Llegamos a Copenhague en los momentos previos a la caída del día. En el camino, vamos viendo cómo son las viviendas de las afueras de la ciudad, decidiendo que en este viaje no queremos viajar, sino vivir. Las grandes cristaleras para aprovechar cada rayo de luz, los jardines y el estilo que demuestran llaman toda nuestra atención.
Y aunque diferente, nuestra ‘casa en la ciudad’ bebe un poco de esa línea. Nuestro anfitrión, de unos 15 años y que parece un personaje de la película Captain Fantastic (Matt Ross –EEUU-, 2016), nos la enseña. Recorremos con él las habitaciones, que mantienen la cálida sensación de que una familia adorable vive en ellas. Pronto se convierte en un hogar; y nos maravillamos con que la vajilla parezca hecha por ellos mismos; que tengan botes llenos de especias al natural; o que nos hayan dejado algo de comida en la nevera.
Con la noche cerrada, damos la luz del salón, centrada en la mesa donde echamos un rato para reponer fuerzas. Como si el resto del espacio no importase. Tan solo la música, a través del tocadiscos que hay sobre una mesita, puede hacernos compañía. No hay televisión, ni distracciones, así que cenamos en silencio. Todo tiene el regusto de esos momentos de calma que suelen suceder en las películas de corte independiente antes de que algo salte por los aires (Celebración, de Thomas Vinterberg, Dinamarca, 1998) o que un hecho fatal cambie todo de forma irremediable (Te quiero para siempre, de Susanne Bier, Dinamarca, 2002 o Rompiendo las olas, de Lars von Trier, Dinamarca, 1996). Y así es como empiezo a imaginarme al destino y su gente… Tres, dos, uno, ¡acción!
Escena en los bares de Copenhague
“La película no puede tener una acción o desarrollo superficial” es uno de los mandamientos de la corriente Dogma 95, impulsada por los directores daneses Lars von Trier y Thomas Vinterberg y que reivindicaba la ausencia de efectos especiales o tecnología en el cine, así como una mayor importancia en el tema y la actuación. Aunque sus exigencias eran muy altas y por ello, muchas de sus cintas no pertenecen al movimiento, el cine independiente en general tiene con estos puntos cierta similitud. Entre ellos, además de temas que resulten cercanos, la importancia de los personajes en sus historias. Por eso es difícil olvidar el papel de Björk en Bailar en la oscuridad (Lars von Trier, Dinamarca, 2000) o Mads Mikkelsen en La Caza (Thomas Vinterberg, Dinamarca, 2012), hasta el punto recordarlos casi como una historia real.
Y si en Copenhague, como en todas las ciudades de este mundo modernizado, todo pasa rápido y corre el riesgo de parecer una bonita postal, hay sin embargo lugares donde todo es más natural. Sitios donde, como en las películas independientes, los personajes se vuelven el centro de la acción. Son en concreto dos bares que visité: el Floost y el Moose; y muy similares entre sí. Resultan pequeños, se puede fumar y encajarían perfectamente en la definición de antro, pero como decía Ismael Serrano: “los peores antros, a las peores horas, están llenos de la mejor gente”.
Mis pensamientos los corroboró un personaje secundario, de unos 40 años e inmigrante magrebí por lo que me pareció, cuando me dijo: “They are slow”. Intenté así salir de mi papel de turista y asimilarme a la gente que vivía allí.
Christiania: lo que pudo ser y no fue
Hay un tema recurrente en las películas independientes: la vida al margen de las normas de la sociedad. La ya mencionada Captain Fantastic (Matt Ross –EEUU-, 2016), La Comuna (Thomas Vinterberg, Dinamarca, 2016), Juntos (Lukas Moodysson, Suecia, 2000) o La balada de Jack y Rose (Rebecca Miller, EEUU, 2005) son algunos ejemplos. Y en Copenhague, uno de los mayores atractivos turísticos hoy en día es la conocida como ‘Ciudad libre de Christiania’. Una idea de comuna que llegó a alcanzar a unos 1.000 residentes y que cubre 34 hectáreas, autogobernado y una ley propia. ¿Pero cómo ha acabado esta película?
Christiania hoy es un reflejo de lo que cuentan esas cintas; pues en todas ellas se muestra lo bueno pero también lo malo de ideas así. Hay belleza en escapar de lo convencional pero también mucha frustración cuando acaba siendo otra cosa; cuando no funciona cómo creíamos; cuando lo que imaginamos nunca es igual cuando se convierte en algo palpable. Más allá de que muchos hayan vivido de forma diferente, Christiania se ha convertido en foco de la venta ilegal de droga. No es evidentemente lo que sus creadores quisieron que fuera. Y aunque no está mal –tiene sus mercadillos, amplios espacios verdes, lugares para niños, casas ecológicas…- me causó tristeza. Porque supe desde el principio que Christiania es un ejemplo más de las cosas que pudieron ser y no fueron.
Los días que pasé en Copenhague fueron dos y medio; pocos para conocer bien la ciudad; suficientes si los trasladamos a una película independiente e imaginamos que hemos pasado dos horas y media frente a la televisión. La gente siempre dice que en este tipo de cine no pasa nada y yo siempre pienso: Pasa la vida. ¿Qué más quieren que pase?
Si queréis información más turística, os invito a leer qué hicimos en Copenhague durante dos días y medio.
Por último os recuerdo las películas que cité, que os recomiendo también. Por estricto orden de aparición
– Captain Fantastic (Matt Ross –EEUU-, 2016)
– Celebración, (Thomas Vinterberg, Dinamarca, 1998)
– Te quiero para siempre, (Susanne Bier, Dinamarca, 2002)
– Rompiendo las olas ( Lars von Trier, Dinamarca, 1996)
– Bailar en la oscuridad (Lars von Trier, Dinamarca, 2000)
– La Caza (Thomas Vinterberg, Dinamarca, 2012)
– La Comuna (Thomas Vinterberg, Dinamarca, 2016)
– Juntos (Lukas Moodysson, Suecia, 2000)
– La balada de Jack y Rose (Rebecca Miller, EEUU, 2005)