Contra el fundamentalismo lector

Publicado el 29 enero 2016 por Elena Rius @riusele
  Llámenme rebelde, maniática, exagerada o lo que quieran, pero las continuas admoniciones acerca de la bondad de determinados productos o acciones siempre me hacen sentir ganas de echar a correr en dirección contraria. No sólo eso: despiertan en mí la sospecha -paranoica, por supuesto... ¿o no?- de que quieren manipularme y de que tal vez detrás de esos consejos aparentemente dirigidos a aumentar mi bienestar hay oscuros intereses. Así, de repente la grasa es mala, malísima, mortal de necesidad. Las pantallas de TV y los suplementos dominicales se llenan de programas y artículos dedicados a convencernos de que -por nuestro bien- hay que consumir únicamente productos light, aunque no sólo sepan peor que los normales, sino que cuesten más caros. ¡Ah, es por tu salud!, dicen. ¿Nos ponemos acaso todos morados de tocino cada día? ¿Realmente llevando una dieta normal es tan malo comerse un yogur con toda su grasa (que es más bien poca)? ¿Está la gente con una salud aceptable condenada al fiambre de pavo -mejor si es bajo en sal, ya puestos- y a no acercarse a las morcillas ni de lejos? Qué quieren, a mí tanta insistencia me huele a chamusquina. Ni que decir tiene que yo sigo comprando yogures enteros (cada vez menos fáciles de encontrar en las neveras del supermercado, desplazados poco a poco por diferentes productos aligerados en grasa, pero llenos de otros aditivos cuyos efectos preferimos ignorar).
Pero nos vamos del tema... La cantinela de que los jóvenes leen poco y hay que fomentar la lectura es ya un clásico. Hasta ahora, el resultado de tanta preocupación era, por parte de los organismos oficiales de turno, hacer una campaña consistente en distribuir unos cuantos carteles con eslóganes e imágenes inspiradoras (unas más que otras) y a otra cosa, mariposa.   
Sin embargo, últimamente -sin duda por aquello de que la gente está más pendiente de las pantallas que de los libros- las admoniciones en pro de la lectura, de los beneficios de la lectura y de su magia son incesantes, amplificadas hasta el infinito por las redes sociales. Hasta el punto de que empieza a generar rechazo hasta en lectores voraces sin remedio como yo.   
Vemos cómo El País se hace eco de unos supuestos estudios científicos -a estas alturas, hemos visto tantos estudios absurdos o desmentidos luego por otros estudios, que ya no nos creemos nada- que ensalzan los casi milagrosos efectos de la lectura:
El estrés se reduce y la inteligencia emocional sale ganando, así como el desarrollo psicosocial, el autoconocimiento y el cultivo de la empatía, según un equipo de neurocientíficos de la Universidad de Emory, en Atlanta, que siguieron las reacciones de 21 estudiantes durante 19 días consecutivos. La lectura puede incluso modificar comportamientos a través de la identificación con los protagonistas de la literatura, sostiene Keith Oatley, novelista y profesor de Psicología Cognitiva de la Universidad de Toronto. 

¡Guay! Voy corriendo a por 50 sombras de Grey, a ver si modifica mi comportamiento. Por no mencionar Facebook, Twitter y demás, que van llenos hasta los topes de frases e infografías que destacan los beneficios de la lectura, que según ellos sería una especie de compendio de yoga, meditación trascendental y preparación necesaria para hacerse de una ONG. ¿De verdad alguien se lo cree?   
Afortunadamente, siguen existiendo personas sensatas dispuestas a rebatir esta oleada de fundamentalismo lector que nos invade. Como apunta Ana Garralón en una entrada de su blog titulada, con acierto, Leer no sirve para nada, "Muchas de las funciones de la lectura que propagan estos carteles parecen los efectos de un fármaco". Y, citando el interesante libro de Víctor Moreno, La manía de leer (CABALLO DE TROYA)">La manía de leer, subraya la falsedad de algunos de estos eslóganes del fundamentalismo lector:
 
Alimentar las creencias del tipo "la magia de la lectura" no creo que nos ayude a comprender (y a difundir en la sociedad) las funciones de la lectura, y cómo podemos utilizarlas. Cada vez se ve más este discurso rápido y fácil de gurú que nos lleva a la "creencia" en la lectura, como si fuera un acto de fe. Sería más importante determinar lo que la lectura puede hacer en una persona más que lo que la persona puede hacer con la lectura. Esto significa admitir que no siempre habrá magia, ni libertad, ni siquiera que seremos mejores personas. Cuando al historiador de arte Ernst. H. Gombrich le preguntaron en una entrevista si el arte producía algún efecto benéfico en la humanidad, respondió:
"No, rotundamente no. Goering era un amante del arte, un gran coleccionista y mire usted su historial. A Felipe II de España, que no era precisamente un hombre encantador, le interesaba también mucho el arte". (citado por Moreno, p. 269)

 Leer es importante, claro que sí, pero si lo hacemos no es porque reduzca el colesterol, ni para conseguir no sé qué beneficios en nuestro cerebro. Que la lectura puede ser útil, que incluso en muchas ocasiones puede ser (muy) placentera, lo sabemos todos los que hemos leído unos cuantos libros. Decirle a la gente que debe leer así, en abstracto, esgrimiendo argumentos a cuál más peregrino en su favor, no sirve para otra cosa que para incrementar el tráfico de Twitter y la buena conciencia de aquellos que se dedican a hacer circular esos mensajes. En mi opinión -claro que sé mucho menos que esos gurús de la lectura-, para que alguien se aficione a la lectura debería bastar con ponerle un buen libro entre las manos. Un libro de esos que entretienen y emocionan. Eso sí es irresistible.