Conversación con... Guillermo Carnero V/V

Publicado el 17 septiembre 2011 por Agora

CUATRO NOCHES ROMANAS (Barcelona, Tuquets, 2009)

FULGENCIO: La pregunta más incisiva que a mí me ha hecho un lector, es qué me dolía cuando escribí tal cosa... ¿Qué es lo que te dolía para escribir Cuatro noches romanas?

GUILLERMO CARNERO: En primer lugar, el hecho de que me estoy haciendo viejo y lo sé. Hacerse viejo es una desgracia desde todos los puntos de vista, pero sobre todo porque tengo recuerdos que me gustaría echar a un lado, pero no puedo. He estado en Roma muchas veces, pero este libro lo escribí tras la última de ellas, con la conciencia de estar en el último acto. Roma es una ciudad única, en la que la muerte está siempre presente.

FULGENCIO: ¿Por qué no Venecia?

GUILLERMO CARNERO: Venecia la he tratado en algunos poemas, pero no en un libro entero, y no sabría decirte por qué. Verano inglés es Londres, Fuente de Médicis (Madrid, Visor, 2006) es París, y Cuatro noches romanas es Roma. Si hay una ciudad para sentir la evidencia de la muerte, del paso del tiempo, de la destrucción, es Roma; no hay otra como ella. Hay ciudades más totalmente destruidas, pero Roma es un cadáver en parte vivo; encima de un residuo arqueológico romano o medieval hay un edificio del siglo XVI, y encima uno del XVIII y otro del XIX, y junto a él un McDonald´s, y al lado una turista con las tetas al aire, como decía Miguel Hernández;todo entre una plétora de belleza y montones de basura.

Esa acumulación de contrastes sólo la produce Roma, y yo no he sentido nunca en otra, tan agudamente, lo que es estar vivo y muerto a la vez. Hay ciudades que te dan la sensación de estar absolutamente muerto, como Lisboa; a lo mejor escribo mi próximo libro en Lisboa.

FRANCISCO J. ILLÁN: ¿Qué lugar es especial para ti en Roma?

GUILLERMO CARNERO: El Cementerio llamado “Inglés”. Es el lugar que más emoción me ha producido nunca. Es de los siglos XVIII y XIX, pero en él está la pirámide de Cayo Cestio, que es de época romana; desde él se ve la Puerta Ostiense, de tiempos de Diocleciano; y está la tumba de Keats, está la tumba de Shelley, está la tumba de un niño al que sostuvo Wordsworth sobre la pila bautismal, y tantas cosas más... Luego la tumba de un árabe, de un copto, de un ortodoxo griego. Lo llaman Cementerio Inglés, pero no es un cementerio luterano ni tampoco civil, sino Acatólico, es decir, reservado a los no católicos. (“Cementerio acatólico” es la Noche tercera de lasCuatro noches romanas). Y claro, la parte de la primera mitad del XIX es la verdaderamente sorprendente y emocionante, por esa razón que os contaba de la pirámide, la Muralla Aureliana y la tumba de Keats, todo junto.

FULGENCIO: Me gustaría que dijeras – ya que haces referencia al cementerio acatólico, y mirando un poco al tema metafísico – si en tu poesía dejas aflorar tu agnosticismo.

GUILLERMO CARNERO: Sí, pero eso es lo de menos. Porque es mi propia vida lo que ahí cuenta. Por ejemplo, Campo de' Fiori es hoy un lugar lleno de turistas, pero allí estaban las hogueras de la Inquisición. (“Campo de' Fiori” se titula la Noche primera del libro). Yo he sido tan feliz y tan desgraciado en Campo de' Fiori, que no he podido evitar el darme cuenta de que ese lugar está lleno de dolor; allí han muerto muchas personas, y nosotros paseamos con un helado en la mano, profanando un suelo consagrado por la muerte. “Campo de flores” es nombre paradójico para un lugar de tortura y dolor. Y el haberlo sido para mí puso en marcha mi imaginación. Otras veces ha faltado la historia y características del lugar, o el nombre, o mi experiencia personal. Esas son las cosas que te regala la vida, casi siempre para hacerte sufrir, pero también cuando te induce u obliga a escribir.

FULGENCIO: ¿Se podría decir que la poesía como lenguaje, como vivencia, tiene un sentido?


GUILLERMO CARNERO: Yo leo mi poesía y me reconozco, y aprendo sobre mí mismo; eso me parece importante. Y cuando pienso en lo que mi vida ha sido, me pregunto qué la justifica. Pues bien: creo que es eso. Y de todos los desastres y felicidades que yo he podido recibir, y del daño que he podido sufrir y causar a los demás, como en el caso del marabú, queda algo, con mayor o menor mérito. Si lo escrito por mí, cuando lo leo, me ilumina sobre mí mismo, igual me pasa con la obra de otros poetas; y alguien también puede conocerse a sí mismo leyéndome a mí, y con eso me basta. No creo que se pueda decir lo mismo de muchas actividades o vocaciones.

FRANCISCO J. ILLÁN: ¿Vuelves muy a menudo a tu poesía?

GUILLERMO CARNERO: Sí, de vez en cuando tengo la necesidad de leer algún trozo, algo que me llama.

FULGENCIO: Esa prueba es muy importante, hay gente que dice que no lee nada de lo que escribe, quizá porque ha perdido la conexión sentimental o existencial con su obra.

GUILLERMO CARNERO: Mi último libro lo he leído, y releído, muchas veces.

FRANCISCO J. ILLÁN: En esas relecturas, ¿cambiarías el texto de los poemas, como hacía Juan Ramón Jiménez, o los dejarías como están?

GUILLERMO CARNERO: No veo la necesidad de cambiar. Quizás alguna vez me digo: aquí podía haber sido más explícito, pero no lo fui por no molestar o herir a nadie, y lo dejo como está. No sé si para ediciones póstumas dejaré una nota para que se añadan versos que taché por ese motivo. Eso no quiere decir que crea que mis poemas son perfectos, ni mucho menos; Pero los leo y me reconozco.

FULGENCIO: Con la sabiduría de haberlo escrito y el paso del tiempo.

GUILLERMO CARNERO: E incluso me puedo poner, lo cual es también importante, en la piel del lector que no ha pasado por las experiencias por las que yo he pasado, y en cierto modo se enfrenta al libro desde cero. A ver qué transmite ese libro cuatro o cinco años después de que ocurrieran las cosas que me ocurrieron, a ver si sigue transmitiendo cosas. No lo leo ya por lo que el libro connota, sino por lo que denota. Eso lo permite el paso del tiempo, y cuando un libro mío me sigue satisfaciendo, tengo la sensación de no haberlo escrito en vano.

Ahora estoy volviendo a leer Espejo de gran niebla, y me es cada vez más evidente su carga simbólica, pues todo su campo semántico está basado en el agua: el río, la marea, el mar, las olas. Eso te certifica que has escrito con verdad, porque la coherencia simbólica no se puede fabricar, sobre todo sin haberlo pretendido. No lo parece, pero ese libro es el tra- sunto de un viaje en tren de Greenwich a Londres, un tren de cercanías que pasa sobre un puente que no tiene tablazón, de modo que parece volar sobre el agua, la ves. Fue un trayec- to que hice varias veces y en circunstancias muy distintas, y esa imagen se me quedó graba- da y se convirtió en obsesión, partiendo de que el viaje es un símbolo, como el tren y el mar.

FULGENCIO: Ahora entiendo lo que quieres decir con azar objetivo. A mí me pasó con un ancla, que la vi al amanecer, en un puerto, la reproducción de una gran ancla negra. Son símbolos que por alguna razón que desconocemos se graban en la mente.

GUILLERMO CARNERO: Por mucho que tú sepas que algo es un símbolo, si para ti no tiene resonancia emocional no lo será.

FULGENCIO: Si lo lees en un libro de simbología no te dice nada. Es esa asociación lo que te lo descubre.

GUILLERMO CARNERO: Tengo libros de Simbología y Antropología, pero he olvidado la mayoría de ellos. Yo estaba en cierto lugar y en ciertas circunstancias, y cierto día tomé cierto tren, y no otro. Eso no te lo da ningún libro.

FULGENCIO: Los símbolos vividos parece que atraviesan todas las fases de la vida. ¿Hay algún símbolo así para ti?

GUILLERMO CARNERO: Como acabo de decirte, el agua. Y me he dado cuenta que, en varios poemas míos, a lo largo de los años y sin que yo fuera consciente, aparece de vez en cuando la imagen de alguien que se ahoga y después vuelve a la superficie. El agua es el tiempo, símbolo fundamental del misterio y el peligro. Eso ha sido siempre un viaje por mar, cuando emprenderlo era tan azaroso que muchas personas desaparecían para siempre.

FULGENCIO: Los antiguos contaban sus años por los naufragios a que habían sobrevi-vido. Tal había sobrevivido a cinco, luego era mayor que otro que hubiera sobrevivido sólo a tres. San Pablo contaba, creo, siete naufragios antes de llegar a Roma.

GUILLERMO CARNERO: El motivo de las cantigas de amigo en que una mujer va a la orilla del mar, a preguntar a las olas dónde está su amado: “Miraba la mar/ la malcasada, miraba la mar/ como es ancha y larga”; “Olas del mar de Vigo, / si visteis a mi amigo”, etc. Muchas cosas tienen en sí mismas y en la tradición literaria y artística alcance simbólico, pero sólo he escrito sobre aquellas que lo tenían para mí, por razones de historia personal. El jardín, por ejemplo. El poema “Jardín inglés”, en El sueño de Escipión; “Me has quitado la paz de los jardines” en Verano Inglés, y hasta un libro entero, Fuente de Médicis. Hay momentos en tu vida en los que un jardín representa algo, como me pasó con el Jardín de Villa Aldobrandini (Noche segunda del libroCuatro noches romanas). Un lugar abandonado y sucio, al que van drogatas y putas baratas; sin embargo, yo recibí la iluminación allí. Cuando se trazó la Via Nazionale, que sube desde Plaza Venecia hasta el Quirinal, desapareció casi todo el jardín; de él queda un rinconcito miserable, con escalones de ladrillo desgastados. Hay una iglesia preciosa al lado, Santa Ágata dei Goti, y muchos restaurantes hindúes (“indianos”, dicen en Roma), y esa fue mi suerte: me gusta mucho la comida hindú, y me aconsejaron que fuera a Vía dei Serpenti, y al entrar en ella desde el Foro me encontré con ese jardín, a la hora del atardecer. Yo sabía que era el Jardín Aldobrandini de Roma, no el de Frascati.

FULGENCIO: En tus poemas dotas de sentido y de cierta luminosidad esa realidad degradada y efímera. La poesía también tiene esa función.

GUILLERMO CARNERO: Roma es como ver simultáneamente a una mujer hermosísima a los dieciocho años, y decrépita a los noventa. Si conoces un poco la historia de sus monumentos te entran ganas de llorar. El Coliseo, despanzurrado para construir el Palacio Barberini y el Palacio Farnesio, como una cebolla a medio pelar, hasta que alguien tuvo la idea de decir que estaba santificado por la sangre de los mártires. Del Circo Máximo no queda nada más que un hueco cubierto de césped en el suelo. La tumba de Cecilia Metela, el teatro de Marcelo, son cosas que duelen. En el Arco de Tito había una barbería; el Pórtico de Octavia era una pescadería hasta tiempos de LordByron... Roma es eso, una ciudad única donde está la muerte siempre presente.

Texto Fulgencio Martínez,
fotografías
Francisco Javier Illán Vivas