Me dejó con la duda hasta hoy cuando me asomé a mi ventana, la grande, la que da a la avenida, y vi todos los árboles cubiertos de corazones rojos que se desprendían independientes hasta perderse en lo alto. Uno de ellos vino a posarse en mi alféizar invitándome a salir. Me subí en su lomo y entonces lo entendí todo: es cierto, el alma habita en los corazones para hacerlos volar. Ya sé cómo hacer para que no me pese el cuerpo ni me mareen las alturas. Si tengo un momento, se lo voy a ir a explicar a mi médico, pero no sé si podré, estoy tan ocupada con todas estas corazonadas...
¡Feliz San Valentín!
Texto: +Ángeles Jiménez