Para el aquinate el primer remedio es un placer cualquiera. Es como si el teólogo de hace siete siglos hubiera ya intuido la idea hoy difundida de que el chocolate es antidepresivo. Puede parecer una visión materialista, pero es evidente que una jornada llena de amarguras recupera muchos puntos gracias a una cerveza en buena compañía.
El segundo remedio propuesto por santo Tomás es el llanto. Es una asignatura pendiente en muchas personas aprender a llorar, saber concederse ese desahogo que rompe el nudo de una melancolía aparentemente invencible.
El tercer remedio es la compasión de los amigos. Ese momento de compartir la intimidad con quien tal vez no diga mucho, pero hace el impagable favor de escucharte de corazón y sin juicios. El daño se redimensiona y parece mucho más pequeño y solucionable.
El cuarto remedio contra la tristeza es la contemplación de la verdad, del fulgor veritatis del que habla san Agustín. Contemplar el esplendor de las cosas, la naturaleza, una obra de arte, escuchar música, sorprenderse por la belleza de un paisaje puede ser un eficacísimo bálsamo contra la tristeza.
El quinto remedio propuesto por santo Tomás es tan accesible como dormir y darse un baño. Como pueden ver, la sensatez del santo es evidente.
Voy a empezar por el principio de la lista este fin de semana y durante la ducha matinal, pondré esa música que estremece el alma.
Se marcharon llorando y vuelven entre consuelos, dice Jeremías, el profeta.