Conversaciones a la luz de la luna

Por Sandra @sandraferrerv
Anoche rompimos la buena rutina de irse cada uno a su cama a dormirse. Cuando Pequeña Foquita se quedó frita tras su ábrelo nocturno, Bebé Gigante se vino conmigo un rato a mi cama a charlar. Una de las cosas que más me preocupa de mis hijos es que el día de mañana no se quieran comunicar con sus padres. No pretendo ser la amiga de mis hijos. Ese no es mi papel, pero sí enseñarles que pueden hablar conmigo de sus sentimientos. Y como siempre hay un principio, ahora que mi hijo va a cumplir 4 años, creo que es momento de empezar a relacionarnos de un modo más "adulto", por decirlo de algún modo.
Así que allí que se fue tan contento a estirarse a charlar un rato al lado de mamá. Y ¿de qué hablamos? Pues de su infancia primera. Porque aunque parezca mentira, mi pequeño gran hombre con sus casi 4 años ya tiene una breve historia.
Dicen que es a partir de los 3-4 años que un ser humano empieza a tener recuerdos. Así que decidí explicarle cómo era su vida cuando era un bebé. Con ojitos atentos y sonrisa preciosa escuchaba los bonitos recuerdos que su madre gravó a fuego en su corazón. Cómo se dormía en mi pecho, cómo su padre le paseaba cuando nada le consolaba, cómo acudíamos a su moisés cuando nos llamaba con su llanto. Omití con toda la intención los momentos duros y agotadores de aquellas largas noches sin dormir. Momentos guardados en el cajón de los recuerdos olvidados. Porque todo lo bonito ayudó a desterrar lo malo. El cansancio pasó, dejando para siempre las bonitas experiencias.
Y él, como un alumno aplicado, repetía entusiasmado mi relato de cómo le acunábamos y le cuidábamos. Fue muy bonito ver cómo empezaba él también a tener recuerdos aunque fueran transmitidos por mí.
El problema vino cuando ya tuvo que volver a su cama (como ya he dicho en alguna ocasión, el espacio, o falta de él, manda). Pero con cariño y un rato de compañía a su lado, fue el fin de una bonita velada de conversaciones a la luz de la luna. Espero que se repitan.