo de contribuir a enriquecer las posibilidades o simplemente demostrar nuestra capacidad de tener la razón siempre y reafirmar nuestra pretensión de saber cómo son verdaderamente las cosas.