Empatía, dice el DRAE, es la "Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro". La hija de unos amigos, de menos de dos años de edad, rebosa empatía. Hasta el punto de que, si tú toses, ella tose. Bien, ésa es la máxima aspiración de cualquier contador de historias: que el espectador se sienta completamente identificado con el personaje de ficción que ha surgido de su mente.
¿Por qué nadie cuenta la historia de un tornero-fresador (Almodóvar, dónde estás cuando se te necesita....)? Probablemente, el espectador medio no se sentiría identificado con él. Y, sin embargo, se puede empatizar (¡otra vez esa horrible palabra!) con un gladiador romano, con Luke Skywalker- aunque seamos sinceros, preferimos al bandido Han Solo- o, incluso, con un pez que busca a su hijo Nemo.
Llegados a este punto tenemos que recurrir a la universalidad. Los sentimientos, las debilidades, las motivaciones del ser humano que persisten en cualquier época y lugar. Y, sin embargo...
Seguro que a un músico de country alcóholico la historia que se cuenta en Corazón rebelde le llegará hasta la médula. Y supongo que cualquier músico se empatizará en mayor o menor medida. Y también cualquier alcohólico. Y, en fin, cualquiera que tenga una lucha interna sobre lo que de verdad importa en la vida.
Y sí, Jeff Bridges es un pedazo de actor. Pero esto no es nada nuevo. Pero, claro, no le iban a dar un Óscar por interpretar a un porrero cuya máxima aspiración es ganar a los bolos.
FRANK