Conversaciones fuera del aula

Por David Porcel

Del tiempo decía san Agustín que “cuando nadie me pregunta qué es, sé lo que es; pero si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, entonces ya no lo sé.” Algo similar ocurre con las grandes cuestiones de la filosofía, como la que indaga la naturaleza del bien, de la felicidad, la vida buena, el buen arte o la buena educación. Es verdad: No hay nada como preguntar a alguienqué significa educar, oqué significa educar bien, para ponerle en un verdadero aprieto. Son preguntas que sin duda todos los profesores seguimos planteándonos aun después de muchos años o incluso décadas de profesión. Y el caso es que, preocupados por la cuestión de la buena educación, a veces olvidamos el punto de vista de quienes la reciben. También podríamos preguntarnos:¿Cómo queremos ser educados?Movido por esta pregunta decidí abrir un diálogo ficticio, construido, entre la filósofa Marina Garcés, cuyo último libro,Escuela de aprendices(Galaxia Gutenberg, 2020), nace como respuesta a esta pregunta, un servidor y cinco de nuestras alumnas de 2º de Bachillerato, que espontánea y generosamente me hicieron llegar sus reflexiones sobre el mismo tema. Conviene aclarar que el diálogo ha sido resultado, por un lado, de conversaciones mantenidas con mis alumnas y, por otro, de la entrevista que hace unas semanas realicé a Marina Garcés y que aparecerá íntegramente publicada en el próximo número de laRevista Ábaco. Compartimos ahora con vosotros tan interesantes conversaciones:


Primera conversación (No pienses como yo. Piensa conmigo):

David Porcel (profesor de filosofía): Vivimos en la cultura de la hiperactividad, de la multitarea, de la aceleración, que valora a quien es más capaz de hacer más cosas en menos tiempo. Y así ocurre en educación, especialmente con la entrada a escena de las nuevas plataformas y entornos digitales. Y es que ahora parece que los profesores, afanosos y atareados, hemos de medir el valor de nuestros empeños por el grado de “seguimiento” que hacemos a nuestros alumnos. Un seguimiento que, especialmente tras la pandemia, se hace extensivo a las veinticuatro horas del día y que las paredes de las aulas ya no pueden contener. Sin embargo, como planteas en tu libro Escuela de aprendices, el aprendizaje es, esencialmente, una práctica receptiva y hospitalaria entre iguales, en la que lo importante no es la hiperactividad o el seguimiento sino la recepción. ¿Qué entiendes por «receptividad» y por qué es tan importante cuidarla?

Marina Garcés (filósofa): Me parece muy interesante contraponer la actividad de “seguimiento” a la de “recepción”, tal como planteas. Para mí educar es un arte de la hospitalidad que tiene como razón de ser acoger la existencia de otros, para que éstos puedan comparecer. Existir no es aún comparecer. Hay un camino muy largo y tortuoso, siempre lleno de peligros, para poder llegar a estar con otros, a dar la cara, a poder llegar, presentarse y poder participar de la vida en común, sin ser presa de la dominación, de la imposición de códigos y de la vergüenza de ser. (Entrevista a Marina Garcés, próximamente en Revista Ábaco, Nº 107, 2021)

Segunda conversación (¡Yo no soy una nota!):

Noa Manero, alumna de 2º de Bachillerato: Desde bien pequeños nos educan de modo que todo se basa en notas, etiquetas, competición (…) Como consecuencia de las etiquetas impuestas es muy complicado conocernos realmente a nosotros mismos, no se nos permite explorarnos. Nos hacen seres sistemáticos, que buscan la perfección desde un punto de vista numérico. Los seres humanos somos cambiantes, y más en nuestra etapa de la adolescencia, nos definen multitud de cualidades y defectos, que debemos aprender a potenciar, y esto se consigue a través del desarrollo de nuestro espíritu crítico, equivocándonos una y otra vez, pero si estas equivocaciones nos las definen como fracasos; siempre vamos a ir con el freno puesto.

Ana Xiao Lafuente, alumna de 2º de Bachillerato: Ahora hablemos de estudiantes. Hablemos de los que van a la biblioteca todas las tardes, de los que les duele la mano de escribir tan rápido, de los que copian en los exámenes y los que directamente ni lo intentan. De los que contestan a todas las preguntas que hacen sus maestros y se acuerdan de lo dado el día anterior. Hablemos de los que se duermen en clase y de los que ni siquiera acuden a ella. De los que saben qué quieren estudiar y los que todavía no lo tienen claro. De los que les gusta salir de fiesta, beber, fumar, leer, bailar, cantar, correr. De los que lloran a escondidas y de aquellos a los que reconcome la ansiedad. De los que no encuentran un momento de paz y concentración porque han perdido un hogar que consideraban suyo. Da igual quiénes sean. Todos quieren parecerse a 10. Todos quieren ser 10.

Marina Garcés: Conozco vuestro sentimiento, yo también he padecido el estigma de la buena nota, como existe el de las malas notas. El problema es que el valor de quien somos o podemos llegar a ser para otros esté en un índice basado en resultados. La vida no es un resultado, ni siquiera cuando nos morimos. Es una relación constante con muchos matices y dimensiones en la que las formas de aprecio mutuo que podemos llegar a desarrollar son constantemente violentadas. Os diría, como me podría decir a mí misma, que no dejéis de cultivar ni de compartir lo que de ella no cabe ni cabrá nunca en una nota. (Entrevista a Marina Garcés, próximamente en Revista Ábaco, Nº 107, 2021)

Tercera conversación (¿Qué podemos esperar?):

Malena Daniel Gil, alumna de 2º de Bachillerato: Se ha dejado de lado la pasión por aprender, e incluso muchos profesores han perdido la ilusión por educar. Actualmente, aquel alumno que presenta cierto interés sobre una materia o que incluso decide investigar sobre ella en sus ratos libres, se convierte en otro bicho raro más. Esta pérdida de interés por el aprendizaje no es culpa ni de alumnos ni de profesores, sino del sistema en general. Los mismos que nos educan para destacar sobre los demás, e incluso para pisotear al resto, han sido educados de la misma forma, ¿qué podemos esperar?

Laura Villalba, alumna de 2º de Bachillerato: Siendo más madura entendí que no siempre fue el profesor que enseñó mal o sin ganas. Fue la estructura del sistema que lo encadenaba a un temario y sin tener la llave se resignó a repetir las mismas palabras año tras año. Fuimos, somos y seremos números porque en un solo año no hay un vínculo que una al profesor con el alumno. Los números no traen la felicidad y, sin embargo, recuerdan la tristeza, la frustración y el estrés que supone buscar una nota en un mar de pirañas que como tú  desean ese pedazo de carne. Hay alumnos que nacen con verdadero amor y curiosidad por lo que desconocen y otros, simplemente, nos impregnamos de su esencia.

Marina Garcés: El mayor enemigo de la escuela, hoy, son el desánimo y la indiferencia. Hay impotencia y cansancio, tanto de los docentes como de muchos jóvenes que reciben y entienden el mensaje de que sólo están entreteniendo un tiempo de su vida, más o menos alejado del conflicto, y aplazando su irrelevancia social. Combatir este enemigo es analizar las causas de esta situación y atacarlas en cada contexto. (Entrevista a Marina Garcés, próximamente en Revista Ábaco, Nº 107, 2021)

Cuarta conversación (Miradas compartidas):

Sara Roso, alumna de 2º de Bachillerato: Durante los meses de confinamiento la tecnología en los institutos se convirtió en algo completamente fundamental; para hacer tareas, preguntar dudas, conectarnos a las explicaciones de los profesores, incluso exámenes online… Pero esta experiencia no se puede comparar con estar en clase físicamente, pues nada es igual que estar en clase, siguiendo la mirada del profesor hasta ese momento en el que te mira, y tú sientes esa especie de ilusión nerviosa. Marina Garcés: Por sí mismo, los entornos digitales no tendrían que ser una amenaza. El problema no es la tecnología sino quién la construye, quién la vende y para qué fines e intereses. Actualmente tenemos un asedio no de la tecnología sino de determinadas corporaciones que hacen negocio con la implementación cautiva de sus tecnologías y con un extractivismo de datos que nos convierte a todos, también en las aulas, en su principal recurso económico. En este sentido, es un peligro muy serio, que va transformando la escuela bajo la apariencia de estarla actualizando. (Entrevista a Marina Garcés, próximamente en Revista Ábaco, Nº 107, 2021)