Coraline, la niña valiente que no pretendía serlo

Publicado el 29 noviembre 2019 por Benjamín Recacha García @brecacha
Las ilustraciones de Dave McKean son un complemento perfecto para la historia de Neil Gaiman.

Ser valiente no tiene tanto que ver con una disposición ante la vida como con la adaptación a lo que esta nos depara. El grado de valentía depende, además, del tipo de circunstancias que debemos afrontar. No es lo mismo atreverte a lanzarte de cabeza a la piscina desde un trampolín, pedirle una cita a la persona que te gusta, decidirte por una carrera vocacional en lugar de la que (dicen que) te garantiza un empleo o cambiar de trabajo, que enfrentarte a un grupo de nazis que acosan a alguien en el metro, proteger a tus hijos en un país en guerra, lanzarte al mar con tu familia en busca de un futuro o coger un arma para defender tu pueblo de una invasión.

Todas ellas son decisiones que requieren valentía, sin duda, pero es obvio que las del segundo grupo resultan mucho más críticas. Paradójicamente, las del primero permiten una reflexión previa sin que exista presión externa. Es decir, son producto de una elección, mientras que las otras nos las encontramos sin haberlas buscado (y que no se presenten nunca), y nos exigen actuar, sin tiempo apenas para entender qué ocurre.

Coraline pertenece al primer grupo. Su curiosidad infantil y la falta de atención de los adultos, sus padres, siempre ocupados con cosas más importantes, la llevan a tomar una decisión que la conduce a una experiencia excitante, pero que al mismo tiempo la hará ingresar en el segundo grupo. Y entonces la valentía ya no tendrá que ver con una elección, sino que será una cuestión de supervivencia.

Coraline (Salamandra, 2003; traducción de Raquel Vázquez) es ya un clásico de la literatura juvenil, uno de los grandes éxitos de Neil Gaiman. Como suele pasar con los libros etiquetados para un público infantil y adolescente, si están bien escritos y cuentan una buena historia, lo de la etiqueta no es más que una formalidad, porque los disfrutará cualquiera que ame la literatura.

Coraline es una aventura fantástica e inquietante en la que la niña protagonista debe recurrir a todo su ingenio y arrojo para enfrentarse a la poderosa bruja que ha clonado su hogar (con algunas «taras», como los botones negros que sustituyen a los ojos de sus habitantes) y atrapado a sus padres. En el mundo paralelo, Coraline dispone de todos los caprichos y las atenciones de que carece en su casa, pero pronto se da cuenta de que, como un escaparate recargado de luces y chucherías, eso está bien para un rato, pero no para toda la vida.

Y es entonces cuando empieza la verdadera aventura, el terrorífico «juego» en el que si gana recuperará a su familia, pero si pierde deberá permanecer junto a su «otra madre». Una niña de diez años, contra una bruja astuta y terrible. Y sin más ayuda que la de un gato altivo, cínico y bastante rencoroso.

Como sucede en la vida real, uno no se da cuenta de que está siendo valiente hasta que todo ha pasado y puede mirar atrás, o hasta que se lo dicen los demás. Porque ser valiente, en definitiva, es afrontar la vida de cara y hacer lo que se debe hacer en cada momento, como Coraline, sin que le acompañe la sensación de estar salvando el mundo ni de que nadie le deba nada.

Ser valiente es dejarse guiar por el corazón… y vivir.