En esta situación encontramos al sargento Collier (Brad Pitt) y a sus hombres, tripulantes de un carro Sherman, que llevan ya demasiados años de guerra a sus espaldas. Cada uno se las compone como puede para resistir a la experiencia del combate prolongado. Algunos de ellos han caído en un estado semisalvaje que apenas pueden ocultar. Otros, como el mismo sargento, tratan de mostrar un atisbo de humanidad y civilización que se desmorona cuando piensan en el enemigo, con quien no pueden tener piedad. El mejor alemán es el alemán muerto, sobre todo si pertenece a las SS. No hay que arriesgarse y ante la menor duda, la mejor política es disparar primero y preguntar después. Este es el ambiente al que llega el bisoño soldado Ellison, que estaba destinado a ejercer labores administrativas, pero que acaba formando parte de la primera línea de combate en la tripulación del Sherman. Con su llegada se va a destapar una especie de conflicto moral, puesto que todavía no conoce la crudeza de la guerra. Collier va a ejercer la labor de padre severo para el muchacho: cuanto antes aprenda a matar sin piedad, más posibilidades de supervivencia tendrán él y el resto de la tripulación. Las hermandades bélicas lo son simplemente para matar o no morir. Así de simple y así de complicado.
Aunque los americanos se encontraban en situación de privilegio respecto a su enemigo, que carecía casi de todo en esta fase agonizante de la guerra, para entender bien la situación de los protagonistas de Corazones de acero, hay que explicar que los carros de combate americanos eran muy superiores en número a los alemanes, pero muy inferiores técnicamente, así que eran necesarios muchos Sherman para vencer a un Tiger y en ocasiones no bastaban. Si bien en la película aparece una escena en la que los soldados contemplan a cientos de bombarderos aliados dirigiéndose a martirizar alguna ciudad alemana, la situación en tierra no parece ser de una superioridad tan apabullante. No sé si esta escasez de recursos que parece atenazar a los americanos describe una situación puntual o generalizada en esta época, pero más bien me parece lo primero, aunque los protagonistas padezcan de primera mano la misión de enfrentarse a los alemanes con demasiado poco apoyo de otros blindados.
Para la tripulación de Collier el carro Sherman que manejan, Fury, es casi un hogar, aunque un hogar claustrofóbico, en el que en cualquier momento puede sobrevenir la más espantosa de las muertes: ser abrasado vivo por un proyectil enemigo. Por eso llama tanto la atención, por contraste, la magnífica escena que transcurre en una casa alemana en la que Collier y su pupilo Ellison pueden vivir unas horas de engañosa paz hogareña junto a dos jóvenes germanas. La llegada del resto de compañeros parece traer consigo toda la barbarie del conflicto que había quedado más allá del umbral: aquellos instantes no han sido más que un espejismo, bien pronto va a volver a reinar la crueldad.
Así pues Corazones de acero puede ser interpretada como una recreación de la eterna lucha entre civilización y barbarie, entre la luz y la oscuridad. El personaje más puro, el joven Ellison pronto va a tener que empantanarse en acciones que considera totalmente incompatibles con su conciencia limpia y sus creencias religiosas. Lástima que una película que había funcionado razonablemente bien hasta el momento, naufrague en su tercio final, una mala imitación de Salvar al soldado Ryan, que sirve para glorificar lo que hasta ese momento había sido mostrado como sucio y deplorable. Quizá sea una especie de rito de paso para Ellison, pero a mí como espectador me deja frío y decepcionado respecto a lo que podría haber sido la obra de Ayer.