FM: Aquel verso final de un poema (“La chica de las mil caras”) de tu libro Elsinore, y ahora que releo dicho poema, creo que todos los motivos que están ya en él, los retomas luego en tus libros siguientes. ¿Lo crees así?
LAC: Creo que sí, que “La chica de las mil caras” era, además de un poema, una especie de muestrario de mis obsesiones, de esas que luego he ido desarrollando.
FM: A pesar de ello, la crítica ha señalado una ruptura en tu evolución poética, que viene marcada por la publicación de La caja de plata, en 1985, en la editorial Renacimiento. (Ese libro recibió el premio de la Crítica al año siguiente).Pero, antes de referirnos a esa publicación, quisiera que nos comentaras tu primera época: de los libros Elsinore (1972), Scholia(1978), Necrofilia (1983). La palabra melancolía se repite en bastantes poemas de esa etapa. Se ha dicho que veías, entonces, la literatura como un refugio protector, y, en general, la generación poética de los 70 ponía en la literatura una alta misión, paradójicamente en proporción directa a su concepto esteticista del arte. ¿Cómo te sientes ahora respecto a esos primeros libros?
LAC: Cada vez más compenetrado con ellos. Hay un momento en que lo que escribes en la primera juventud te parece abominable y tratas de romper con ello como sea. Luego te das cuenta de que esos primeros poemas reflejan con admirable precisión los rasgos de tu cara y que no es deseable ir por ahí rompiendo espejos, por antiguos y pasados de moda que te parezcan (que no lo están, ni mucho menos, tanto).
FM: Creemos, precisamente, que en la medida en que empezaste tú, y luego otros poetas, en los 80, a relativizar aquella misión literaria, se produjo el efecto doble de, por un lado, un recalar nuevamente la poesía en la vida, y por otro, la mayor vitalidad literaria de los textos que se escribían. ¿La caja de plata tuvo una larga elaboración? ¿Sentiste con ese libro que estabas rompiendo a nueva etapa o la continuidad con lo que escribías anteriormente?
LAC:Tuve entonces, hacia 1979, la sensación de que estaba escribiendo diferente. Pero, ¡ojo!, ya en Elsinore y, desde luego, en Scholia, había indicios de esa nueva etapa. La lectura del Borges poeta y de Cirlot fueron decisivas en mi evolución. Y la relectura en clave estética, y no filológica, de la Antología Palatina, que me ayudó a caminar hacia un universo poético de estructuras cerradas. A partir de entonces, lo epigramático empieza a funcionar en mi poesía de manera imparable.
FM: La caja de plata se compone de tres niveles o secciones: “El Puente de la Espada”,“Serie negra” y “La brisa de la calle”. En este última hay poemas inolvidables.El soneto “El editor Francisco Arellano, disfrazado de Humphrey Bogart, tranquiliza al poeta en un momento de ansiedad, recordándole un pasaje de Píndaro, PíticasVIII 96”, “Isabel”, “Sobre un tema de J. M. M.”, “Cuando vivías en la Castellana”, “El otro barrio de Salamanca”. No podría elegir tan solo unos poemas de esa última sección, recuerdo que fueron los que más me impactaron; hoy aprecio algo más poemas tan descarnados como “Conversación”, de la primera sección, “El Puente de la Espada”. El lector es voluble o los libros vivos cambian. ¿Tienes también, según qué días, tus preferencias? ¿Cómo empezaste a mirar el paisaje desolado con los ojos del cine, de la literatura clásica, de las palabras cotidianas?
LAC: Acabo de publicar en Renacimiento una antología, Por las calles del tiempo, en la que soy yo quien llevo a cabo la selección de mis propios poemas. Hoy, casi un año después, no elegiría los mismos poemas. Coincidiría en un ochenta por ciento, pero el restante veinte por ciento siempre es cambiante. Según qué días y hasta según qué horas. Empecé a ver ese paisaje desolado desde siempre y a través de todo lo que amo, que es, en efecto, el cine, la literatura clásica, los tebeos. Eso sí, lo trasladé a palabras cotidianas a partir, sobre todo, de La caja de plata.
FM: Tu siguiente libro, El otro sueño (1987), es curiosamente el libro en que apuestas de forma consciente por la “línea clara”, sobre todo a partir de su tercera sección: “Las mañanas triunfantes”. Un poema como “Contra las Canciones de Opósitos”, donde rechazas la ambigüedad y el romanticismo barroco (“Me he pasado la vida conciliando contrarios. (…) Quiero volver atrás, al tiempo en que las cosas / no eran tan complicadas, y el amor no era odio...”). Y un poema como “Hoy he tenido un sueño con amigos”, afianzan los pies del poeta en el suelo, apuestan poéticamente por encontrar un orden en el caos.
LAC: El otro sueño es un libro escrito desde la confianza en mi “nuevo” estilo, pues acababan de darle el Premio de la Crítica a mi Caja de plata. Por eso en él se desarrollan, como muy bien has visto, los presupuestos teóricos de la “línea clara”. Estilísticamente El otro sueñono es más que una continuación de La caja de plata.
FM: ¿Es esta una razón para escribir poesía? ¿El tema arquetípico del héroe que lucha contra las fuerzas del caos lo tenías presente (supongo que no) cuando escribías este libro?
LAC: No lo tenía presente, pero tú acabas de hacérmelo ver. Estoy completamente seguro de que mi escritura poética no es más que una lucha, perdida de antemano, contra las fuerzas del caos. Un combate, a la vez festivo y melancólico, en vísperas de la Götterdämmerung.
FM: En otras secciones de ese libro, como la titulada Los invitados, aparece Sonja la Roja. “La que viene de lejos para velar tu sueño”. Sonja, “la rival de Conan”. En esta sección no renuncias a la ilusión del niño, te asisten los héroes del cómic, que, en el adulto, llenan un vacío de explicación del mundo. En este libro concilias la necesidad del sueño (y de la ficción) con la necesidad adulta de claridad. Volviendo a la anterior pregunta –ahora, desde otro punto de vista–, ¿mueve tu poesía la necesidad de explicarte un sentido de las cosas que aparentemente no lo tienen?
LAC: La poesía, como el mito, es un intento de explicar (o, más bien, de explicarse) el mundo. No es que proporcione sentido a las cosas, pero ayuda a transitar por ellas con más comodidad y una pizca menos de angustia.
FM: También, en El otro sueño, aparecen temas de preocupación cultural, quizá social: “Julio Martínez Mesanza”, un poema sobre la edad caballeresca de la civilización europea, que contiene una derivada a lo personal: “Y contigo regresa el coraje a mi alma, / y la euforia serena, y el fervor sosegado, / y vuelven inmutables leyes a protegerme / de quienes hoy legislan....” Y, como en el poema “España”, de la última sección del libro (“Viñetas”), se anuncian temas y preocupaciones que reaparecerán en el libro Por fuertes y fronteras. (La decadencia de España, la reflexión sobre la cultura europea, la religión, la política, temas “serios” y de rancia tradición poética, hoy desterrados incomprensiblemente de la poesía española, junto a temas “lúdicos”, como los “héroes” de ficción infantiles, las “chicas” y los “borrachos”).¿Crees que en poesía se puede hablar de todo? ¿Por qué sentiste la necesidad de juntar en negro sobre blanco tantos argumentos contra un poeta puro y contra ti?
LAC: Porque nunca he creído en la poesía pura, a pesar de mi admiración por Juan Ramón. Creo que la poesía debe ser, más bien, como tú dices, una amalgama de argumentos contra ella misma. Todo puede ser susceptible de convertirse en poema. En poesía se puede hablar absolutamente de todo, con tal que el mensaje transmitido tenga valor poético, o sea, abunde en connotaciones y no restrinja su discurso al elaborado mediante un lenguaje meramente denotativo.
FM: Tu siguiente libro, El hacha y la rosa (1993), publicado todavía, como los dos anteriores, en Renacimiento, es quizá el libro donde llegas al acmé, al pleno dominio de tu poética del héroe desleído en lo cotidiano. Desleído en un doble sentido. Quizá, en este libro, te despides definitivamente de la salvación por la literatura, y la ironía, muy crítica, ya está en el extremo de la relativización de esa “alta misión” (un poco autista y esquizoide, creemos nosotros) que en los 70 se daba a la literatura. Unos querían cambiar con ella el mundo; otros elaborar para ella y para sí mismos un búnker inexpugnable. Preciosos, por y a pesar de su mordacidad, poemas de ese libro: “Zombis en la calle”, “El desayuno”, “Nausícaa”. Te despides también con amor, con ternura, de aquellas sombras de la literatura, para quizá algún día volver... ¿Cómo ves tú, ahora, la propuesta de los poemas de ese libro?
LAC: Son la consolidación de la maniera iniciada en La caja de plata. Se publicó un adelanto importante de ese libro en la recopilación Poesía 1970-1989 publicada en 1990 por Renacimiento. En El hacha y la rosa están algunos de mis poemas más conocidos, como “El desayuno”. Fue, además, el último libro “canónico” cuya primera edición apareció en Renacimiento antes de mudarme a Visor (el propio Abelardo Linares me recomendó que cambiase de aires para propiciar una mejor distribución de mis libros).
FM: Por fuertes y fronteras (1996) sigue siendo uno de los libros más complejos de la poesía española de los últimos veinticinco años. Y sigue siendo un libro raro. Quizá alguna de sus claves puedas explicar, como la cita preliminar de Juan Eduardo Cirlot...
LAC: Es el libro de una ruptura sentimental, como lo fuera Elsinore(1972). Hay poemas que están escritos antes de la ruptura, pero que ya la anuncian. Coincide, además, con el fallecimiento de mi madre (mayo de 1995), La última parte, incorporada al libro a partir de su segunda edición ampliada (San Sebastián de los Reyes, Universidad Popular “José Hierro”, 2002), está escrita después de la ruptura. Es un libro muy desolado, lleno de claves personales de difícil elucidación.
FM: El libro contiene secciones tan distintas y a la vez engastadas como placas telúricas. “A quemarropa”, una de sus secciones, contiene la “Advertencia al lector” de que entienda tu “literatura” “como lo que es: un grito (o un susurro) de angustia / y soledad”. No sé qué preguntarte sobre eso. Di lo que quieras, si quieres.
LAC: Ya reparaste antes en ese poema, “Advertencia al lector”. Creo que buena parte de mi “literatura” es justamente eso que digo en el poema. Buenos lectores como tú lo perciben con claridad.
FM: En otras secciones de ese libro, “La herida oculta”, “Puesta de sol”, sometes a una cierta revisión –a una “prueba”– tu poética diurna, la línea clara sale de ella ganando, en poemas como “Vive la vida”. ¿Es un libro de crisis?
LAC: Es un libro de crisis, de desbarajuste anímico, de confusión, de furia, de indefensión, de soledad.
FM: Y, sobre todo, en la sección “La flor azul”, alcanzas una nueva síntesis entre el simbolismo y el amor a lo vital que es un sello, para el lector, de la lectura de tu obra. “Cnoso”, “La flor azul”, son poemas donde comparece la imagen de la madre, que es también la madre Tierra y también la cultura que nos sostiene, desde Creta, y la Diosa Blanca, y el Mediterráneo.¿Sentiste que expresabas ahí todo lo que querías?
LAC: Ya anunciaba esos temas en la primera sección de El hacha y la rosa, rotulada precisamente “La Diosa Blanca”. La muerte de mi madre reforzó esa línea argumental de mi poesía en torno al Eterno Femenino, un Ewigweiblich que acababa de perder por partida doble.
FM: En otros poemas viertes una dualidad entre angustia (“Navidades de 1995) y confianza (“Religión y poesía”). ¿Esa tensión sentías que podía paralizarte?
LAC: No, al revés. Vivo siempre en tensión de contrarios. Como casi todo el mundo que piensa.
FM: La última sección se titula “Paisaje después de la batalla”: vuelve la mirada con cierta irónica distancia (en el poema “Los dramas confucianos”) sobre los despojos de la lucha. ¿Hay mucho positivo alcanzado, no?
LAC: Sí. Mucho camino recorrido. Muchas magulladuras. Muchos rasguños. Pero todo eso ayudó a que las heridas se cerraran.
FM: Sin miedo ni esperanza, el siguiente libro, de 2002, tiene ya en su título una divisa. Me detengo en un par de poemas: En el que tiene el mismo título que el libro citado. Y en otro: “El Puente de la Espada”, que revisita tu primera sección de La caja de plata. En ambos poemas parece que continúas un diálogo con dos temas recurrentes en tu obra: el desafío del héroe (que ha de someterse a la prueba y salir vencedor para que reine un orden) y la caída de la apuesta que presenta el personaje femenino, esto es, el cese de la tensión heroica y la aceptación de la naturalidad de la vida y de la cotidianidad de la mutua compañía entre hombre y mujer cuando “los ángeles rebeldes / ...al final se han salido con la suya / perdiendo la batalla”). ¿Qué claves nuevas avanza este libro?
LAC: En lo biográfico ese libro traslada al papel el hallazgo, siempre asombroso y electrizante, de un nuevo amor. Se suaviza el clima tormentoso de Por fuertes y fronteras, y hasta hay lugar para una poesía de carácter lúdico que enlaza con ciertos comportamientos creativos previos a La caja de plata.
FM: Los siguientes, La vida en llamas (2006) y El reino blanco(2010), así como los siete poemas que cierran tu antología Por las calles del tiempo, escritos en verano de 2009, poseen un extraño sosiego. Hay poemas donde te reencuentras de nuevo, te reencuentras de nuevo cómodo en la literatura. Haces gozar al lector de la retrospectiva sobre el camino andado; son casi todos los de La vida en llamas. Pero, en otros poemas –ya en el primero “Por el camino verde”, del libro El reinoblanco–, se deja entrever un desasosiego y la reanudación de la tensión de tu poesía, una inminencia de rebelión que no se saturó en Sin miedo ni esperanza
LAC: Estoy de acuerdo al cien por cien en lo que dices. La vida de un hombre es un continuo sobresalto, un caminar al borde del precipicio, una zozobra perpetua. El sosiego duró lo que duró. En mis dos últimos libros hay una mezcla de conflicto y de serenidad que caracteriza de manera ejemplar la edad en que los escribí (entre los cincuenta y los sesenta años).
FM: ¿Cómo ves desde la perspectiva aún próxima estos dos últimos libros? ¿Inician una nueva andadura?
LAC: No lo creo. Perfilan la andadura de siempre. La depuran tal vez. La someten al alambique de la edad. La hace más grave, más combada por el peso del tiempo. Pero es la misma de siempre, aunque los huesos ya no funcionen como antes.
FM: Me encantan poemas como “Plegaria de la buena muerte”, donde actualizas el tópico del memento mori; un poema en que logras toda la empatía con el lector, lo que es tanto como decir, con el noventa por ciento de los “desheredados de este mundo”. Ya sabemos que el otro diez por ciento es analfabeto. ¿Qué puede hacer la poesía por los verdaderos desheredados?
LAC: Darles opciones identificativas. Decirles: yo también sufrí, gocé, aguanté, resistí, abandoné, perdí, fui abandonado. En Ivanhoe, el protagonista gana un torneo con el nombre ficticio de “caballero desheredado”. Los desheredados con sensibilidad pueden incluso ganar torneos.
FM: Termino pidiéndote que, como en los cumpleaños, soples tú las velas de esta celebración, que es lo que ha sido para mí (y espero que también para los lectores) esta entrevista. Que se cumplan todos tus deseos, mucha suerte, poeta, y muchas gracias.
LAC: Soplo las velas de esta inmerecida celebración que Ágorame regala y, mientras soplo, formulo mis mejores deseos de salud para la revista y para vosotros, queridísimos amigos.
Entrevista de Fulgencio Martínez