Hace unos días, mientras cenaba un par de huevos fritos con patas, sonó el teléfono (cosa que me jode la hostia, cuando estoy cenando). Era Paul Auster. Me llamaba desde Ljubljana, donde había acudido, junto a Cristiano Ronaldo, Messi y Florentino Pérez, para participar en un encuentro de galácticos. Decía, el bueno de Paul, que había contemplado un extraño suceso que él consideraba fruto del azar, y quería conocer mi opinión al respecto. Al parecer, en la habitación de hotel en la que se encontraba habían descubierto, al tirar un tabique para hacer reforma (puesto que en Eslovenia también han bajado el IVA para obras de reforma), las caras de Bélmez, o unas parecidas. Lo curioso del caso es que Auster y yo, unas semanas antes, mientras tomábamos un Ricard en una terraza del Marais de París, habíamos hablado del bizarro caso de las caras de Bélmez. En mi opinión, las caras tenían un significado, intentaban transmitir un mensaje desde el más allá. Pero para Auster las caras eran, únicamente, fruto del azar. No pude evitar soltarle la famosa frase de Roger Garaudy (citada en la superproducción Sin título, ganadora de un Oscar al mejor corto de prosa poética): “El azar es sólo el modo en que se manifiesta la necesidad”. Y no reaccionó muy bien, que digamos. “Aquí el galáctico soy yo, damm it, no me lleves la contraria en público”, me dijo a pesar de que estábamos solos en la terraza. Y ahí quedó la cosa hasta que recibí su llamada telefónica (cosa que me pareció extraña puesto que siempre suele comunicarse por sms). La llamada abrió un largo debate. Debatimos durante hora y media sobre la existencia del azar. Al final de la conversación estuve a punto de darle la razón (su amistad con Valdano le ha hecho mucho más persuasivo), pero se me ocurrió una frase con la que, creo, gané el combate a los puntos. La frase era la siguiente: “si existiese el azar más allá del matiz, de la leve variable que acompaña a la constante, no estaría hablando contigo, amigo, sino con Charlize Theron. Eso sí que sería suerte…”