Colombia no se sustrae a esa tendencia que, a diferencia de otras sociedades, allí se le puede señalar como “normal”.
Obsérvese que la muy particular historia de Colombia se ha caracterizado porque, aún desde sus inicios en la Independencia, con la “Patria boba” (federalistas y centralistas), con “Guerra de los supremos” (Obando y Marquez, entre otros), con sucesivas guerras civiles (seis en el siglo XIX), con la guerra de los Mil Días (al final de ese siglo y comienzos del siguiente) y, hasta hoy, con el interminable conflicto armado, heredado desde mediados del siglo XX, aún vigente… este país siempre ha vivido envuelto en muchas guerras. Y, en medio de ellas, su correspondiente “proceso de paz”.
Así pues, durante las últimos 60 años, digamos “lo más reciente”, desde la entrega de armas en Monterrey, en Casanare, año 1957, pasando por el M19, el EPL, el Quintín Lame, el CRS y hoy las FARC y el ELN… los fenómenos armados, en Colombia, no se ha sustraído a tan importante práctica: su correspondiente “proceso de paz”.
Los procesos de paz, en Colombia, constituyen, entre todos los negocios, uno de los mejores para aquellos quienes los lideran.
Semejantes esfuerzos no han surtido el efecto deseado: una paz perdurable. Y tal situación tiene sólo una explicación. Es que los procesos de paz, en Colombia, constituyen, entre todos los negocios, uno de los mejores para aquellos quienes los lideran; pues, producto de los mismos, pingües ganancias de orden económico, de renombre internacional y de carácter político (sin importar el impacto positivo social que debería significar) animan a quienes podrían asegurar duradera y eficaz época de paz, a adelantar su propio, muy «a su medida», proceso de paz. Paradójicamente, para que se requiera un proceso de paz, necesariamente debe haber su contrario complementario, la guerra… el otro negociazo; producto del cual, pingües ganancias de orden económico, de renombre internacional y de carácter político (sin importar el impacto negativo social que significa) anima a quienes -con séquito incluido- pudiendo acabar con la guerra, por el contrario, se dedican a conservarla, a estimularla y a adaptarla para su renovación y para el subsiguiente… “proceso de paz”.
Salvo diferencias de forma determinadas por el momento político y por sus actores, en el fondo, el círculo vicioso se conserva y crece: yo armo la guerra y, obviamente, una industria alrededor de ella; tu armas el correspondiente proceso de paz y, desde luego, una industria alrededor de él. Tu armas la guerra….y yo, el subsiguiente “proceso de paz”. Y así, interminablemente… Entonces, cómo pensar en una verdadera época paz…?
Mientras líderes -y séquito- se benefician, ya sea desde la guerra o desde los procesos de paz, el pueblo, la base, sufre sus decisiones poniendo los muerto, abandonando tierras, cultivos, ganado; gastando vida en permanentes, inacabables, protervos y generalizados desplazamientos. Parafraseando a “Boxer” en “las calles de Nueva York”:
“Para siempre ganar… a medio pueblo se le puede mandar al otro medio… matar».
Perverso, definitivamente…!!! Y… vaya: totalmente sin esperanza…!!!