Nota de la redacción: sobre la nota, cambie el nombre de algunos políticos y asesinos, fechas y lugares, cifras y estadísticas, y el resultado será el mismo: Videla por Pinochet, Argentina por Chile, etc. En todo caso, sirve para remarcar que el acto organizado por Victoria Villarruel, candidata a vicepresidenta de Milei, desnuda el verdadero concepto de “libertad” que defienden los supuestos libertarios: la libertad de represión, y es parte de un entramado global de ese proceso que aquí llamamos "del neoliberalismo al fascismo" del que tantas veces hemos hablado en el blog cabeza.
Por Pablo A. Monroy Marambio. Escritor, Músico y Sociólogo
Revuelve el estómago, en serio, la ausencia de voces en contra que, con la misma vehemencia que empeñan quienes dispersan estos discursos de odio, les salgan al paso y les impongan el silencio. Silencio puro y duro y definitivo, sin el mínimo derecho a réplica, porque el respeto es algo que de suyo desconocen todos esos rabiosos e inciviles reaccionarios.
Hay acciones en contra, claro. Naveillán pasará a la Comisión de Ética de su Cámara, a Cordero la desaforaron dado el tamaño de sus incivilidades. A Silva su propia tienda lo silenció. No obstante, y permítanme insistir en esto, tales acciones no son suficientes, no alcanzan a revertir el daño que infringen sus intervenciones, y no encuentran, como ya está dicho, una oposición firme, inmediata e incontestable, a la altura de las que espetaba Gladys Marín, con ese tesón y firmeza. No sirve la buena crianza para hablar con malnacidos.
El insulto se queda corto.
El descaro con que el entonces diputado UDI, Patricio Melero, declaraba en 2006 que todo el gremialismo sentía orgullo por la obra del dictador, en momentos en que este agonizaba en el Hospital Militar. La falta absoluta de vergüenza de parte de Iván Moreira, quien jamás ha dejado de afirmar cosas como la dicha en 2013, cuando señaló que Pinochet lo había “salvado de vivir en una dictadura marxista que mató y sigue matando (…) salvó la vida a una generación completa”.
Aun antes, la vergüenza internacional que debimos pasar por culpa de personas como Joaquín Lavín o Evelyn Matthei (mismos que más tarde formarían parte del grupo de personeros de derecha que se desmarcarían de la cercanía con el tirano, una vez hecho público que éste usaba alias para robar las arcas fiscales y depositar el dinero en bancos como el Riggs), quienes con motivo de la detención del asesino en Londres, por oportuna diligencia del juez español Baltazar Garzón (ya que no hay tribunales en esta patria para bestias como Pinochet), rasgaban vestiduras, planeaban absurdos rescates, negaban los servicios de aseo a las embajadas de España e Inglaterra.
Por lo mismo, no puede ser más oportuno hacer la diferencia. No es lo mismo ensalzar cierto rasgo supuestamente virtuoso de un régimen, y con ello disminuir o hasta justificar (sin desconocer) las terribles consecuencias que ese mismo régimen ha dejado en la historia de un país, nuestro país, como la clásica afirmación de que “por lo menos devolvió la estabilidad económica”, que ni siquiera es cierta; que, de plano lisa y llanamente, negar los hechos ocurridos, los gruesamente probados hechos ocurridos, los judiciales dictámenes sobre los hechos ocurridos.
Aquí, mantras como el que no ha dejado de repetir el actual presidente de la UDI, Javier Macaya, es mucho más que un discurso accidental e irresponsable, y sus intenciones son obviamente mucho más intrincadas. “Cada chileno tiene una opinión de lo ocurrido”, ha declarado cada vez que la oportunidad se lo permite; “y como tal, esa opinión debe respetarse”. “Es un pronunciamiento militar, yo lo puedo decir, tengo libertad de pensar”, declaraba la diputada Naveillán en un programa de televisión en julio pasado, al ser inquirida respecto de la dictadura.
Opiniones, la libertad de expresarlas; he ahí la trampa. Quien cuestione esas opiniones, aparece como persecutor de esa “libertad”. Lo que la ecuación no menciona, no obstante, es que una cosa son las opiniones, y otra los hechos. Si la opinión niega intencionalmente un hecho probado (judicialmente probado, empero), es una mentira. Desmentir con pruebas un falso enunciado dista mucho de coartar la libertad de nadie.
Llegados a este punto, me parece que de lo que estamos, es en frente a un conflicto entre significado y significante. Por supuesto, el peligro es que las consecuencias de este conflicto transcienden con mucho el ámbito de las aulas o de los estudios de la lengua y sus variaciones.
Me explico.
Pues bien, esta exposición no es ni más ni menos que una invitación a superar este pernicioso hábito, de manera práctica.
Yo no sé si personas como Silva o Naveillán o Cordero cualquier personero de derecha de los aquí mencionados (y los que no), son personas intrínsecamente malas; lo que sí sé, o de lo que estoy absolutamente seguro, es que ninguno de ellos, ni de quienes apoyan o replican sus dichos y opiniones, serían capaces de afirmar abiertamente que están de acuerdo con que un perro viole a una embarazada, o que les parece pertinente que, para obtener una confesión, a alguien se lo cuelgue de manera invertida y se le ponga una bolsa con ratones cubriéndole la cabeza.
Estoy extremadamente seguro de que ellos mismos ayudarían a aplacar el dolor de quien con gritos que le desgarran la garganta intenta “sentir menos” la ingente diversidad de objetos que le meten en la vagina o en el ano.
Ninguno de ellos afirmaría con esa desfachatada soltura con la que van “opinando” sobre estos mismos horribles hechos probados, que está bien que las mujeres sean “botín” de guerra, “estrategia” para doblegar al enemigo; mucho menos las embarazadas, muchísimo menos las niñas y niños. Ninguno, jamás permitiría que un no nato sea un detenido desaparecido.
Estos son los hechos comprobados, no las opiniones que alguien se sienta “libre” de esgrimir.
Para que nunca más nadie ose siquiera señalar que “no fue tanto” como cuentan las “leyendas urbanas”, tendremos entonces que dejar de hablar de violaciones de los derechos humanos, para comenzar a hablar de violaciones de personas, de niños, en grupo, con perros. Tendremos entonces que dejar de hablar de manifestantes para hablar de seres humanos quemados vivos. Tendremos que dejar de hablar de Desaparecidos para hablar de personas asesinadas por la espalda, o a sangre fría, o sin juicio, y lanzadas al mar amarradas a rieles, o enterradas en fosas comunes y luego exhumadas ilegalmente para volver a enterrarlas en cualquier otro sitio y simplemente arrojadas a un vertedero.
Restituirle al horror su verdadero nombre, traerlo a nosotros, bajarlo del imaginario y exhibirlo desnudo en la calle, para que todos puedan verlo. Ya no hablar de horror si no que, de Parrilla, y explicarlo; de Submarino húmedo, y explicarlo; de Colgamientos, y explicarlos. Ya no hablar de horror, si no que nombrarlo y darle un rostro; el de Manuel Contreras, el de Eugenio Berríos, el de Íngrid Olderöck y su perro Volodia, el de Carlos Cardoen, el de Augusto José Ramón Pinochet Ugarte. Su nombre y el de todo quien lo apoye.
Miguel Silva