En La dama muerta de Clown Town los protagonistas son ese sujeto colectivo tan del agrado Cordwainer Smith, las subpersonas, seres mitad hombres mitad animales, producto de
un laboratorio y de la necesidad de las personas verdaderas. Es ese colectivo tan presente en las fábulas chinas y europeas: el animal que piensa como un ser humano, pero que guarda ciertas características de su especie. En Norstrilia aparecía la sensual G’Mell, esa hembra gata, creada para el placer. En La dama muerta es P’Juana, la niña perra, que cambiaría la historia de los mundos.
Un día recibió un aviso. Era la Dama Pans Ashash, muerta, pero cuya inteligencia había sido grabada en un robot. La dama muerta –sí, ésta es- la invitó a entrar en Clown Town, conocido también por el Túnel de Englok o el Pasillo Marrón y Amarillo –no en vano eran unas cloacas-. Allí estaban las subpersonas que habían huido de la muerte, porque cuando una subpersona deja de resultar útil, se la elimina. La Dama ha profetizado que vendría una persona verdadera con un nombre antiguo, y que junto al Cazador –un personaje extraño, que caza a través de la telepatía-, le darían a la niña P’Juana un mensaje que cambiaría los mundos. Elena y el Cazador tienen que ser amantes para que la profecía se cumpla y P’Juana cumpla su destino. Cuando esto sucede los tres son uno en P’Juana –como si fuera la Santísima Trinidad, y no lo digo por decir-.
Tuvieron que venir soldados humanos para acabar con la revolución de Juana. Las subpersonas fueron asesinadas, pero morían dignamente, con Humanidad, venciendo a la muerte, mirando a su ejecutor a los ojos y diciéndole que le amaban. Los hombres saben cómo y cuándo mueren, pero es importante elegir el por qué. La libertad nos hace libres. Juana fue juzgada y sentenciada a morir en la hoguera. Cordwainer Smith cuenta esta parte de forma magistral, y nos hace llegar los sentimientos de todos; de los espectadores, los jueces, los ejecutores y la víctima. Es la conmoción ante la entereza y el mensaje de Juana. Los Señores de la Instrumentalidad que han juzgado el caso determinan que se le borre la memoria a Elena y al Cazador, pero la memoria de Juana permanece en personas y subpersonas.
La novela termina con el alumbramiento del hijo de Elena y el Cazador, el hombre que sería el Señor de la Instrumentalidad llamado Jestocost, el primero, porque de siete que se distinguirían por su humanitarismo y su aprecio por las subpersonas, hasta el séptimo Jestocost, el que tuvo el encuentro con la mujer gata en La balada de G’Mell, y un papel importante en Nostrilia.