Después de tantos idas y vueltas, la mecánica del encuentro casi siempre funciona de la misma manera: se combina un momento que nos quede bien a todos, les entrego los recuerdos que casi siempre les traigo y luego comienzo a contar del modo más pormenorizado posible todo aquello vivido en la kilométrica experiencia. Pero esta vez lo cierto es que esta vez se dió de un modo diferente.
Con seis destinos muy dispares entre sí (por culturas, lenguas, historias e incluso en el modo de pertenencia al viejo mundo) nunca me hubiera imaginado que Lisboa sería el destino por el que primero me preguntarían y esperarían ansiosos mi experiencia en ella.
Contanos de Lisboa... me dijo uno de ellos, y el resto se fue sumando en el pedido, uno a uno, ávidos por descubrir a través de mi relato cómo era esa ciudad a la que la mayoría de los viajeros y turistas que llegan a Europa le pasan por el costado sin detenerse siquiera a pensar ¿Y por qué no ver que tiene para ofrecer?
Y en ese momento me dí cuenta de que estaba ante un desafío interesante, puesto tenía que contar en palabras (en lo posible pocas y muy certeras) cómo había sido mi experiencia allí, además de lograr describirles (también con palabras y fotos) no sólo como era la ciudad sino, además, el costado humano que es el que determina su modo de ser. Así es como teniendo en cuenta el poco conocimiento acerca de la historia y la cultura portuguesa, sumado al poco márketing con que cuenta Portugal como destino europeo, me decidí a mostrarles una pequeña selección fotográfica, la cual, a mi entender, mejor define cómo es la ciudad y su gente.
¿Querés saber con qué cosas te podés encontrar en un viaje por Lisboa? seguime...
Los tejados naranja que evocan ciudades como Madrid, Praga y otras longevas de Europa
Los azulejos que abundan por toda la ciudad en estilos, colores y formas irrepetibles
Las muestras de arte que se encuentran a cada paso y en todos los rincones de la ciudad, testigos del espíritu creador y sensible de los lisboetas
Los ángeles que custodian las puertas y ventanas del Barrio de la Sé, al pie de la catedral de la ciudad
Sus eclécticas muestras arquitectónicas
Las ropas colgadas en balcones a la vista de los transeúntes
Sus fachadas geométricas y las ventanas más pintorescas que haya visto en ninguna otra ciudad
Sus edificios abandonados, ecos de un pasado glorioso
Los balcones desvencijados y repletos de flores
Los carteles y las publicidades vintage del casco antiguo
Los curiosos mensajes exhibidos en calles, avenidas y algunos pasadizos
los graffittis divertidos...
con mensajes profundos...
los de estilo urbano...
con sentido manifiesto...
y de referencias explícitamente metafóricas
Y como si eso fuera poco, es la ciudad que ofrece la cara más interesante del Atlántico, esa inmensa masa de agua que une dos mundos tan diferentes entre sí pero con otros tantos puntos de contacto.
Por último, el elemento que quizás mejor defina a Lisboa es el crisol de razas que conforma su población. La excelente acogida y la cordial convivencia que se da entre los nativos y los miles de inmigrantes que llegan a ella desde diferentes sitios de África y de otros tantos lugares del mundo (como pakistaníes, hindúes, banglas o turcos) hicieron de la ciudad el espacio más tolerante y amigable de Europa.