En la inmensidad de la noche su voz resonó como el susurro en el que se había convertido. Parecía que los gritos habían tenido lugar en otra época, en otra vida, pero no hacía tanto tiempo de que los escuchase cada atardecer mientras pugnaba porque su vida no se detuviera.
Y, sin embargo, ahí se encontraba, sentado encima de la colina que había sido durante tanto tiempo su refugio, pero esta vez sin necesidad de llorar, escuchando al viento mientras charlaba con los árboles, convirtiendo las sombras en sus aliadas.
Se había llevado su música para pensar, para concentrarse en qué hacer a partir de aquel momento. No obstante, nunca había sido tan bonito el cantar de los pájaros. Silenciarlos habría sido una afrenta al destino, así que simplemente abrió su mente para escuchar sus consejos en forma de melodías.
Carmelo Beltrán@CarBel1994