¿Qué hay que hacer para que el sombrero se caiga?
Antoine de Saint-Exupéry
Sucede que vivimos asfixiados por la gravedad, hijos de un país donde la irreverencia es a lo sumo tolerada, y si puede ser en el marco de un espectáculo humorístico del lunes por la noche, mejor. Todavía no tengo demasiado claras las causas, pero está enquistada en nuestra ideología mucho del rigor mortificante de ciertas zonas del catolicismo. Para nuestra desgracia, somos ese lugar en el que se puede relajear con todo lo que no importa mientras que hacer un chiste a costa de los dirigentes, los símbolos patrios o los héroes nacionales (por poner algunos ejemplos extremos) es el colmo de la herejía. Y precisamente el humor alcanza su mayor belleza y valor en los momentos que habla de cosas que valen la pena (para mayor información consulte Chaplin, Hermanos Marx, Cantinflas, Monty Python, Les Luthiers, Woody Allen et al.).
Que no se entienda esto como un berrinche de vale todo. Pero estamos necesitados de una sociedad más libre, más suelta, menos mojigata, que se atreva a hablar de lo que le preocupa. Una sociedad en la que no cantemos Divino guión bajando la voz después de gritar Habana Abierta te lo trae. Una sociedad en la que el Pequeño tratado lingüístico sobre la pinga, esa joyita de Raúl Reyes Mancebo, no sea visto como algo escandaloso sino como el divertido texto que es. Una sociedad en la que aparezca una caricatura con Fidel o Martí y no se vea como un crimen de lesa majestad. Una sociedad en la que hablemos sobre pornografía como un fenómeno sociológico más, no el pariente degenerado que nadie quiere mencionar.
Una sociedad en la que las palabras y las ideas tengan su lugar justo, no el de los malentendidos ni los prejuicios. Y esto, niños y niñas, no tiene nada que ver con el sistema político y sí mucho con el cambio de mentalidad. Aunque no estoy seguro de que Raúl Castro estuviera pensando en lo mismo que yo cuando lo dijo.
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