Esta semana participo en la convocatoria de Sindel en su blog PALABRAS DE SINDEL en la que cada una de las semanas del año nos propone una palabra para que nos inspire un relato o una poesía. La palabra es: Promesas.
Hice una promesa sí, y qué, las promesas están para ser incumplidas. No es que quiera incumplirla, no, la hice para cumplirla pero me siento incapaz. Lo he intentado con todas mis fuerzas pero es un impulso superior a mí. Es algo que está en mi naturaleza, no puedo luchar contra ello, no puedo soportarlo, tengo que hacerlo.
No es culpa mía, son ellas las que me provocan…sí, es culpa suya. Se pavonean delante de mí exhibiendo sus encantos, sus formas, sus adornos, sus olores, sus colores…. Están hechas para provocar el deseo, para que no puedas controlarte. Soy débil y tengo que admitirlo. Mil veces he intentado no volver a hacerlo, taparme los oídos como Ulises y no escuchar sus cantos de sirena, resistir, aguantar, reprimir el impulso, pero es inútil. Me gustan todas: blancas, negras, rosadas, tostadas…todas tan diferentes y tan irresistibles. Quiero probar cada una de ellas y sin duda lo pagaré caro como en otras ocasiones. Espero impaciente el momento oportuno. Ahora ya no hay nadie que pueda impedírmelo, cojo el cuchillo con la mano derecha, la boca se me empieza a hacer agua disfrutando ese momento previo al disfrute total. Con la mano izquierda abro la puerta del expositor, están todas ahí, esperando que hunda el cuchillo, corte y separe el primer trozo. Empiezo por la de tres chocolates, después irá la de fresa, más tarde la de café, la de limón, la de chocolate blanco, la de moka, la de manzana… ¿Qué importa si me despiden también de esta pastelería?...
Prometo que esta será la última vez que lo haga.