La Señora se pone una coraza ante las dificultades. Es una coraza que la sostiene, no solo a ella, sino que usa esa fuerza para apoyar a otros. No importan cuanta sea la carga, tiene que resistir. Solo los que la conocen a fondo, y se fijan, pueden ver cuando la armadura se resquebraja y se entrevé entre las grietas el cansancio y la debilidad. Dice que las fuerzas no son las mismas ahora que con 40 o 50 años, pero no solo es cuestión de edad, sino de autoexigencia, y es que la Señora es así y no va a cambiar, lo único que se puede hacer es colaborar, dejar el egoísmo y la pereza aparcados para que no cargue con todo. El agotamiento no la derrumba, tiene que mantenerse en pie para quien la necesite, antepone las necesidades de los demás a las propias.
No es una protección hecha solo de entereza y de superación, de enfrentarse sola a las dificultades, al desengaño y la enfermedad; es un refugio firme y resistente, arraigado en una inmensa generosidad y amor. La Señora no es expresiva en ese amor, no son besos, abrazos y otras muestras habituales de cariño su manera de manifestarlo, sino que son sus actos; no solo se sabe que se cuenta con ella, sino que está ahí y organiza las cosas con la idea de que todo sea más fácil, sin entrometerse ni ofenderse. Racionaliza sus emociones y se esfuerza en comprender las reacciones de los demás. Por duro que sea el momento y por frágil que sea la coraza, es el sostén de la familia.