Así que allí que se fue tan contento a estirarse a charlar un rato al lado de mamá. Y ¿de qué hablamos? Pues de su infancia primera. Porque aunque parezca mentira, mi pequeño gran hombre con sus casi 4 años ya tiene una breve historia.
Dicen que es a partir de los 3-4 años que un ser humano empieza a tener recuerdos. Así que decidí explicarle cómo era su vida cuando era un bebé. Con ojitos atentos y sonrisa preciosa escuchaba los bonitos recuerdos que su madre gravó a fuego en su corazón. Cómo se dormía en mi pecho, cómo su padre le paseaba cuando nada le consolaba, cómo acudíamos a su moisés cuando nos llamaba con su llanto. Omití con toda la intención los momentos duros y agotadores de aquellas largas noches sin dormir. Momentos guardados en el cajón de los recuerdos olvidados. Porque todo lo bonito ayudó a desterrar lo malo. El cansancio pasó, dejando para siempre las bonitas experiencias.
Y él, como un alumno aplicado, repetía entusiasmado mi relato de cómo le acunábamos y le cuidábamos. Fue muy bonito ver cómo empezaba él también a tener recuerdos aunque fueran transmitidos por mí.
El problema vino cuando ya tuvo que volver a su cama (como ya he dicho en alguna ocasión, el espacio, o falta de él, manda). Pero con cariño y un rato de compañía a su lado, fue el fin de una bonita velada de conversaciones a la luz de la luna. Espero que se repitan.