Volvamos la vista atrás. Un alto en el camino de este peregrinaje parcialmente indefinido. Al referirme a la construcción del sentido eché mano de un término, “ilusionismo”, del cual quise inferir un significado distinto al que le corresponde según el léxico regular y que atañe al núcleo de la cuestión. En ningún caso nos vamos a remitir a maravillas sobrenaturales, pues todo el Universo es Naturaleza, o sea, noosfera o Realidad constituida desde la conciencia humana o cualquier otra forma de vida dotada con la capacidad de establecer relaciones mediante el lenguaje de los signos o la metáfora. La filosofía de los idealistas, por tanto, sí es un peldaño sobre el que apoyarse, pero nunca será resolutivo. No hay que perder de vista - antes de tomar partido en la disyuntiva que voy a plantear - el estatus gnoseológico del ser humano según lo establecido por la ciencia de nuestra época y, más en concreto, la psicología de la cognición. Sabemos que no puede haber conciencia sin cerebro, pero el cerebro no es la conciencia. La destrucción del tejido neuronal y de las correspondientes funciones neuroquímicas imposibilitan la manifestación de eso que llamamos conciencia. Sin embargo la explicación de la conciencia no se reduce al conocimiento de los mecanismos del funcionamiento cerebral. Es un fenómeno - o epifenómeno, para los más reduccionistas - perteneciente al terreno de las grandes síntesis que intentan conciliar el mundo sensual con las ideas “a priori”. Conciliar el mundo de la materia con el mundo del espíritu, según los arcanos. Por otro lado, la física cuántica establece que el mundo físico es “función de onda”, o sea, un baile de energía (ondas de luz, subpartículas en movimiento dispar e impredecible) que nos constituye pero del que nada podemos saber más allá de los fenómenos definidos en nuestra sistema perceptivo, y los átomos ni siquiera existen como tales, están llenos de vacío. Según la física moderna, el mundo físico que pretendemos palpar, medir, manipular con nuestra pericia tecnológica, ¡es ilusorio!. Lo que sabemos de la realidad no es la realidad en sí misma, sino la “traducción” que de ella realiza nuestro sistema perceptivo, proceso de síntesis que culmina en la conciencia, con lo cual tenemos que la vida está hecha de representaciones de algo que está más allá de nuestro alcance. No hace falta, pues, recurrir a la magia de los ilusionistas, ya somos prisioneros de un mundo fantasmal. Darle sentido a la vida sería como jugar con un puzzle de fantasmagorías hasta dar con esos modos de relación (los sucesivos encajes) que mejor se ajustan a las necesidades de cada persona. Si utilizamos el arte para crear sentido, sabemos que estamos operando con dicho puzzle, metabolizando ilusiones para crear otras nuevas, las cuales serán el ladrillo usado por otros creadores. Ilusiones es lo único que poseemos, y desde ahí creamos el alimento que nos mantiene vivos: Imágenes, porque la sensación y el concepto percibido forman un todo. Comprender el imaginario de una época o sociedad concretas es conocer el conjunto de mitos, apetencias, ídolos, expectativas y necesidades de una civilización. Saber manipular dicho imaginario (hipotéticamente) es tener control absoluto sobre las masas de individuos. Un lector inconformista e inquieto se estará preguntando si podemos hacer algo para liberarnos de la prisión de las Imágenes. En esta bitácora he expuesto algunas ideas generales sobre cómo llegar a un SENTIDO que pueda satisfacer la necesidad de respuestas. Una era la “vía estética”, la construcción del sentido por medio del arte. Pero esta opción, dicho en palabras llanas, supone emborracharse de Imágenes. Podemos utilizar el cine, la literatura, las ensoñaciones particulares, etc, como medio para establecer una relación especial (bella, estética, intensificadora de la vida) con el mundo que nos rodea y construir, caminando sobre portentosas ensoñaciones, una forma diferente de entendernos a nosotros mismos en diferentes aspectos. Tomar el camino de la “vía estética” funciona, pero sólo hasta cierto punto. Rendir culto a las Imágenes (alimentarnos con ellas y con lo que pueden aportar para nosotros en nuestro mundo de representaciones) es someternos a la prisión de la que supuestamente queremos liberarnos. Todo es Imagen: un cuerpo atractivo es Imagen, un coche último modelo es Imagen, un I-pod es Imagen, una actriz legendaria es Imagen, la pasión fetichista por los libros y por los DVDs es Imagen, un equipo de campeones es Imagen, las personas a las que queremos de verdad es Imagen, una maleta llena de billetes de quinientos euros es Imagen, etc, etc, etc. Es decir, no tenemos apetencia o sentimos apego hacia personas, objetos o mercancías por lo que son en sí mismos, sino por el vendaval de representaciones que surgen en la conciencia y que afectan a toda la estructura psicosocial en la que estamos inmersos. Para ser felices, basta con ser conscientes de ello. Somos esclavos de aquello de lo cual no somos conscientes. No necesitamos mucho más. No sabemos si se puede hacer mucho más. A la mayoría de la gente le basta con tener un buen trabajo, un hogar decente y el cariño de una familia. Pero estas peregrinaciones se inspiran en la necesidad de quienes van persiguiendo dragones. Gente que necesita algo más que eso, o que al carecer de ello busca al Gran Rostro sin rostro, esa nube del no saber…
La otra vía, tal y como nos la trae a colación el valioso ensayo de Thomas Ruster, es la vía auténtica y definitiva, la de la realidad verdadera y el Dios verdadero. Hace cuatro milenios que la tenemos codificada en la ley mosaica, en uno de los pasajes más bellos y citados del Libro del Éxodo, primer mandamiento del decálogo:
Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, casa de esclavitud. 3 No tendrás otros dioses aparte de mí. 4 No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. 5 No te inclinarás ante ninguna imagen, ni las honrarás; porque yo soy YAHVEH tu Dios, fuerte, celoso, que castigo el error de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, 6 y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.
Esta es la “vía ascética”. Si en la vía anteriormente citada se trataba de apegarse con fervor y creatividad a las Imágenes (a las representaciones que surgen del mundo sensual) la “vía ascética” propone el apartamiento total del mundo generado por las representaciones de lo sensual. Propone lo imposible. Porque, si prestamos atención al primer mandamiento del decálogo notaremos que nada menos que nos prohíbe la capacidad de representación. “No te harás Imagen de lo que hay en la tierra ni en el cielo”. Propone una contemplación pasiva y desentendida del mundo, con el objeto de eliminar los ídolos y los dioses falsos porque sin imágenes (ilusiones generadas en la conciencia) no establecemos esa dependencia idolátrica respecto a ellos. En el sistema de mercado actual (pagano y politeísta de implícito) los ídolos tienen forma de automóvil particular, club de futbol, casa unifamiliar con jardín, Justin Bieber, Lady-Gagá, Luke Skywalker, John Mclaine, John Rambo, Harry Potter, las vegeburguers, Cristiano Ronaldo , etc, todo objeto convertido en imagen y mercancía cumple la función del falso dios denunciado en La Torá. En síntesis, necesitamos alimento, modelos, referentes a partir de los cuales construir la realidad o sentirnos identificados. Pero sólo hay una fuerza verdadera, no ilusoria, que es la que se esconde tras la multiplicidad de formas que componen nuestro imaginario. Si el mundo ofrece ilusiones que proceden de un vacío, entonces hay que ir más allá del mundo. Pero ¿a quien le interesa alcanzar dicha meta?. Basta con adoptar la vía media, estar en el mundo pero mantener la atención hacia aquello que lo trasciende, aunque sea una “nube del no saber” o “un desierto desolador”. Embriagarse de relación estética bajo la conciencia de un Ser ilusorio. Y Dios, por tanto, como absoluto del Imaginario, es el verdadero Ser, el verdadero alimento, Imagen sin Imagen.