Miuras. 1842. Al matadero. Marqués de Albaserrada. 1912. Moruchos. Pablo Romero. 1885. La necedad vestida de cárdeno. Esto, sin que se les caiga la cara de vergüenza, es lo que han escrito durante este verano tres de las eminencias taurinas más célebres del país. Moncholi, Javier Hernández y Carlos Ruíz Villasuso. Tres arquitectos de la fiesta moderna, madre de la corrida incruenta; tres monosabios al quite del empresario, ganadero o figura de turno; tres atúnes sin chispa de respeto por una Historia, la del toreo, que ha permitido que llegue con salud, poca, el arte que les da el pan de sus hijos; tres actitudes irresponsables y antitaurinas; tres futuros cargos de CiU.
Hablábamos aquí hace unos días, cuando el entierro de Barcelona, de la necesidad de "que la crítica actúe con honestidad, que cada tarde, desde el cero, pongan en la balanza el valor y oficio de unos, y la bravura y trapío de otros. Y que lo cuenten, que expliquen el toreo, que lleguen dónde el resto de la sociedad, más analfataurina que nunca, jamás podrá llegar por sí sola." Visto lo visto, toda una utopía. Con los Adolfos, esas viudas catalanas que lloraban por la mala dicha de la Monumental, cuya muerte se da por buena si en el entierro ha cantao por bulerías la Tomasa, ha vuelto a renacer toda la mala casta, moruchera de verdad, de algunos críticos que escriben desde el más despreciable resentimiento hacía según que ganaderías. Esta vez le ha tocado a Adolfo Martín, como era de esperar con un tío que, sencilla y llanamente, cría el Toro. Antes Miura. Los viejos Pablorromeros de Partido de Resina también se llevaron lo suyo. Los herederos del Duque de Veragua, de Prieto de la Cal, fueron "nacionalizados" como juampedros, que hay que tener mala leche. Los de Escolar, triunfadores en San Isidro, fueron tratados de ladrones. Los portugueses de Palha, de hermafroditas. Y así, con un largo etcétera de hierros de leyenda, emblemas del aficionado, garantía de autenticidad de la Tauromaquia. Escrito está en las hemerotecas recientes de los portales taurinos, para los descreídos que no lo quieran ver.
Todos estos, a los que se les llena la boca de ecologismo, tanto que parece se van a atragantar con su propia bilis, que apostillan una y otra vez como loros que el futuro pasa por la unión, como si la unión en este mundo de chalados fuera posible, sólo son capaces de unirse para hacer daño a la figura vital e insustituible de la Fiesta: el Toro. Si dependiese de ellos, los Alijares, Cortijo de Arenales, Partido de Resina, Zahariche, la Ruiza, Comeuñas, Valdetiétar, Dehesa de Frías, las Tiesas o la Zorrera sí que estarían llenas de moruchos, de charoleses, de ibéricos, hasta de cabras piyoyas; si estuviesen en sus manos, que en cierto modo están, los guapos habitantes de esas fincas míticas desaparecerían para siempre. Por moruchos.
Pensar así si es de buenos aficionados. Yo me quedo con los malos, los del autobús. Por encastaos.