Conviene al fuego iluminar y calentar, porque ello pertenece a su naturaleza, pero tal no implica que el fuego carezca de aquello a lo que tiende su obrar, pues es obvio que el fuego en sí no carece ni de luz ni de calor. Del mismo modo, conviene a Dios crear el mundo aunque Dios no carezca de nada. Así como una esfera no es más esférica cuando su radio se multiplica por cincuenta, la divinidad no es más divina cuando crea.