#Efecto Gamonal #SíSePuede!
(viene de)
-Lo siento, Eowyn, lo siento. No te imaginas cuánto. Las noticias que nos habían llegado era que estabas prisionera de esa dama, Blanca. ¡Nuestros comendadores también estaban negociando tu libertad con el Rey! ¿Cómo podíamos saber que lograrías escaparte?
Esquieu se deshacía en disculpas, con un semblante que retrataba a la perfección el concepto de arrepentimiento; unos pasos detrás de él, Gerard mostraba idéntico pesar. Pero yo, recién regresada de la inconsciencia, estaba bien lejos de apiadarme. ¿Negociando mi libertad con el Rey? ¿De verdad creían que nuestro querido monarca les iba a hacer algún caso? ¿O ya iban con el rabo entre las piernas como Rajoy con Obama, tan sumisos como una mujer que llevara años maltratada por un asqueroso marido machista?
-¡Inútiles, tontos del culo, putos gilipollas de mierda! ¿Tan difícil era suponerlo, acaso? ¡Fuera de mi vista, fuera u os prometo que os enviaré a los Entença en un paquete envuelto con vuestras propias tripas!
Lamentablemente, yo me hallaba bien lejos físicamente de poder cumplir mis amenazas. en el catre de una de las tiendas del campamento, vestida con una camisa limpia, con el cabello buen trenzado y oliendo a jabón, si, pero con la manga caída sobre mi brazo herido, dejando el flechazo al descubierto, dos rollizas campesinas sujetándome sobre la cama con todo su peso y, lo peor de todo, un hombre barbudo de mediana edad vestido a la usanza judía con todas las pintas de ir a ejercer de médico que llevaba una bacinilla en una mano y un aterrador cuchillo en la otra.
-Compréndelo, Eowyn -frey Pere también estaba allí, tomando mi mano derecha-, no podían arriesgarse a que fueras una espía de los Entença. Ya nos han hecho demasiado daño. Debes perdonarlos.
-Ni en sueños -me empeciné yo-. Veis espías por todas partes y donde los tenéis es en vuestro propio seno –yo no olvidaba al desconocido infiltrado que había intentando acribillarme desde la torre de Gardeny-. Además, dejaos de chorradas y decidme qué ha sido de mis amigos. Están bien, ¿verdad? ¡Tienen que estarlo!
No me gustó nada la manera en que frey Pere frunció el entrecejo y apretó los labios.
-Después. Ahora necesitas estar tranquila y dejar que maese Salomón te extraiga la flecha.
-Antes pasará sobre mi cadáver -gruñí, lanzándole una mirada aviesa-. ¿Queréis hablar de una vez? -me dirigía a frey Pere.
-Supongo que no tendrás ningún prejuicio contra los judíos -pregunto jovialmente el facultativo.
Pero ¿qué hacía un médico externo colaborando con los templarios? ¿Tantos heridos había que los hermanos enfermeros no daban abasto?
-Solo sobre los sionistas. Pero eso podernos serlo todos. De hecho, el estado de Israel es un modelo para Cataluña, ¿no lo sabíais? Lo dice Mas. Y ahora acabad con las estupideces y dejad que el comendador responda.
Maese Salomón meneo significativamente la cabeza, mirando a frey Pere.
-Empieza a delirar. No podemos perder más tiempo.
-No deliro, cojones -me indigné-. Pero ¿tan difícil es que me responda alguien a una simple puta pregunta? ¡Y apartad ese cuchillo de mí! ¡No dejaré que me toquen sin anestesia! Válgame Dios, la Sanidad templaria es peor que la pública recortada del siglo XXI. ¡Y bien que se la hacen pagar con sus diezmos!
-No es muy buena enferma que digamos –me disculpó frey Pere, y de paso a sí mismo y a su orden, ante el matasanos-. Cuando la atendimos en la encomienda, sus gritos podían oírse hasta en Jerusalén. Y eso que tuvimos muchísimo cuidado de no hacerle daño, como es habitual.
-¿Anestesia? -preguntaba Maese Salomón, en estado de flipe completo.
-¡Alcohol, idiota! -aullé, sin el más mínimo respeto. Menos mal que debía de estar acostumbrado
-Lo guardamos para casos más graves -negó el médico-.Tú estás casi bien. Si no fuera por ese extraño delirio tuyo, diría incluso que no hay signos de infección ni zonas importantes afectadas. Con un poco de suerte, hasta podré salvarte el brazo.
-No lo hagáis y sabréis lo que es perder una zona importante del cuerpo. Yo misma os la cortaré y la echare a las cabras. Al menos si logro encontrarla.
Maese Salomón volvió a enarbolar el cuchillo, obviando la sutileza.
-Allá voy. Sujetadla bien.
Y sí, grité. De tal manera que incluso me oirían en mi supuesta heredad de Bretaña. Tal vez como venganza contra aquellos hombres que me mantenían en la incertidumbre con la mayor desfachatez (pero había mucho más), grite como si mis aullidos pudieran conjurar los males del mundo, regresar el 2013 español a la Edad Contemporánea desde remotas épocas altomedievales que nos parecen oscuras hasta a nosotros, retornar a la Sanidad su carácter universal, invertir los desahucios, y sus suicidios asociados, devolver el calor a la gente que muere de frío por no poder pagarlo, y meter los alimentos caducados por el culo de los que han obligado a que nos alimentemos de ellos. Pero no se necesitan solo aullidos: al menos si no están proferidos por las armas.
-Bien, esto ya está -era la voz del médico. Yo tenía los ojos cerrados, medio desmayada por el cansancio y el dolor-. Ha tenido suerte: la herida es muy limpia. Ahora solo necesita un vendaje, unas horas de sueño y algún manjar reconfortante después.
-No pienso dormir -pude murmurar yo, entre gruñidos.
-Pues me temo que vas a hacerlo.
Y en realidad, eso fue lo último que escuché aquella noche. No desperté hasta la mañana siguiente, y por mucho que me pese el matasanos en cuestión, del que en principio no pensé que supiera mucho más de medicina que los medicuchos sin vocación licenciados en el bar de la facultad que acaban siendo cómplices de los recortes de una sanidad pública en descomposición, desatendiendo, dejando morir a los pacientes pobres, había acertado en su pronóstico: aparte de un perfectamente soportable dolor en el brazo, hacia días que no me encontraba mejor. Al menos físicamente…
Una de las dos rollizas monjas que el día anterior habían ejercido de enfermeras entró en la tienda con una bandeja de austeras pero sabrosas viandas y, oh, sorpresa, una minivasija con vino, que me señalo mientras me guiñaba un ojo. Sin decir una palabra, pero siempre sonriente, me ayudó a incorporarme y ya se apresuraba a marcharse cuando la detuve cogiéndola suavemente por el brazo.
-¿Has hecho voto de silencio? -ella asintió con timidez-. Pues vaya. Por si fuera poco. No me explico qué afición tenéis de haceros monjas. En tu caso, ¿te vendieron tus viejos al convento porque no podían mantenerte o era mejor perspectiva que ser la esclava de algún marido imbécil que te hará todos los hijos que desee para que acaben muriéndose de hambre? Cosa mucho más cristiana, y más impune, que evitar su nacimiento cuando aún son un embrión, claro -ella se encogió de hombros. Tenía una belleza fresca y sana y una mirada apacible y generosa-. Está bien, no te preocupes. Solo necesito que me indiques donde se encuentra frey Pere. No me explico por qué no ha venido a verme. No quiero imaginarme qué me oculta.
La monjita me miró con la misma expresión que el comendador el día anterior. Evidentemente sabía algo, y también sabía que si yo acababa sabiendo lo que ella sabía mi reacción no iba a ser de las que se quieren saber. Comprendí que no iba a sacar nada de ella y, con cuidado, aparté la bandeja y me incorpore.
-Muy bien. Me autogestionaré como siempre he hecho. Solo ayúdame a vestirme -señale hacia un taburete-. Veo que habéis tenido el detalle de traer mis ropas.
No se mostró nada convencida, pero tampoco se atrevió a negarse: me preguntaba que le debían de haber contado acerca de mi, o que había supuesto, pues parecía sentir por mi simpatía, pero también un poco de respeto. Mas con su ayuda, jubón de cuero, cinturón y calzas estuvieron puestas ipso facto y yo volví a sentirme una persona digna; a continuación, salí de la tienda, mareada de inanición, deslumbrada por el sol y llena de angustia y también de decisión, seguida a pocos pasos por la joven Teresa Forcades medieval.
Me encaminé hacia la enfermería, creyendo que era el lugar donde mejor se responderían mis dudas, y no me equivoqué. En la gran tienda destinada a tal efecto, en mitad de un campamento más ordenado, limpio y bienoliente de lo que era habitual (pero tampoco demasiado, nos vayáis a pensar), entre un serie de catres separados entre ellos y de las miradas ajenas por cortinillas, para preservar los ojos sensibles de los peores estragos de la guerra, el esquivo frey Pere impartía ordenes entre apresurados hermanos enfermeros que portaban de un lugar a otro redomas y bacinillas, mientras conversaba con la otra monja en una lengua que no entendí. Al ver que todo parecía funcionar como un reloj (como solo suele suceder cuando el pueblo es consciente de sus derechos, lo reclama y los toma), a pesar de los dramas que se esconderían detrás de aquellas telas, me sentí un poco arrepentida de mi comentario del día anterior acerca de la Sanidad templaria. Pero irrumpí sin vacilación, cerrando los oídos a los estremecedores gemidos que surgían de algunos cubículos, pues no podía hacer nada al respecto, y me planté ante sus mismas narices.
-Lo siento, comendador. Necesito respuestas.
Una de las cortinas se agitó y de ella surgió una figura conocida.
-Dejadlo, frey Pere: yo se las daré. Ya es hora de que lo sepa.
Isabel estaba delgada, desmejorada y con el rostro des encajado por la tristeza. Aunque tremendamente aliviada, se me partió el alma al verla de aquella manera. Y eso dejando a un lado las implicaciones del hecho.
-Al menos tú estás viva -le dije, abrazándola-. No hubiera sido justo, contigo menos que con nadie. No te corresponde estar metida en este lío- ella aguantaba las lágrimas visiblemente, y después de unos segundos abrió la cortina y señalo el catre con mirada perdida. Gonzalo yacía en el, un aparatoso y sanguinolento vendaje cubriéndole la cabeza.
-Oh, Dios -exclamé yo-. Dime que se recuperará.
-Eso cree el médico. Pero…
Isabel se interrumpió, deshecha en lágrimas. Yo creí entender.
-Han muerto, ¿no? ¿Todos los demás? -miré a mi amiga-. ¿Guifré? -en mitad de una crisis de llanto, ella ni afirmaba ni negaba.
-Lucharon con honor -frey Pere rodeó los hombros de Isabel con el brazo.
-De ello estoy segura. Aquí aún existe de eso, a diferencia de un lugar que yo me sé. Pero eso no me consuela…. Venga, desembuchad de una vez.
Mi voz tembló a pronunciar las últimas palabras.
-Pues…
-… tal vez no todo esté perdido aún -desde hacía unos instantes, escuchaba un andar renqueante y el golpear de un bastón sobre el suelo de tierra. Ahora la cortinilla se levantó y me encontré cara a cara con Guillaume que, con una fea cosedura en la mejilla, un vendaje en el cuello y arrastrando una pierna, vestía pulcramente su hábito y su cota de malla. Alargó la mano y apretó las dos mías, con el rostro lleno de sombras. Yo no quise aferrarme a la esperanza que él me ofrecía: los prolegómenos me hacían colegir que sería tan nimia como la mentira de la recuperación del empleo en la España de 2014.
-Estoy preparada -dije, correspondiendo a su presión-. No soy tan frágil como parece que todos creéis.
Él, al fin, habló.
-Gotfried y Aymeric no lo han conseguido -se refería a dos de los hermanos de su hueste personal: su rostro se contrajo al decir esas palabras. Consciente de cuánto los apreciaba, le abracé para consolarle. Noté que todos estaban pendientes de mi reacción.
-Sigue, por favor,
Me pareció notar un cierto alivio en el rostro de los presentes cuando él me obedeció.
-Los demás corren un serio peligro. Quizá ya ni siquiera estén en este mundo. Los Entença tomaron muchos prisioneros y se dice que los están interrogando con… mucha severidad -evidentemente estaba eufemizando la palabra ‘tortura’. Los sollozos de Isabel se redoblaron-. No nos explicamos qué persiguen y no tenemos efectivos suficientes para liberarlos; tampoco podemos movilizar más a riesgo de dejar desprotegidas otras tierras y que los sarracenos aprovechen para atacar.
-Aparte de que si atacáramos podría iniciarse una guerra entre cristianos -completó frey Pere- de consecuencias imprevisibles. Sin embargo, confiamos en que el rey tome cartas en el asunto.
Yo sabía exactamente qué buscaban los Entença: lo mismo que Blanca y Elvira: averiguar la identidad de mi amigo, y luego hacerle perecer víctima de un lamentable accidente. Pero él no se revelaría nunca si adivinaba aquel interés, y no solo por su extraña manía, que todo el mundo parecía respetar, de viajar de incógnito, y que nadie me explicaba. No, no lo haría.
A no ser que la tortura afectara a otro hermano…
Los demás debían ser informados de inmediato; pero había algo aún más urgente.
-No seáis ingenuos: el rey no va a hacer nada por vosotros. No lo haría ni si no estuviese únicamente interesado en ampliar su imperio en el Mediterráneo, dejar que sus funcionarios corruptos actúen a su bola y construirse pabellones de caza con el dinero que los pobres guardan para pan. ¿No creéis que ya hemos esperado demasiado a reyes, héroes o líderes? -me abstuve de decir ‘dioses’, aunque lo tenía en la punta de la lengua, al estar tratando con religiosos-. Renunciáis a vuestra propia fuerza con todas esas excusas sobre guerras entre cristianos y terribles consecuencias. ¿Cómo podéis abandonar a los vuestros? Entiendo que haya que tomar precauciones -añadí, mirándolos- y, sobre todo no podemos olvidar que es necesario ser estratégicos. Pero creo que se han de acabar las contemplaciones. De todo tipo. ¡Podemos hacerlo! ¡Podemos ganar!
Se hizo el silencio: todos entendían los riegos, los conflictos diplomáticos, las posibles pérdidas. Y también lo perentorio del asunto.
-Eowyn tiene razón, frey Pere. Sabes que yo pienso lo mismo -intervino Guillaume.
-No podemos dejar morir a nuestros amigos -Isabel parecía haber recuperado su entereza.
-Entonces necesitamos un plan -finalicé yo- y rápido.
Guillaume me hizo un signo para que le siguiera. Salimos al exterior de la tienda enfermería y me cogió por los hombros.
-Él quiso rescatarte de las garras de Blanca y yo se lo impedí -mantenía la cabeza baja, con culpabilidad-. Creía que no te haría ningún daño, que solo te retenía para presionarme para que volviera. Le convencí de que aquí era más necesario. Y fue su perdición.
-Blanca y Elvira se traen más intrigas entre manos que las vuestras amorosas -informé yo-. Después os contaré todo. Pero de momento lo importante es que nuestro amigo es el centro de ellas. Tenemos que sacarle de allí. Y a los demás -me estremecí-. Guillaume, le he fallado. Os he fallado a todos. Tuve la oportunidad de escaparme mucho antes, y entonces nada de esto hubiera sucedido. Pero Blanca me convenció de que trabajaba por la paz y contra la cruzada, esa cruzada que no terminará nunca… También -aquí baje el tono de voz, avergonzada- me hizo creer que alguien como yo nunca conseguiría el cariño de mis semejantes. Y aquí la creí porque tiene razón: siempre fallo a todo el mundo, en todos los tiempos a los que viajo: soy demasiado independiente y demasiado complicada. Ojalá pudiera cambiar. Pero no sé cómo hacerlo.
Él apretó algo más firmemente.
-Eowyn, no te preocupes. Te lo traeré con vida. Lo prometo.
Le miré a los ojos.
-Lo traeremos juntos. Ya nos ha separado bastante el sistema. Cómo si no fuéramos capaces de cabrearnos, separarnos y distanciarnos nosotros solitos. (Sigue).