Vomitaba colores grisáceos que salpicaban el espacio de sus manos, unas manos abigarradas por el recuerdo, las únicas manos que se habían aferrado a su corazón durante tantos años. Era un tacto áspero y reseco, lijado y recocido, tiznado y roto.
Me lo entregó como el que da una reliquia envuelta en una urna, delicado, sin hacer movimientos bruscos, evitando que se despegara, que se hendiera de nuevo. Decía que sus manos ya no podían sostenerlo, que tanta oscuridad marchitaba su piel y que ya no lo sentía.
Tenía miedo de que se volviera a caer y se hiciera añicos diminutos imposibles de reconstruir. Cerró los ojos y me lo devolvió. Estaba extenuado, había intentado mantenerlo entero y con latidos durante mucho tiempo.
Ahora te toca a ti –me dijo –. Exprímelo, ríe, siéntelo vivo, reconócelo tuyo.
Ahora me tocaba a mi volverlo a colorear.
Texto: Inma Vinuesa